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1928 16 Septiembre 2015

 

 

Molcajete
Joaquín Hurtado

 

Monterrey.- Septiembre mes de la patria. Para estar a tono con el heroico mes se me antoja un guacamole. Andavete, no hallo el molcajete. De hecho tengo dos. Uno para mezclar especies, otro para las salsas marca diablo. Soy adicto al chile feroz. No tengo remedio.

Gusto de engañarme. El médico me prohibió los viajes al infierno. Mi paladar, mi alma toda, languidece sin un acompañamiento de chiles amorosamente mortificados en la piedra de los sacrificios.  

Sin un buen molca ninguna salsa, pasta o menjurje podrá cantar su fogosa melodía en mi lengua de trapo. No acepto que mis aguacates sean martajados con sustitutos mecánicos. La magia que mi abuela me enseñó radica en la escucha. Oír el diálogo, la tortura, los acuerdos de la roca con los tomates de brasa y los chiles desvenados. En un potente cuenco de piedra volcánica.

No permito corromper el guacamole con cualquier pico de gallo. En ello me juego el prestigio de vicioso chilero, labrado a costa de la gastritis diabólica. Pesan los años de gula indómita. No acepto la inverosímil noticia de mis molcajetes perdidos. Prefiero morir antes de sustituir el mortero tradicional con cualquier cháchara. Gracias pero guácala.

Hay que cuidar el útil más humilde y básico de nuestra gastronomía. Se requiere especial conciencia histórica, profunda identidad de buen mexicano, para advertir todo lo que está en riesgo si llegase a faltar el formidable servicio que nos presta el dúo dinámico constituido por el molcajete y el tejolote. Vestigio vivo de lo que nos queda de país. Ninguna Secretaría de Cultura nos salvará de la debacle espiritual si perdemos el molcajete.

Vieja, no has visto mis molcas por casualidad. Mi mujer ni cacha ni picha cuando de picazones se trata. Sabe que mi frase anuncia desastres. Se aproxima Jack el Destripador que dejará rastros de su crimen por toda la cocina. Odia el olor penetrante del chile bravo, no tolera la salpicadera. Nunca se entregó al arte mayor de curtirse la lengua con el deleitoso tizón. Escaldada mi mujer se pone más radical que el Estado Islámico.

Ella responde: yo-qué-sé, si nunca en mi vida uso esas porquerías. Tiene razón. Ok, cada quién sus filias y sus fobias. Pero mi adorada argumenta sólo por ignorancia, con dolo y malevolencia. Afirma que cualquier objeto es capaz de extraer los jugos vitales del tomatillo, el cilantro, el chile cascabel y el ajo hasta hacerlos estallar en la lengua con agasajo metafísico. Seguro ella tiró a la basura mis amados molcas.

Desde su guarida en la lavandería osa desafiarme, exige que use licuadora. Si les digo. El odio la ciega. El guacamole con aspas nunca va a saber a la tierrita que proporciona el material antiguo del molcajete. Vetusto como el universo mismo.

Los prejuicios destruyen un matrimonio feliz. Qué fregado estoy. Celebraré los onomásticos patrioteros con una pizza hawaiana a domicilio mientras veo Narcos.

Sigan mi consejo. Prendan la radio y hallarán El Molcajete*. Es un programa en vivo conducido por cuatro o cinco chamacos, de lo más ocurrente. Imagino que son universitarios. Güercos zafados que agarran parejo y echan al espacio cóncavo de las ondas radiofónicas temas cotidianos revueltos con bofes, tripas y todos los géneros descosidos, todos los que quepan en nuestra mágica realidad, platicados a golpe de molcajetazo. Sabroso chal estilo cotorreo.

Los adoro. Me he hecho su fan. Casi choco cuando manejaba, de tanto carcajearme con la historia del papá que estrella a su bebé en el piso cuando lo bajaba del coche. La criatura no venía bien sujeta al porta-bebés. Y sopas. El niño travieso salió disparado por cuenta propia. Se desabrochó él mismo, jugando. ¡Vieja, tienes que escuchar este programa!

Yo gozo recreando el cuento del niño ovni. La narración adquiere especial dramatismo si pienso en los fríos datos de la fuerza de gravedad involucrados. El episodio se vuelve más hilarante con cálculos cinéticos, con la física del escape centrífugo. Veo en los ojos de mi gorda el destello del Mal. Yo en Babia, chillando de risa, rememorando el accidente idiota. Me desternillo por el modo en que fue contada la anécdota.

Hasta que harto a mi mujer con el porta-bebés pendejo. Puras zonzeras.  Ella me fulmina con harta razón. Me sopletea unas frescas bien sangronas por chacotear con el dolor de un inocente, con el sufrimiento innecesario de un bebé indefenso. Yo intentaba narrarle compasivamente el suceso y ella en sus cinco: ándale, síguele, búrlate.

Se desata la guerra del chile tatemado. Por platicarle la historia molcajeteada del niño volador, idiota, se me quemó el jalapeño que toreaba en el comal. Queda carbonizado. Ella sigue enfurruñada conmigo por hacerla llorar de irritación chilosa. Mi amor verdadero está en el molcajete. El del guacamole.

* Programa de Radio UDEM [90.5 de FM]. La emisión acaba de cumplir su primer aniversario. Se trasmite los viernes a las 5 pm. https://www.facebook.com/ElMolcajete905     

 

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