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1772 10 Febrero 2015

 

 

MALDITOS HIPSTERS
Me llamaron anciano
Luis Valdez

 

Monterrey.- ¿Crisis de los 40? ¿Canas en las patillas? ¿Nostalgia por la música de hace 20 años? Una madre de familia sin cintura ni maquillaje me llama anciano, en pleno paseo dominguero.

Nunca fui sobrino del Tío Gamboín. Nunca fui a ver a Pipo (si acaso, sólo llegué a su funeral a las afueras del canal de televisión donde trabajó varias décadas). Hasta ya entrados los 12 años pude tener una tv con antena para ver caricaturas del canal 5. Es decir, que ya estaba en la secundaria.

A mis 39 años, todavía compro cómics de superhéroes, a veces entro a alguna partida de rol (Greyhawk, de Dungeons & Dragons) y estoy estudiando cómo rayos se juega Heroclix. Veo caricaturas y animaciones. Y sí, sé que ya tengo una hija de año y medio y canas en las patillas y en la nuca; me afectan más las desveladas que hace unos años; y cada vez hurgo con mayor seriedad en el pasado que en el presente (que es una broma), que en el futuro (que seguramente no será nada bueno, con tanta gente estúpida por todos lados).

Otro concepto raro… Los escritores emergentes. En los años 90, los que empezábamos a rondar los círculos y talleres literarios, éramos precisamente eso: talleristas literarios. No nos subíamos a la tarima porque sabíamos que todavía no nos la habíamos ganado. No jugábamos a ser escritores primerizos, porque éramos ¡talleristas!

Ahora, los escritores emergentes, pueden leer en el Café Nuevo Brasil y se enfadan si les dicen que son talleristas y no escritores.

Para ser escritores hay que leer y saber (o al menos tener una mínima idea y compromiso de) lo que están escribiendo. Ahora, ni idea de la idea.

Ahora, los que pensamos así, los cuestionamos y hasta tratamos (de hacerles el favor) de hacerlos pensar; somos tachados de que sólo hacemos rabietas. Es una burla patética: gente que tiene menos de cinco años en esto, cree que se trata de coleccionar talleres literarios, lecturas en todas partes (Café Nuevo Brasil, Casas de la cultura, Galería Regia, Ferias de libro, etcétera) y organizar eventos literarios. Si eso te hace escritor, entonces estamos malbaratando el asunto. Y todavía se atreven a decir que tal o cual persona (que tiene más de 20 años en este enjuague) sólo hace rabietas.

Eso sólo nos confirma, que mientras más barata sea la gente en un medio, también se malbarata el medio. No hay fama, ni dinero y mucho menos glamour. Más honorable resulta el taquero que rellena más las tortillas, que un escritor hecho a base de estar en cinco talleres literarios y organizar lecturas o editar una revista para sus amigos. En ese caso es literariamente más admirable el que cuida la entrada de un teibol con las mujeres más bellas de la ciudad, o el cantinero que te regala buena botana, o el amigo burócrata que invita la parranda.

¿Qué nos convierte en ancianos? ¿Tener menos tolerancia a los nuevos juegos de la estupidez?

En mi caso, llevo a mi niña al parque. Ella posa una mano sobre una banca. Un niño de 4 años brinca hacia la banca y cuando apenas le pisa una mano a Regina, yo la cargo y me la llevo de ahí. Diez minutos después, debo pasar a un lado de aquel niño bastardo del demonio y su gritona madre. Me sale el gracioso comentario de: “Cuidado con el niño pisamanos”… a lo que la “joven” madre, ya habiendo perdido la cintura y la usanza del maquillaje, contesta: “¡anciano!”

 

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