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1802 24 Marzo 2015

 

 

MALDITOS HIPSTERS
Grandeza de luchadores contra bajeza de promotores
Luis Valdez

 

Monterrey.- Una cosa es criticar a un escritor porque exhibe a los promotores que no respetan a sus luchadores contratados, y otra lamentarse por la muerte de un hombre de la talla del Hijo del Perro Aguayo.

Así sólo confirmamos la irresponsabilidad de los servicios médicos en un deporte que es orgullo nacional.

Hace un par de años me publicaron una crónica en el libro A dos de tres caídas, editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León. En mi admiración por las luchadoras profesionales y mi constante asistencia a la Arena de la LLF, en el centro de la ciudad, opté por escribir sobre el talento de Polly Star.

Por supuesto que no escapó de mi crónica el momento en que una luchadora se detuvo a mitad de la pelea y sujetando a una contendiente gringa le gritó al promotor: “Págame o la mato”. A esto, el promotor sólo soltó una risita y el público (incapaz de asimilar la escena más allá de las tres caídas) gritó un contundente “¡mátala!”

En la Casa Universitaria del Libro, en plena presentación dominguera, uno de los presentadores aprovechó sus quince minutos de fama frente al micrófono para criticar a los escritores (prietitos en el arroz) de la antología que se habían atrevido a cuestionar a la práctica de la lucha libre, a los deportistas o a los promotores. Por supuesto que alguno mencionó en su texto el uso de salsa cátsup o sangre artificial. Ese es un chiste de barrio, cuando en la mayoría de los casos sí resulta sangre real. Pero los chistes de barrio se aceptan. Si los deportistas beben o fuman o hacen lo que les venga en gana cuando no trabajan, no es de mi incumbencia. Eso no me involucra como espectador de maravilloso deporte. Pero si un promotor recibe el reclamo de que no le paga a sus luchadoras, eso (al menos en mi caso) sí indigna.

Las condiciones de atención médica para los luchadores, son precarias en un país donde los derechos laborales, humanos y todos los servicios básicos, son precarios. Los hay promotores de barriada y otros de grandes escenarios como la Arena Monterrey. A los espectadores sólo nos queda ver a Jerry Estrada lastimado de una pierna pidiendo apoyo económico en luchas del Gimnasio Nuevo León, al igual que a Martha la Sarapera en la LLF. Y luego vemos la manera en que sacan al Hijo del Perro aguayo en un triplay.

Pero hay promotores que no aguantan la mención de esto. Micrófono en mano, el presentador-promotor, maestro universitario (el único detalle por el que lo respetaba) cacaraquea que mi texto es una falta de respeto a los deportistas que sudan sangre en su trabajo, a las familias (madres, padres, hijos) y todo el respetable público que se encuentra en el lugar, y sobre todo a los promotores de un deporte que es orgullo del país gracias a ellos. Y que me suba al entarimado para que le sostenga lo que escribí. Yo estoy justo enfrente de él, enfrente de Genaro Saúl Reyes, tomándole fotos con toda mi admiración.

Pero en vez de subir me quedo estupefacto por sus palabras de luchador exótico encorajinado. Y lo peor, me doy cuenta que aun estando frente a él, no me reconoce (porque ni siquiera me conoce), a lo que aprovecho para mentarle la madre a metro y medio de distancia, mientras él seguramente espera que el tal Luis Valdez entre por la puerta principal del lugar, gritando como si fuera el luchador rudo del cartel.     

Y al día siguiente me dicen: “Hola, prietito en el arroz… ¿Ya viste la nota en el periódico?”

Vaya, mi nombre en una nota del periódico, justo con los nombres de otros dos escritores prietitos en el arroz.

¿Es indigno cuestionar los usos y costumbres de un promotor de lucha libre que dice que su evento es legal, aunque se tarde en pedir atención médica para un luchador que ha quedado inconsciente?

Si navegan con la bandera de que gracias a ellos el país se puede enorgullecer de este deporte, ¿debemos forzosamente también a estar orgullosos de ellos?

¿Por qué un año después un amigo periodista entrevista al promotor, maestro universitario (insisto, el único detalle por el que lo respetaba) y el señor, como buen intelectual de corral, aprovecha para despotricar contra mí, diciendo que soy una persona vil y que escribo con las patas (lo cual intento en mis ratos de ocio, pero mi dedo gordo es demasiado torpe). ¿Acaso los cronistas somos de la noche a la mañana personas respetables a las que se nos puede manchar alguna reputación?

¡Por favor! El punto es que estamos hablando de lucha libre, y cuando se trata precisamente de lucha libre, hay sudor, hay sangre y hay muertes irresponsables.

 

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