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1911 24 Agosto 2015

 

 

Resonancias (Antes del Caos), I
Raúl Caballero García

 

Dallas / Monterrey.- En muchos sentidos sigo pensando más o menos como entonces. Entre nuestros postulados, siendo jóvenes, estaba enarbolar nuestra independencia.

Nos envolvíamos en la bandera de lo individual y “rechazábamos” los dogmas, sobre todo los de nuestros padres. Fuimos rebeldes en esencia. Nos supimos libres y adecuamos el significado de libertad a nuestras vidas con una insolente comodidad o con una desfachatez que era un tanto ventajosa, según la quieras acomodar.

Por entonces en Monterrey oír música francesa nos hacía “internacionales”, y leer a los autores existencialistas nos hacía sentir más singulares, incluso originales. A nuestra música la complementaban las lecturas y el cine de la época, pero toma nota que no hablo de lo que hoy llaman “naco” ni de los churros mexicanos de entonces.

La vida que leías en El Porvenir era un espejo pero también una ventana. Veíamos nuestro reflejo y a veces no nos gustaba, procurábamos cambiarlo aunque en realidad no era necesario pues rápidamente se nos arrugaba en las manos, en los días que volaban. El desayuno se volvía, de inmediato, pasado.

En ese entonces El Porvenir era “El Periódico”. Pero también nos asomábamos al mundo de los demás y entonces era peor, tanto, que terminábamos volviendo a nosotros mismos, a nuestros discos, a nuestros viajes, a nuestras películas y nuestros libros, pero sobre todo a nuestra confrontación con los viejos porque no entendían que en el rancho grande nos gustara el jazz o aún más escandaloso, que lo tocáramos. Ahora los viejos somos nosotros y lo paradójico es que hay grupos modernos que no me gustan, pero mira, paradojas así en el pasado se dieron con la generación de nuestros padres y también entre muchos de los hermanos, mayores o no, porque muchos tampoco reconocieron el rock pesado que vino después, muchos apenas sí bailaron con Stan Getz y no pasaron del twist pa’cabar pronto. La pujanza de Monterrey, su fortuna, los absorbió luego luego.

El pasado llegaba y después de leerlo lo arrojábamos a un rincón del futuro o lo abandonábamos sobre la mesa con las sobras del desayuno. En su concepción del tiempo Nietzsche decía que todo da vuelta. Me acuerdo que Magali, que era una neófita... pero qué bonita caón, bien chula la güera, no por nada, parecía modelo y cantaba como los ángeles o si prefieres como las negras, que son únicas para el canto del jazz; ella hacía bromas cuando entre jaiboles platicábamos como si fuéramos verdaderos existencialistas. Era la moda como sabes. Y sus comentarios eran como acotaciones chispeantes, quiero decir que a veces con sorna se reía de nosotros, a veces se reía sola por no sé qué absurda ironía que nomás ella encontraba en sus propias palabras pero que a nadie le parecían dignas de guasa, otras veces lo que decía hasta era inteligente y otras, sí, otras veces era muy pedante. Ya lo dije. Te topaste con un hocicón y no te lo esperabas ¿verdad? Qué le vas a hacer, los viejos tenemos las cosas acumuladas, ya nomás vivimos en el portal de la memoria, los que aún la conservamos, digo, y tú llegaste y empujaste la tranca y a ver, ahora párame... Como no sea que me dejes hablando solo... Y no te creas que a veces ando por los pasillos hablando a solas. Tengo un cuaderno desde aquél entonces. Me gustaba escribir. De hecho llené varios que por ahí los tengo guardados con las cartas y postales de tantos años, en alguno de esos cuadernos quedaron escritas muchas de las acotaciones de Magali, que eran muy de estilo... Hmm de estilo muy sucinto, sentencias que pretendían ser rotundas o inesperados aforismos que le salían muy bien. Recuerdo uno que aunque no me lo dijo ni a mí ni al grupo, nunca se me olvidó porque se puso a escribirlo al reverso de una puerta como si fuera una máxima que, regañada, alguien le hubiese ordenado escribir cincuenta veces como hacían los maestros de mi infancia: “El porvenir hoy nos cuenta... ¡lo que pasó ayer!”, nada del otro mundo como te das cuenta pero esa frase quedó repetida en la puerta de mi recámara, en mi casa de la Calle Saltillo allá en Las Mitras, desde lo alto hasta el pie de la puerta. La observé hacerlo concienzudamente, es decir estaba concentradísima y yo no la iba a desconcentrar, ¡qué va!, se veía preciosa pues estaba en calzones nada más, el periódico revuelto sobre la cama, ella ahí con las tetas al aire, en calzones, escribiendo su aforismo y yo contemplándola desde la cama, tomando café. En esta ciudad lo aún desconocido, lo por venir, nos informaba sobre el pasado inmediato. Magali Arredondo. Nuestra recordada Magali Arredondo. A veces una diosa, a veces nomás una güera mensa.

Así comienza el primer texto de Resonancias (Antes del Caos). Es el retrato de un personaje familiar para la ciudad pero que resulta misterioso porque se queda en las sombras de lo incógnito, y sin embargo puede ser reconocido pues nombra a familiares y amigos que resultarán más que conocidos… por eso el texto se titula “El familiar desconocido”.

 

* No se pierda la presentación de este libro: miércoles 26 de agosto, entre 7 p.m. en Mandela –Centro Cultural y de Entretenimiento–, Av. Lázaro Cárdenas 2225, Planta Baja de Edificio Latitud, Valle Oriente, San Pedro, Tel. 1969 6687.

 

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