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1830 1 Abril 2015

 

 

Reconocimiento a Alfonso Reyes Martínez
Humberto Salazar Herrera

 

Monterrey.- Quisiera, en primer lugar, expresar mi agradecimiento a las autoridades universitarias, y al maestro Alfonso, por invitarme a hablar en esta ocasión tan especial… En buena hora la Universidad Autónoma de Nuevo León otorga el Reconocimiento al Mérito Editorial al maestro Alfonso Reyes Martínez, por sus muchos méritos y realizaciones en este ámbito de la cultura de Nuevo León.
    
Un recuento sucinto de sus aportaciones nos deja ver, al menos, cinco proyectos o emprendimientos principales en que esta actividad se expresó:

  1. La revista Salamandra en sus dos épocas, en los años sesenta y noventa.
  2. Su desempeño como diseñador del suplemento cultural “Aquí vamos”, del periódico El Porvenir, a partir de 1982.
  3. Su trabajo como diseñador y editor en las oficinas de Acción Cívica y Editorial, en diferentes épocas.
  4. Su labor como titular de la Coordinación de Publicaciones del Gobierno del Estado, en los años noventa.
  5. Su trabajo actual como diseñador y editor en la Dirección de Imagen Institucional de la Universidad.

 

Además de estos cauces principales, Alfonso Reyes Martínez ha colaborado como creativo y director artístico de un sinnúmero de publicaciones periódicas y producciones bibliográficas, incluyendo sus propios libros de poesía, que se distinguieron siempre por su limpidez tipográfica y su diseño innovador. Recuerdo, por poner algunos otros ejemplos, el logotipo del Instituto de la Cultura de Nuevo León, que dirigió don Raúl Rangel Frías, un logo muy sobrio y elegante, de inspiración helénica, que fue obra de Reyes Martínez. Y también recuerdo, aunque no lo conservo, por desgracia, un cartel con un texto de Humberto Martínez, “Borges y el zen”; así como su edición de la “Oda a la tipografía” de Pablo Neruda.
    
¿De dónde le nació a Poncho Reyes –como le decimos sus amigos– este amor por la tipografía y el diseño gráfico? Sólo quienes no lo conocen pueden hacerse una pregunta como ésta. Porque es obvio que este amor –por cierto: siempre bien correspondido– es congénito, pues le fue inoculado por su padre, el profesor Alfonso Reyes Aurrecoechea: impresor, periodista, dibujante, crítico de arte y escultor.
    
Por la calle Adolfo Prieto, en el número 2407 oriente, a unos pasos de la Fundidora, se encontraban los talleres de la Editorial “Alfonso Reyes”, fundada por el padre de Poncho en 1965. En esos talleres fue donde nuestro homenajeado veló sus armas iniciales como futuro maestro tipógrafo, editor y diseñador, afanes en los que tuvo la compañía de algunos talentosos artistas plásticos de Nuevo León.
    
Porque esa fue, ciertamente, una circunstancia muy afortunada: que los escritores que accedieron a la escena cultural y literaria de nuestra ciudad en los años cincuenta y principios de los sesenta, del siglo pasado, coincidieron con una generación de artistas plásticos de primera línea, entre los que podemos mencionar a Gerardo Cantú, Armando López, Guillermo Ceniceros, Esther González, Saskia Juárez, Manuel Durón, y muchos más, todos ellos formados inicialmente en el Taller de Artes Plásticas de la Universidad. La buena suerte fue que escritores y pintores coincidieron en muchos proyectos culturales de la época. Uno de los primeros, en el tiempo y en la importancia, fue Vida universitaria, periódico que editaba el Patronato Universitario y que dirigió el profesor Alfonso Reyes Aurrecoechea entre 1951 y 1960.
    
De modo que queda muy claro que Alfonso Reyes Martínez heredó el amor por los libros y las publicaciones, y la competencia –como se dice ahora– de fabricarlos con belleza y esmero, de su padre talentoso. Pero Poncho no hizo lo que aquel personaje de la historia bíblica, que enterró sus talentos heredados para conservarlos, sino que se puso a trabajarlos con dedicación y paciencia, y con el tiempo los vio multiplicarse... Son las muchas realizaciones de que les hablé al principio: en el Gobierno del Estado, en las oficinas municipales, en varias escuelas universitarias y en la Normal Superior del Estado.
     
Tuve el privilegio de trabajar con el maestro Alfonso Reyes Martínez a principios de los años noventa, en la Coordinación de Publicaciones del Gobierno del Estado, de la que él era titular. Allí aprendí como se aprenden las cosas que valen la pena: viendo a los que saben cómo hacerlas bien. Nuestras conversaciones de esos años estuvieron salpicadas de versales y versalitas, cornisas y líneas viudas, arracadas y capitulares, solapas y portadillas… nuestro pan de cada día. Publicamos en esos años un buen número de libros de toda índole. Entre las ediciones más valiosas estuvieron las facsimilares de Kátharsis y Armas y Letras, dos publicaciones universitarias de los años cuarenta y cincuenta.

En paralelo al trabajo en la Coordinación, aunque en forma independiente, Reyes Martínez tuvo la buena idea de convocarnos para revivir, en una nueva etapa, la revista cultural que había publicado en los años sesenta: Salamandra, bautizada así, me imagino, en homenaje a Octavio Paz, poeta del que Poncho Reyes supo aprender la claridad y transparencia que muestra en su poesía.
    
Se publicaron 10 números de la Nueva Salamandra entre 1991 y 1993, en los que colaboraron los más importantes creadores del estado y de fuera. También en esta segunda época, como en la primera, se dio la participación, como ilustradores, de algunos de los artistas más notables de la entidad.
    
No tengo la menor duda de que Salamandra, en sus dos épocas, fue la más importante revista literaria de Monterrey. Y ello en primer lugar porque, a diferencia de publicaciones anteriores, fue la primera publicación literaria que incorporó plenamente, como un elemento esencial, el diseño gráfico. Las anteriores revistas tenían casi siempre un formato tipo mortaja, más bien conservador.
    
Pero la contribución de Reyes Martínez no fue solamente la de un diseñador, sino la de un editor en todo el sentido de la palabra. Editor y orquestador cultural, porque Salamandra fue un importante puente de conocimiento y comunicación entre los escritores de Nuevo León y los del resto del país. En los 9 números de la primera Salamandra, publicada entre 1969 y 1973, colaboraron junto a los escritores locales autores tan reconocidos como Octavio Paz,  José Revueltas,  José de la Colina,  Juan Bañuelos, Dámaso Murúa, Isabel Fraire, Thelma Nava, Alejandro Aura,  Juan Tovar, René Avilés Fabila, Esther Seligson, Francisco Sánchez,  José Agustín y Gastón Melo… y de otras latitudes, los brasileños  Jorge Amado y Aníbal Machado, el poeta polaco Edward Stachura, el torero español  Juan Belmonte y el escritor uruguayo, recientemente desaparecido, Eduardo Galeano.
    
También en los años setenta, Reyes Martínez dirigió dos revistas universitarias institucionales muy importantes: Armas y Letras, en el año de 1970, a la que dio un nuevo formato, acorde con sus ideas sobre este rubro, y Cathedra, revista de la Facultad de Filosofía y Letras. En ambas se deja ver fácilmente el influjo de sus ideas renovadoras y su liderazgo cultural.
    
En los años ochenta, desarrollará en paralelo el trabajo editorial en las oficinas municipales y estatales de Acción Cívica y Editorial, donde se publicarían numerosas obras de todo tipo, y el diseño artístico del suplemento cultural “Aquí vamos”, en El Porvenir. Este suplemento, como ustedes recordarán, lo fundó y dirigió Jorge Cantú de la Garza en sus primeros años, y se publicó semanalmente durante más de 10 años. “Aquí vamos” fue el semillero de las generaciones actuales de artistas y escritores que producen en nuestro estado. Y aquí también, como en los proyectos anteriores, aunque en una dimensión sin duda mucho más amplia, tendrían cobijo los artistas visuales junto a los intelectuales y escritores locales y nacionales. Por cierto, este suplemento cultural fue el primero que pagó sistemáticamente a los artistas por sus colaboraciones, iniciando en forma incipiente el proceso de profesionalización de los creadores, y su reconocimiento más allá de los espacios propiamente culturales, entre la población general, por el amplio tiraje que siempre mantuvo, encartado en la edición dominical del periódico.
    
Por estas y otras razones similares, me congratulo, con todos los asistentes, de ser partícipe de este merecido homenaje a uno de los forjadores de la actividad editorial y literaria en nuestra ciudad durante la segunda mitad del siglo anterior, y antecedente principal del actual auge editorial que vive Monterrey, una de cuyas mayores expresiones es esta Casa del Libro y la labor editorial universitaria.
    
Felicidades, maestro Alfonso… reconocer y señalar lo valioso de su trayectoria, honra a nuestra Universidad.

 

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