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1871 29 Junio 2015

 

 

Más estampitas de protestas escolares
Joaquín Hurtado

 

Monterrey.- Muy temprano en la Macroplaza se goza el reencuentro  entre compañeros de plantel, conocidos del gremio docente, amigos de generación, familias ávidas de respuestas. Todos exigiendo certidumbres imposibles frente al desfiladero laboral.

Niños en carriola se estrenan como bloqueadores profesionales. Uno atisba riesgos, sacrificios, devoción entre los venidos de las varias fisuras urbanas. Mucho anhelo de expresar la inconformidad entre estos profesionistas abrumados de mil tareas en el aula. Proceden de todas las tendencias políticas.

Las orejas de Gobierno se embozan entre los monumentos de la plaza pero no importa, la lucha es legítima, mística. Caminante no hay camino, se hace historia al marchar. Todos cabemos, todos valemos. Veo atiborradas las calles adyacentes con globos blancos, emblemas de paz y concordia. Un homenaje a la ingenuidad vigilada.

La plaza está teñida de rojo cardenal. No tengo nada contra los portadores de insignias coloradas, pero ese color me recuerda algo indecente. La escena parece evento proselitista de una candidata perdedora, cuyas bellas facciones fueron despedazadas por unos comicios inclementes. Esto de las marchas en plena transición es buen negocio para grupos de poder desplazados. A río revuelto ganancia de despechados.

O mis ojos son unos viejos desencantados o qué bárbaro, qué gentío. Y ahí tienes, el ágora ruge y apenas va a la mitad de su cupo. Con buen ánimo quiero leer el evento y me acuerdo. La marcha del 26 de junio en Monterrey dobla su apuesta en cantidad y calidad de participantes. La convocatoria del magisterio en rebelión se alimenta con cálculos optimistas de los mismos presentes, en promedio cuatro mil personas. Un éxito. Puro hartazgo articulado por redes virtuales.

Ora en la plaza, ora en la calle, siempre en la vanguardia, versificando la rabia allá en la cola de la manifestación, siempre resaltan las maestras. Hervidero demográfico de hormigas de fuego. La avalancha humana se vuelca en el espacio urbano con ánimo desinhibido, confiado, jubiloso. Viene a un sepelio. Ansía el momento de bailar por el sexenio ido, prisa por enterrar a los fantasmas del autoritarismo escondido en la Evaluación.

La muchedumbre está molesta por lo chafa del show evaluador de la SEP. Es frágil su resistencia en la miseria de un plantel rural, en el horno de una escuela de lámina. Un juego de intereses estratégicos atraviesan el pliego petitorio, decálogo que replantea toda la Reforma, todo el Estado. Recelos a flor de piel, fuerzas numéricas rebasadas. Maquinamiento justiciero enfrente de un coloso destripado: el SNTE, hoy fantoche que juega el papel de tonto útil.

La marcha está a punto y parte a la hora citada, se dirige a la reconquista de su efímero imperio de cemento y smog. Toma Zaragoza, Washington, Juárez y enfila hacia el sur. Arriba, en las estribaciones de Padre Mier, se topa con el primer amago, la primera represa para sus pasiones al rojo. Entre Morelos y Ocampo hay un vivo tironeo. Entre el paso y el tenteaquí se sabe que de muy arriba dijeron que la marcha no debe seguir.

El reclamo estuvo a un pelo de irse a los golpes. Qué fácil es caer en los bochornos de la nota roja. Escaramuzas entre policías y marchantes  confirman el pronóstico fatalista del tribunal reticular.  Varios batallones traen la consigna de ejecutar planes radicales de contención social. Un sistema de barrera y repliegue táctico hizo gala de coordinación eficaz. Bien precisa la coreografía de los uniformados, casi todos chavos, muchos de ellos podrían ser mis hijos o ex-alumnos. El cuerpo del maestro se puso de pechito contra las macanas encapsuladas. Qué vergüenza.

La prensa saca al día siguiente una cabeza tendenciosa denunciando peligrosas proximidades corporales entre los maestros y la Fuerza Civil, la policía militarizada. Así se da cobijo a la noticia amarilla sobre la orgía de los anarquistas magisteriales. Una lectura interlineal desliza la posibilidad de que los profesores sean vulgares mercenarios dirigidos por políticos resentidos. O por los yanquis. Incluso por un complot masón-comunista.

Este país escatima recursos en educación pública pero cómo le gusta derrochar en instrumental para la guerra. Esto significa más o menos: “Estoy cagado por la Modernización punitiva” y cosas así. Monstruos y vicios discursivos del minisalario enamorado de su reflejo.

Atados a las vías del pasado debemos escrutar el futuro y llega la locomotora. En la calle hay trabucos militares disfrazados de simples cuicos, una frontera apenas codificada en mis quehaceres cotidianos. Experiencia en primera persona de un sistema empeñado en racionar la violencia en su propio beneficio.

Mi ciudad es hostil al reclamo masivo. Aunque neutral, su espacio luce ferozmente patrullado. Se ha actualizado la maquinaria bélica para el control de los disensos. El precedente fue la guerra narcopolítica, la consecuencia es la paz esterilizada de toda voz crítica. No hay más alternativa para el descontento popular que la delgada línea roja del miedo. 

Hay que respetar en todo momento el cordón, la trinchera de saliva de dientes para adentro. Las garantías civiles se delimitan por zonas tenues de semántica inexacta. Hablar con la lengua del verdugo es hoy negocio redondo. Por eso la Evaluación excluyente está ganando el debate.

Al magisterio analógico de hoy se le atenaza con programas de calidad del siglo pasado para asegurar la fuerza cibernética del mañana.

Sólo los locos tienen miedo a la evaluación. Los cuerdos se auto-evalúan para excluirse de aquéllos.

 

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