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1924 10 Septiembre 2015

 

 

Travesuras de Borges y Bioy
Hugo L. del Río

 

Monterrey.- Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares forman un bonito par de cabrones –dicho sea con todo respeto–. Nos regalan antologías que valen oro, como la de la novela y el cuento policíacos por mencionar sólo una.

Pero, traviesos, con el mejor de los éxitos juegan a la ironía y el humor. Se inventan a un escritor: Bustos Domecq quien, a su vez, crea un singular personaje: Isidro Parodi, detective cultural.

En realidad, Isidro es un reportero, bastante mediocre, a quien la pareja dinámica usa para cachondearse de toda esa fauna de artistas chafas que, lo mismo en Buenos Aires que en Ulan Bator forman legiones.

Isidro hace las entrevistas y cubre las notas más bizarras que uno se pueda imaginar. Uno de sus entrevistados es Ramón Bonavena, quien en seis volúmenes titulados “Nor-Noroeste” describe los diversos objetos que reposan en su escritorio. Otro es Nierestein Souza. Aquí, el audaz reportero hace de tripas corazón porque debe viajar a Uruguay. Anota su nerviosismo: “Esta excursión, mi primera salida al exterior, me colmó –¿por qué no decirlo?– de la consabida inquietud. Si bien el examen del mapamundi no dejó de alarmarme, las seguridades dadas por un viajero, de que los habitantes del Uruguay dominan nuestra lengua, terminó por tranquilizarme no poco”.

Isidro, hombre de poca gallardía, se hace acompañar de un farmacéutico conocido de larga data: el doctor Zivago. Souza, autor del “Feudo de los Gomensoro”, ya había dejado este valle de lágrimas, pero el tenaz profesional de la información revisó la casona y entre libros y revistas descubrió apuntes inéditos del malogrado escritor: “…Vivir para el recuerdo y olvidar casi todo… Materias que la Memoria acopia para el olvido… Y solo en lo perdido perduramos”. Maravillas de profundidad.

Isidro conoce al ganador del certamen nacional de poesía, quien ganó la corona con un poema de una sola palabra: “poesía”; transcribe la capacidad de creación gastronómica del chef empeñado en crear la “cocina culinaria”, cuyas característica consisten no sólo en negarse a cocinar sino, además, en prohibir la publicación y difusión de recetas; arranca los secretos del padre de la nueva arquitectura, quien desafía a milenios de mediocridad y construye casas sin puertas ni ventanas, con escalones que topan en paredes y se gana la confianza de Hilario Lambkin Formento, laureado hombre de letras a quien la República ríoplatense honró con la presea nacional por copiar a mano y mandar editar en formato de lujo el mapa de la “Divina Comedia” en tamaño natural”.

Mis dos que tres lectores me perdonarán esta frivolidad. Pero ya estoy enfermo de tanta corrupción, impunidad y desorden. A veces siento la necesidad de limpiarme el alma con ejercicios como éste. Sigo, implacable en la destrucción de mi figura como comentarista político.

Entiendo que Borges y Bioy Casares no buscan provocar la carcajada del lector sino, gente de pluma fina como lo son, sólo procuran la sonrisa del leyente. Nada tiene que ver Bustos Domecq con la picaresca del Siglo de Oro ni con la moderna, dos de cuyos grandes capitanes, diría yo, son el saltillense don Artemio de Valle Arizpe –“el canillitas”– y el méndigo de Camilo José Cela, quien hace la clasificación de cornudos y de putas en “Izas, rabizas y colipoterras”.

A mi admirado De Gaulle lo une un hilo conductor con nuestros dos argentinos. Jacqueline Kennedy, entonces Primera Dama de Estados Unidos, empeñada en ganarse la simpatía del gran Charles, le dice: “mis antepasados eran franceses”; a lo que mi general responde: “qué interesante. También lo eran los míos”.  

hugo1857@outlook.com

 

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