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1779 19 Febrero 2015

 

 

El silencio cómplice
Irma Alma Ochoa Treviño

 

Monterrey.- A mediados del siglo pasado, ni las niñas ni los niños podían hablar en la sobremesa, u opinar en clase sin previo permiso del maestro o maestra. La infracción era castigada duramente. Es obvio que esta restricción estaba pergeñada por la adultocracia. El silencio no es natural, es aprendido; es una construcción social y política que restringe el derecho a la libertad de expresión. Primero nos enseñan a hablar luego nos domestican y nos callan.

El silencio voluntario suele ser creativo, el forzado no. El silencio forzado en los diversos espacios y debido a las situaciones en los que se origina, es amargo, cruel, a veces hasta inhumano.

Son numerosas las razones por las que una víctima o familiar de la víctima no quieran hablar del asunto o decidan no denunciar un abuso sexual. Particularmente, cuando las personas agredidas son niñas o niños, la madre o el padre deciden ocultar la agresión, para no exponer a sus hijas o hijos, a las tensiones que pudieran suscitarse.

Algunas veces las víctimas guardan silencio porque no quieren explicar a las autoridades, policía de barandilla, agente del ministerio público, o al personal de salud, una y otra vez los detalles de la agresión. En otras, eluden atraer la atención pública sobre los hechos ya sea porque temen que la denuncia provoque diversos ataques.

Hace algunos años, en una de las colonias de la periferia en donde facilitamos talleres para mujeres que viven violencia, conocí el caso de una mujer joven, quien a los 14 años de edad fue violada por un maestro. Aunque ya habían pasado poco más de dos décadas de los hechos, ella recuerda que de su vida cambió de repente.

Recordó que había sido una niña alegre pero que sus sueños quedaron truncos. Su fiesta de quince que tanta ilusión le daba, se fue por el caño por culpa de un adulto que, en vez de protegerla, de darle herramientas para la vida, de hacerla sentir que era sujeta de derechos, la redujo a objeto donde saciar sus deseos.

Ella refirió que aunque se resistió, lloró, arañó y hasta mordió el brazo del maestro, la fuerza física de él fue superior, consiguió someterla y violarla. Dijo que al llegar a casa, dolida y llorosa le contó a su madre lo sucedido, y su mamá temerosa de la reacción de su papá y a las acusaciones que caerían sobre la niña, le pidió guardar silencio.

El silencio obligado es una mordaza colmada de miedo o de temor, de sentimientos de vergüenza, de incertidumbre acerca del proyecto de vida, de las reacciones si se revelan determinados hechos; pero es, sobre todo, un recurso del que se valen los agresores para encubrir sus delitos y quedar impunes

Eran otros tiempos, refiere Alicia. Ella obedeció y siguió asistiendo a la escuela, pero siempre sintió miedo de que se repitiera la vejación. No podía decirle a ninguna maestra para que la protegiera. Pasaron más de 20 años para que se recuperara y pudiera contar su drama.

Recordó que cada que ese maestro se cruzaba en su camino, a ella le temblaban las piernas y le daban ganas de vomitar; y él tan campante, dijo.

Narró que sus calificaciones bajaron, que ni la música que tanto le gustaba le causaba alegría; que se acordaba constantemente de lo que había pasado, que se sentía culpable, que se aisló de sus amiguitas, que ya no le importaron las clases, y para no seguir cruzándose con el tipo, mejor se salió de la escuela.

Las y los especialistas destacan que los niños y niñas que sufren abusos sexuales, corren un riesgo mayor de experimentar una serie de dificultades, en especial problemas psicológicos, merma del rendimiento escolar y adicciones.

El silencio no sólo es ausencia de sonido, como puede apreciarse en un claustro. La madre de Alicia le pidió guardar silencio por su propio bien. Le pidió no contar a nadie más lo que había sucedido, por temor o por el qué dirán. Esa petición bastó para que el delito quedara impune.

Los mecanismos para imponer el silencio tienen larga data. El patriarcado, la adultocracia, la aristocracia o la ario-cracia, por ejemplo, han prescrito el silencio. No importa si el silencio es insultante, infamante, denigrante, doloroso o atroz, los grupos en situación de vulnerabilidad deben guardar silencio.

El silencio ha sido y es cómplice de un sinnúmero de abusos en contra de niñas y niños. Por eso, desde nuestras trincheras tenemos el compromiso de construir un entramado que garantice a todo niño y a toda niña todos sus derechos, para que su salud sea plena y sus sueños no se vean truncados.

 

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