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1782 24 Febrero 2015

 

 

La voz humana
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Una joven es abandonada por su pareja. Está en su recámara, acostada en el suelo, esperando al teléfono la llamada de su ex amante. Se aferra a lo imposible, administra la ausencia; la mujer es un animal herido que se desangra y lucha para que su hombre le diga claramente que ya no la quiere.

El drama se titula “La Voz Humana” y la escribió Jean Cocteau en 1930. Ahora la tiene pensado montar en México o Monterrey el director de teatro Luis Martín. Al menos eso me dijo antier. La obra es el monólogo patético de una mujer que sufre el desengaño amoroso. Se presentó hace un año en el Teatro Hidalgo de la ciudad de México.

Esa vez me pidió mi amiga Lidia Vasconcelos, maestra en letras, que la acompañara a verla. Pasé por ella a Polanco, cerca del parque Lincoln. Lidia vivía sola y era experta en Cocteau; escribió su tesis doctoral sobre el ángel misterioso que soñó el artista fracés.

–Más que un ángel –me decía Lidia– es el demonio del amor. Cocteau lo bautizó como Heurtebise. Investigó desde hace años sus orígenes literarios. Heurtebise es el ejemplo perfecto del arte como búsqueda de lo absoluto, a diferencia de la vida ordinaria que debe ser metódica y simple. Yo odiaría a la mujer de “La Voz Humana”, si existiera de verdad.

–Existe –le respondí yo–. Es cualquier mujer rota, apegada emocionalmente a un amor perdido. A ti no te importa porque cambias seguido de pareja.

–Y así vivo tranquila –me atajó Lidia–. Las pasiones joden. La búsqueda de lo absoluto se la dejo a las novelas, a las obras de teatro, a Heurtebise, el demonio del amor. ¡Si supiera tanta joven despechada que las pasiones joden!

Caminé con Lidia al Teatro Hidalgo. El único personaje de la obra de Cocteau lo interpretaba en esa ocasión la actriz Karina Gidi. Junto a mi butaca una joven se pasó llorando casi toda la función. En especial cuando la protagonista le dice por teléfono a su ex amante: “Yo sabía que esto sucedería. Lo que pasa es que hay mujeres que creen que pasarán la vida entera junto al hombre que quieren y de pronto, cuando llega la hora, no están preparadas para la ruptura”. Terminó la obra y la joven continuaba llorando. Mi amiga Lidia la siguió hasta el vestíbulo:

–Estas mal, muchacha. Aprende a separar el arte de la realidad –la regañó delante mío–. En el mundo de los vivos las cosas son simples, prácticas. Debería darte vergüenza llorar.

Acompañé a Lidia de regresó a su departamento. Durante el trayecto se sentía superior a los demás: según esto, le demostró a la muchacha ingenua que ella sí sabe diferenciar entre el arte y la vida; entre su vida personal y el arte mágico de Heurtebise, el demonio del amor. Me despedí de ella después de contarle un secreto:

–¿Sabes de dónde se inspiró Cocteau para bautizar a su Heurtebise? De un pinchurriento aparato mecánico. Ese demonio tan sofisticado de tu investigación doctoral debe su nombre a la marca del elevador del edificio donde vivía Cocteau. Ese nombre tan vulgar lo inspiró el vil marketing.

Mi amiga me miró incrédula y yo, por primera vez, comencé a sentir piedad por ella y por todos los demás seres sin alma que habitan el mundo y que no han sufrido nunca el mal del desamor. Pobres de ellos. ¿Qué será peor?

 

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