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1946 12 Octubre 2015

 

 

Las candidaturas independientes
Víctor Orozco

 

Chihuahua.- Leí una entrevista a Jaime Rodríguez, El Bronco, convertido en flamante gobernador de Nuevo León y me impactó.

No porque me cautivara el personaje, sino por la pregunta que me asaltó de inmediato: ¿Este hombre ganó por el desprestigio de los partidos políticos y la enorme desconfianza que provocan entre los electores? O bien, ¿ganó porque el uso del lenguaje populachero o incluso procaz, es el que la población considera más adecuado para los actores políticos –igual que los partidos, ubicados en el pozo del descrédito público?

Pensemos, sobre este punto, que a pocas figuras se les aceptaría una parrafada como ésta, consignada en una entrevista de prensa: “El político recuerda que luego de concluir su presidencia municipal y sobrevivir a dos atentados, su actual esposa le pregunta qué sigue: “pues disfrutarte, mamacita, tienes 20 años menos que yo y todavía estás disfrutable, prepárate porque te voy a poner una chinga, todos los días, la que nunca te había dado, hoy te la voy a dar”. Luego diría: “Y sí le puse a mi mujer una chinga: le hice 3 huercos en 3 años, no sé si alguien me ayudó, pero se parecen mí”. [1]

Un actor o una actriz, un deportista, un científico, un escritor, etcétera, con seguridad provocaría la repulsa de la opinión pública y caería de su gracia, si se expresara de esta manera. Pero al Bronco-político, al Bronco-gobernador, al parecer incluso le fortalece. ¿Por qué?

La causa más segura, estriba en que la gente juzga estas habladas como las cualidades necesarias que una persona debe tener para sacudirse las lacras de los partidos, con sus camarillas enquistadas y reproduciéndose sin parar, como la polilla. Tuvimos a Vicente Fox en el pasado, un candidato ignorante y marrullero, postulado por un partido, pero con todo el tipo de “independiente” que les ganó con mucha anticipación la carrera a los candidatos internos y más típicos o tradicionales del panismo. Igual que ahora, con un lenguaje menos florido, se nos presentó el ranchero franco y jocoso. Su presidencia no cambió para bien nada en el país. La corrupción siguió tan campante como siempre, pero tuvimos en Los Pinos a un despistado que ofreció erradicarla  con unas cuantas bravatas, entre otras la de meter a la cárcel a puros peces gordos.

En el 2000, los regímenes priístas colmaron la paciencia ciudadana y ganó el de las botas. Ahora, la desconfianza y la decepción colectivas, alcanzan a todos los partidos y a la generalidad de los políticos y altos funcionarios. Nunca estuvo tan puesta la mesa para las candidaturas independientes como en esta coyuntura, cuando los partidos políticos padecen de males que parecen incurables.

En sus orígenes, en una sociedad heterogénea, como la mexicana, en la cual coexisten múltiples y encontrados intereses económicos, ideologías, cultos religiosos, visiones culturales, estos partidos tendieron a identificarse con algunos de ellos y aproximarse a su representación, disputando en los comicios su primacía. Otra de las funciones asignadas y asumidas fue la de servir como un primer filtro para abonar la capacidad e integridad de los aspirantes a los puestos.

Con el tiempo, les aquejó la enfermedad de todas las burocracias: desarrollaron sus propios y exclusivos intereses y aspiraciones. Al final acabaron por representarse sólo a ellos mismos. Cuando esto sucedió, su único empeño fue el de mantenerse en el poder y reproducirse, a través de familias consanguíneas o de círculos de socios, cómplices o compadres. Se esfumaron proyectos de nación, principios ideológicos, compromisos sociales. Lo que quedó de todo esto fue una pura fraseología hueca, sin contenido y a la que nadie toma en serio, ni le cree un ápice, menos que nadie los propios candidatos. Pero, subsistió y se fortaleció, eso sí, un poderoso aparato propagandístico, controlado por élites recurrentes cuyos miembros saltan de un puesto a otro y disfrutan de altísimos ingresos. El cedazo partidario, se llenó de enormes agujeros y por allí se colaron los charlatanes y sinvergüenzas, que ocuparon el edificio estatal.

Los partidos triunfaron, se alzaron con el poder y… perdieron su alma, como el Doctor Fausto, con la diferencia que a este personaje lo animaba su sed de conocimiento, mientras que los dirigentes políticos, son acicateados por la sed de dinero y poder. Ante la separación de sus bases sociales, desde hace rato se habla de la crisis de los partidos. No faltó, sin embargo, alguna perspicaz observación: ¿Pero cuál crisis, si nadan en dinero y sus cúpulas deciden a su antojo la suerte del país? Tal vez debe decirse con mayor propiedad que al desnaturalizarse, los partidos pusieron en crisis el modelo sobre el cual fueron concebidos.

 Hasta ahora, ningún desafío o competencia serios habían tenido en su carrera al poder. Las últimas elecciones, sin embargo, plantaron en pie una opción conocida, pero nunca puesta en acto, esto es, las candidaturas llamadas independientes, porque no surgen de un partido. Algunos las han visto como la gran puerta a través de la cual saldremos del muladar en que se ha convertido la actividad política, para dignificarla y lograr que los mejores hombres y mujeres conduzcan el Estado. Otros, más precavidos advierten los muchos “asegunes” que las empañan.

Veamos dos de las virtudes primero. Hacen posible que ciudadanos con vocación de servicio público, puedan llegar a los puestos de elección popular y desde allí hacer mejores leyes, vigilar las cuentas y la conducta de los gobernantes, calificar las políticas públicas, nombrar jueces probos, entre otras cosas. Puesto que se les supone “independencia”, es decir ausencia de compromiso con camarillas enquistadas en el gobierno y en los partidos, se infiere que orientarán la acciones del Estado en beneficio de la sociedad exclusivamente.

Examinemos ahora al menos unos de sus riesgos. Salta a la vista el implicado en la forma de financiar las campañas. Si se abren las cajas oficiales, sobrarán candidatos independientes, como moscas sobre la miel. Si no se les entrega dinero público, entonces cualquier millonario, cuya fortuna provenga de donde sea, o alguno de sus agentes, estaría en condiciones de encaramarse en los puestos del gobierno y nadie más.

 Hay mucho de inédito e imprevisible en los próximos tiempos. No sabemos si el patrón acuñado por el neolonés y sus estrategas publicitarios marque a los futuros independientes. Es posible. Al fin, dobló a sus opositores juntos y eso hace probable que nos esperen varios “Broncos” en el futuro. Son los signos de los tiempos y no hay por qué asombrarse… demasiado. Tal vez quien aspire a ser un candidato viable tendrá que escuchar muchas letras de las nuevas canciones interpretadas al son de las bandas y comunicarse con los electores hablando de las pedas, los cabrones y las chingas. Tanto han descendido los políticos en la escala de calificaciones que éste es el léxico asignado para ellos por el criterio público.

Varios analistas, incluso líderes partidarios, han dicho que las candidaturas independientes llegaron para quedarse. De hecho, si el sistema político no abre válvulas de escape como éstas, de la frustración y el desengaño de los electores, con seguridad emergerán las confrontaciones políticas violentas. Y de violencia, los mexicanos ya estamos hasta el copete. Hoy existen varias iniciativas de ley para normar estas candidaturas en la propia Constitución. Esperemos que las nuevas reglas sirvan para estimularlas y al mismo tiempo proporcionen certeza en su conducción, sobre todo para saber de dónde provienen las fuentes de su financiamiento. 

1).- (http://zetatijuana.com/noticias/zoom-politico/25589/cuando-un-politico-se-convierte-en-celebridad#sthash.zmYFrth7.B6aAwA42.dpuf).

 

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