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1899 6 Agosto 2015

 

 

Off limits
Samuel Schmidt

 

Ciudad de México.- En inglés, cuando se le quiere indicar a alguien un límite se le dice que el tema o la cuestión referida está off limits.

El interlocutor entiende que el tema esta reservado y no insiste. Es una suerte de respeto a la privacidad.

El tema me vino a la mente ahora que estuve en la isla de Holbox, que se encuentra en la punta de la península de Yucatán.

Yo había leído algo sobre la isla, y recordaba que habían encarcelado a varias personas, así que aunque fui a nadar con el tiburón ballena, me entró lo curioso e interrogué al primer taxista que tuve oportunidad, quien me dio una versión, la que corroboré en parte con el capitán que nos llevó a nadar con el tiburón.

La historia resumida es la que ha sucedido tantas veces en el país. La Coca Cola empezó a comprarle la isla a los ejidatarios que se deslumbraron con varios millones de pesos por sus parcelas, las que a lo mucho producen coco, aunque la actividad central es la pesca y algo de turismo.

Algo así como 60 ejidatarios vendieron varias decenas de hectáreas junto con sus derechos agrarios, pero quedaron 55 más que se negaron a vender (los números pueden variar porque nadie me daba una cifra confiable).

Ahora los precios han subido para convencer a los renuentes y los que ya vendieron dicen haber sido engañados, y lo sostienen aunque les muestran lo que firmaron. “No leyeron lo que firmaron”, me dijo con fuerza un informante. El caso es que hay quien dice que si los precios subieron ellos deben cobrar el diferencial y quieren más dinero. En el ínterin hubo un evento donde alguien cortó el manglar y llegó la marina y detuvo a 16 personas que encarceló; me dicen que entre éstos iba gente que no tenía nada que ver con el evento, pero aún así se pasaron seis meses en la cárcel.

Intimidación pura y dura para los renuentes a vender. Hasta aquí esto parece ser un asunto de alguien que vendió mal y alguien que compró muy bien y el uso de la fuerza del Estado para callar a los que protestan.

Pero el tema de fondo es que la Coca Cola (uno de los informantes dijo que era dinero árabe) quiere la isla para hacer un gran desarrollo con grandes hoteles, lo que indudablemente afectará de una forma drástica el ambiente a donde llega el tiburón ballena, pelicanos y flamingos. Doy por supuesto que el capitán que me llevó al paseo saldrá del negocio o entrará a trabajar para la Coca Cola con la correspondiente reducción de ingresos.

De regreso a tierra firme una amiga que vive en Puerto Morelos me dijo que iba a una protesta porque en Cancún estaban arrasando con los manglares alrededor de una plaza comercial.

En el hotel donde me quedé en la Riviera Maya había una porción importante de manglar que estaba muerta, alguien me dijo que lo había matado un huracán, lo que se me hizo raro, porque tenía un canal artificial en medio y no creo que los huracanes arrasen con cuadrados bien trazados.
Encuentro entonces el común denominador de la depredación del ambiente. La destrucción de la naturaleza por propósitos económicos que bien pueden evitarse.

Que quede claro que ésta no es una defensa romántica de un manglar y sus mosquitos, simplemente es la conciencia de que destruir el ambiente para aumentar el valor de las acciones de una empresa, me parece un acto de bestialidad ecocida.

Me decía mi amiga: menos mal que se paró el Dragón Mart. Y es que sin caer en el nacionalismo ramplón, resulta que los depredadores resultan ser grandes corporaciones, la mayoría extranjeras (por supuesto que hay que meter aquí a Grupo México, que no se toca la cartera para remediar el mucho daño que ha causado).

Mi nieto de ocho años nadó con el tiburón ballena y preguntó si en algún momento de su vida volvería a Holbox; yo me resistí a decirle que metiera muy profundo en sus recuerdos la experiencia, porque para cuando sea adulto, el capitalismo salvaje se habrá encargado de meter a uno de esos tiburones en un acuario, mientras destroza su hábitat para ganarse unos dólares.

Nada hoy en día parece estar off limits para la voracidad de los grandes depredadores económicos, ya sea la explotación de petróleo en zonas en riesgo, arrasar los bosques de la amazonia, poner en peligro al oso polar, extinguir especies, si eso a cambio le produce fortunas a los directores de las empresas. Para ellos, esa es la señal de la modernidad, para muchos más es el despertar de una era de desolación ambiental.

 

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