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1793 11 Marzo 2015

 

 

Yerbabuena, de Felipe Montes
Eligio Coronado

 

Monterrey.- Yerbabuena* recrea ese mundo de curanderismo, ignorancia y lucro con el dolor ajeno que el autor, Felipe Montes (Monterrey, N.L., 1961) ya había explorado en su novela El Evangelio del Niño Fidencio (2008).

Sólo que aquí hay varios curanderos: Cayetano, Santos, Magdalena, Eleazar, la Hermana Lilia, el Niño Federico (no Fidencio, ya muerto), la Materia Eduviges, la Señora Emerenciana, etcétera.

La nueva zona es el ejido La Yerbabuena, cerca del cerro del Pilón, en Villa Mainero, Tamaulipas, y regiones aledañas.

Estos nuevos sanadores, en especial Cayetano Aristeo Hernández Rivera y su hermano Santos Espiridión son abusadores, depravados y embaucadores, pues le hacen creer a los yerbabuenenses que hay un tesoro enterrado en el cerro del Pilón: “Este cerro les tiene un tesoro escondido en sus cuevas. Un tesoro que vale el rescate de Todos Los Reyes” (sic, p. 27).

Por su parte, María Magdalena Lucía Solís Castillo, gemela de Eleazar Avelino, resulta sexoservidora, ninfómana, caníbal y hasta practica sacrificios humanos para rejuvenecer: “Y Magdalena (…) toma el cuchillo grande. Y clava ese cuchillo grande en el pecho del hombre (…). Y Sus Santas Manos (sic) desencajan el corazón latiente. Y Magdalena (…) cierra Sus Ojos (sic) ante este corazón. Y, en el cáliz, pone sangre de hombre viejo sobre sangre de pollo. Y Magdalena Solís bebe, y Su Piel (sic) se hace más turgente y, Sus Manos (sic), más delicadas” (p. 116).

Todo esto contagiará a los “súbditos” y aquello se convertirá en una sucursal del infierno. La matanza final, entre soldados y “súbditos” endemoniados, sólo confirmará la degradación alcanzada.

Pero no es la proliferación de estos nuevos Niños Fidencios reencarnados, de hecho predecibles en un contexto tan atrasado en todos los sentidos, lo que aldabea nuestra curiosidad, sino el estilo del autor tan tijereteado en ocasiones, abundante en renglones de dos y tres palabras, y el empleo excesivo de mayúsculas en las palabras: “Y la brisa peina Su Santa Cabellera, y Sus Ojos irradian Ese Resplandor Violeta Que Toca Cada Rostro Y La Palma De Cada Mano Yerbabuenense” (p. 76), “Y más acá, La Sacerdotisa De La Sangre, La Bruja Sangrienta, La Sangrada Diosa Puta mira al Curandero, al Brujo, al Gran Dios Cayetano Cuya Fuerza Crece Sobre La Yerbabuena” (p. 120).

¿Podría tratarse de una nueva estética destinada a renovar el gusto por la lectura, intercalando letras de diversos tamaños y recortando los renglones? Este último procedimiento logra que las páginas luzcan más accesibles, sobre todo, para los niños.

Otra característica del autor es la reproducción de frases, trazos y párrafos. Nos da la impresión, en algunos casos, que Felipe Montes busca producir un efecto de eco en el lector: “Ándele, Mamá. / Sáquese de aquí. / Sáquese de allí. / Sáquese. / Sáquese. / Sáquese. (…) / Ándele, mamá. / Sáquese. / Sáquese. / Sáquese” (p. 18-19), “Está por ahí. / Está por acá. / Está por allá. / Por allá. / Por allá. / Por allá” (p. 120).

También hallamos efectos cinematográficos, como esta secuencia que se repite varias veces: “En la madrugada, los dos muchachos, Héctor y Sebastián, llegan exhaustos, rasguñados y rojos, a la estación de guardias de Villagrán. / Y llegan los dos muchachos. / Y Héctor Solís y Sebastián Guerrero llegan corriendo a Villagrán. / Y llegan esos dos jóvenes a mitad de la madrugada. / Llegan ahí en la madrugada. / Llegan en la madrugada los dos muchachos. / Llegan en la madrugada” (p. 146-147).

 

* Felipe Montes. Yerbabuena. Monterrey, N.L.: UANL /Veintisiete Editores, 2014. 166 pp.

 

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