Suscribete

 
1910 21 Agosto 2015

 

 

De nuevo García Lorca
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Se cumple otro aniversario luctuoso del poeta español Federico García Lorca y es prudente alejarse del mundanal ruido y de la crítica del poder, para escribir sobre poesía.

Sin embargo, evocar a este poeta, así sea desde el plano lírico, será siempre un acto de protesta en contra del poder que decide amenazar, hostigar y hasta matar. Uno de los poemas menos comentados de García Lorca es el Soneto de la dulce queja.

En realidad, ningún poema necesita explicación ni hoja de ruta: una metáfora es un mundo paralelo, un universo abierto que se explica a sí misma. Pero es válido desentrañar sus múltiples sentidos, aunque baste para el lector apreciar la cadencia de cada sílaba y la música de cada estrofa.

El Soneto comienza con una declaración desolada: “No me dejes perder la maravilla / de tus ojos de estatua, ni el acento / que de noche me pone en la mejilla / la solitaria rosa de tu aliento”. El poeta convierte su ansia en ruego: pide a su amante que no lo abandone y permanezca a su lado. En la noche reposa sobre su mejilla la rosa solitaria del aliento del ser amado. Los ojos de su pareja son para él de estatua fría, aunque no dejan de ser “maravillosos”.

“Tengo miedo de ser en esta orilla / tronco sin ramas, y lo que mas siento / es no tener la flor, pulpa o arcilla / para el gusano de mi sufrimiento”. Como tronco sin ramas, el poeta teme no tener nada que dar a su ser amado: no cuenta con prendas atractivas o medios de seducción para retenerlo. Ubicado en esta orilla, frente a la otra donde está el objeto de su amor, mide la distancia y sufre por la lejanía. Ambos cuartetos transpiran la soledad propia de una relación agotada, perdida.

“Si tú eres el tesoro oculto mío, / si eres mi cruz y mi dolor mojado, / si soy el perro de tu señorío”. El ser amado es descrito en este terceto como tesoro de virtudes; le reconoce todas las ventajas, así estén ocultas. En cambio, el poeta se flagela a sí mismo; se minimiza: es un tronco sin ramas, “perro de tu señorío”.

“No me dejes perder lo que he ganado / y decora las aguas de tu río / con hojas de mi otoño enajenado”. El soneto termina con una súplica: el poeta le pide al ser amado seguir acompañándolo a lo largo de su vida (las aguas de su río) y prefiere ser su siervo, su sirviente fiel, a vivir en soledad, a la que se evoca con una metáfora de resignación: su “otoño enajenado”.

La persona abandonada ve en los ojos de su ex pareja la frialdad de una estatua, como en el poema de Lorca. Y es protagonista de ese relato cíclico donde se ama en un otoño enajenado. Es decir, en soledad. Quien vive un amor contrariado siente que tiene poco que dar en esa relación, “como un tronco sin ramas” y padece como siempre en estos casos y sufre como si fuese la primera vez en la historia humana.

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com