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1865 19 Junio 2015

 

 

MUROS Y PUENTES
La misma vieja canción
Raúl Caballero García

 

Monterrey.- Esta mañana cuando leí de la masacre en Charleston, supe que ocurrió a la misma hora en que anoche yo editaba y corregía unos apuntes sobre Billie Holiday y su canto y su vida y sobre todo sobre Strange Fruit.

A las 9:05 p.m. (de acuerdo a un despacho de Notimex) cuando yo me irritaba y me conmovía una vez más al ver en mi mente –escuchándolo en la voz de Billie– ese poema que narra el horror de los linchamientos de afroamericanos en EU, ocurría el tiroteo con el que el presunto asesino, el joven angloamericano Dylan Storm Roof (21 años) mataba a nueve personas dentro de un emblemático templo.

El racismo, el odio que lo mueve, sigue en el corazón de mucha gente en este país; y el uso indiscriminado de armas de fuego se desata –implacable– en sus manos. Aparentemente la pistola con la que Roof masacró a los afroamericanos que estaban dentro de la iglesia Episcopal Metodista Africoamericana Emanuel (AME, por sus siglas del inglés) se la regaló su padre cuando cumplió los 21 años.

La primera noticia de esta nueva masacre me la dio Mita, a primera hora de la mañana; minutos después cuando lamentábamos el suceso, le dije que yo –iluso– cuando Barack Obama ganó la Presidencia había pensado que su presencia en la Casa Blanca ayudaría de alguna manera para que el racismo y su violencia aminoraran en el país. Hace rato el presidente, al lamentar esta nueva tragedia, “particularmente dolorosa”, se mostró contrariado una vez más al soltar que tiene que hacer este tipo de declaraciones demasiadas veces. Dijo que la nación debe reconocer que “este tipo de masacres violentas no pasan en otros países avanzados”. No “con esta frecuencia”.

En conferencia de prensa Obama señaló el lugar de los hechos, un “lugar en el que buscamos consuelo y paz, un lugar de oración”, un lugar, dijo, que fue fundado por afroamericanos que buscaban su libertad; “un lugar sagrado en la historia de Charleston y en la historia de los Estados Unidos”.

Las palabras de Obama me llevaron a asomarme a la popular enciclopedia recién distinguida con el premio Princesa de Asturias: la Wikipedia. El templo de la Episcopal Metodista Africoamericano Emanuel, en Charleston, es un sitio simbólico para los afroamericanos no sólo porque es su templo más antiguo en la historia del país, sino porque es un templo que virtualmente surge cuando en 1787 Absalon Jones y Richard Allen, dos esclavos que habían sido liberados, fundan un grupo religioso llamado Sociedad Negra Libre, a través del cual le hacían frente –en Filadelfia– a las acometidas de los blancos que buscaban restringir la asociación de negros. Luego, en 1816, aquel grupo se transformaba en la AME y meses después abren su primer templo en Charleston, Carolina del Sur, paradójicamente uno de los estados más racistas. Su actual nombre se le da luego de la guerra civil en 1865.

Aún antes de atrapar al presunto autor de la masacre, el jefe de policía de Charleston calificó el acto como “un crimen de odio”... una expresión común en Carolina del Sur, si tomamos en cuenta que ese estado tiene en su seno hasta 19 grupos de odio.

Según el Southern Poverty Law Center (SPLC, ver su “Mapa del Odio”), en Carolina del Sur están activas 19 agrupaciones racistas cuyas características van desde ser antiinmigrantes, hasta pertenecientes al Ku Klux Klan, neo nazis, anti-LGBT y nacionalistas blancos, es decir toda una gama de niveles del odio, que al decir del SPLC la promoción de la cultura anglo de éstos últimos nace y culmina en un “consejo de ciudadanos conservadores”, cuyos preceptos son oponerse a la integración racial y a las políticas que “denigran” el “patrimonio europeo-estadounidense”.

Entre las víctimas de la masacre se cuenta el reverendo Clementa Pinckney, senador de ese estado y quien participaba en una clase bíblica interrumpida por las balas. El senador Pinckney, demócrata, apenas unos momentos antes había participado en un mitin de campaña respaldando a Hillary Clinton en Charleston. El mensaje de Obama hace una alusión crítica a las reiteradas tragedias causadas por armas de fuego; de hecho termina exponiendo al pueblo estadounidense que algo debe hacerse al respecto; es de esperarse que el asunto sea abordado en las campañas políticas, y ya se esperan de hecho las palabras de condena de Hillary y la pauta para abonar al debate.

Pero, lamentablemente, como dice un colega, no pasará nada. Nada pasó luego de la masacre de 20 niños (y 6 adultos, la madre del asesino y su propio suicidio) en la escuela primaria Sandy Hook, de Newtown, Connecticut en diciembre de 2012. Ahora, en este país donde se incuban y detonan “este tipo de masacres violentas” (entrecomillando las palabras del presidente) nada se hará al respecto. Vendrán discusiones y debates en programas televisivos, sin duda manifestaciones de muy diversa índole protestando y condenando el acto y su motivación: el racismo, el crimen de odio, y después todo se diluirá en lo cotidiano. No habrá pasado nada.  Y nada pasará porque aquí la Constitución no se presta a una enmienda de esa clase, una que prohiba o controle el uso de armas; la Constitución no se presta para modificar el derecho de portarlas. La gran asignatura pendiente en este país.

Eso es un hecho, no sucederá nada, es un fatídico Cold Fact. No creo equivocarme si apunto que cada afroamericano muerto por balas de blancos, cada miembro de una minoría racial muerto por las balas de blancos en las muy diversas circunstancias como han ocurrido últimamente, como en un goteo de la muerte entre masacre y masacre, son como aquellas ejecuciones del pasado, el aberrante acto de linchar. Las masacres de hoy son los linchamientos de ayer. La profunda voz del dolor, la triste y dulce voz de Billie, la misma vieja canción, ese viejo blues de casa, se escucha de nuevo con toda la carga de escalofriante actualidad. Y como si no pasara nada.

 

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