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1860 12 Junio 2015

 

 

Disección de las ricas de San Pedro
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Vino a Monterrey un joven dramaturgo y director de teatro catalán, conocido mío. Una señora millonaria de San Pedro, medio malinchista, le patrocinará el montaje de una comedia suya sobre las costumbres de una familia adinerada.

Le informé a mi amigo que los ricos de Nuevo León no son gente de fiar: están contigo y luego con otro, según sople el viento en el teatro y en las elecciones políticas (pregúntenle a Ivonne).

La mecenas invitó a mi amigo a comer a su residencia. Y para adecuar el prometido montaje de su obra, el catalán me pidió orientación sobre las costumbre de las sampetrinas, así que le sugerí memorizar las Normas del perfecto invitado, de su paisano español Julio Camba. Desde el principio, las cosas para el dramaturgo pintaron mal: es cierto que ha escrito un par de obritas sobre la clase alta, muy al estilo de Strindberg, pero del dicho al hecho, hay mucho trecho.

El problema para mi amigo (que no es persona de dinero) no es que los ricos de Cataluña sean distinto a los ricos de Nuevo León. El problema es que los ricos de cualquier país viven en otro mundo, ajeno al nuestro, y uno no tiene acceso a sus vidas íntimas como para retratarlas fielmente en una obra dramática. Algo parecido le pasó al escritor romántico Próspero Merimeé. En 1830 a Próspero se le antojó viajar a Dalmacia para escribir un libro sobre las costumbres de esa región de la costa adriática. Se documentó a conciencia para el viaje pero notó casi a punto de irse que le faltaba algo muy importante: dinero. Así que decidió, antes de partir, escribir un libro sobre Dalmacia, y con las regalías, financiarse su estancia allá. El libro resultó un éxito de ventas, a Merimeé se le consideró desde entonces el mayor erudito sobre las costumbres de Dalmacia, al punto de que ya le dio flojera y decidió no conocer nunca aquella región.

No digo que mi amigo, el dramaturgo, no pueda llegar a ser una autoridad teatral sobre las costumbres de los ricos, sino que le falta investigación empírica. El caso es que ya sentado a la mesa de Doña Billetes, el dramaturgo catalán se apegó a lo aprendido en el libro Normas del perfecto invitado: “cuando aparezca en la mesa un plato notoriamente inferior a todos los otros, elógielo sin reserva. Indudablemente ese plato es obra de la dueña de la casa”. Así, mi amigo se desvivió en elogios sobre el platillo más insípido de los servidos y la anfitriona lo paró en seco: “es foie-gras enlatado, joven, lo venden igual que las whiskas de gato”.

Dado que las sampretrinas no suele exhibir buenas maneras, le incomodó a mi amigo que su anfitriona tomara la sopa con el típico ruidito vocal. Así que le soltó un elogio sarcástico: “Qué sopa tan rica. Es la mejor sopa que he oído en mi vida”. No le agradeció el cumplido. Y es que las ricas de Nuevo León, por dárselas de originales, por evitar lo sofisticado, terminan prefiriendo lo simplón. Por ejemplo, si la energía eléctrica es de uso generalizado (aunque la tarifa sea carísima) ellas deciden cenar a la luz de candelabros. Y si la mayoría de la gente tiene calefacción en su casa para el duro invierno, las ricas de Nuevo León prefieren arrimarse a la chimenea de su sala.

Cuenta mi amigo que, pesa a todo, la cena fue exquisita y adrede dejó esa noche su rigurosa dieta vegana. Siguió pues, al pie de la letra, lo estipulado por las Normas del perfecto invitado: “cuando le ofrezcan una comida excelente, mande la dieta a paseo; lo mejor de cualquier régimen es el placer de quebrarlo” (un placer que puso de moda el Bronco en la pasada contienda, tan gustoso de quebrar el régimen local de partidos). Al final de la velada, mi amigo salió de la mansión convencido de que los hábitos de las ricas son estandarizados, aquí o en China y es lo único verdaderamente parejo en este mundo lleno de desigualdades.

 

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