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1831 4 Mayo 2015

 

 

¿Por qué actuamos diferentes los adultos y los adolescentes?
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- El cerebro no termina de conformarse durante la infancia. En otras palabras, infancia no es destino; el desarrollo de la mente no cesa ni en la adolescencia, ni en la madurez, lo cual contradice las conclusiones precipitadas de la pedagogía clásica.

Está comprobado que no es en la infancia sino en la adolescencia cuando se transforma la corteza prefrontal. Es entonces cuando nuestra mente desarrolla la capacidad de tomar decisiones, frenar actitudes temerarias y controlar los instintos básicos.
     
Pero es también en la adolescencia cuando evolucionan las regiones cerebrales utilizadas para la interacción social. En un partido de futbol, por ejemplo, un penalty fallido de nuestro equipo preferido genera gestos muy similares entre la joven afición: gruñidos, manotazos y ceños fruncidos son elementos automáticos, instintivos de empatía social; señas de identidad colectiva.

Lo más interesante es que la corteza prefrontal, sobre todo en su región mesial, se activa especialmente en la adolescencia y se reduce en la madurez. Por eso los jóvenes son más sociales que los adultos, más apegados al grupo y a su comunidad. Jóvenes y adultos son diferentes en sus respuestas de decisión colectiva: los adultos dejarán de ser tan solidarios y tan apegados a los demás porque en la madurez la disminución de la corteza prefrontal mesial nos conduce a ser más egoístas y a vivir en introspección, con nosotros mismos.

De igual forma, la gente mayor corremos menos riesgos. Cuando conviven en grupo, los adolescentes suelen ser más audaces y a veces suicidas: se arrojan de un segundo piso a una alberca, juegan irresponsablemente con un arma o ruedan a contraflujo del tránsito vehicular en una tabla con ruedas.

El trasfondo de este comportamiento fisiológico es querer impresionar a los demás, impulsados por su sistema límbico, más hipersensible a su edad que a la nuestra y que procesa emociones y brinda aparentes recompensas como “disfrutar el momento”. Tras el paso a la edad adulta, el sistema límbico se estabiliza y dejamos de correr riesgos “gratuitos”.    

Al mismo tiempo, esta disminución de la masa de corteza prefrontal nos vuelve a los adultos más ligeros de humor, se reducen nuestros ciclos de mal genio, y eliminamos tanta carga de vergüenza, como sí la sufren nuestros hijos, incapaces de saludar a gritos en público a un conocido (de ahí su socorrida frase: “¡qué oso, papá!”). No es pues, un problema de hábitos, ni de educación; es un asunto fisiológico. No condenemos a los adolescentes porque sería como reprocharles su corteza prefrontal mesial, o criticar su sistema límbico.

 

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