Suscribete

 
1969 12 Noviembre 2015

 

 

Beretta 92F
Eloy Garza González

 

Monterrey.- “Venga conmigo, al peor lugar donde usted quisiera estar”. El comandante era mi amigo y solía acompañarme al mejor lugar donde se quiere estar, que era mi bar.

Era moreno, el cabello a rape, los brazos como dos serpientes surcadas de venas saltadas. Se tomaba un par de caballitos de tequila, cuando no estaba en servicio. Aunque esto es un decir, porque un Secretario de Seguridad nunca está de día franco. Cada minuto lo vive en alerta plena, los nervios a flor de piel, los ojos escudriñando cada rincón, cada resquicio. "Venga conmigo..."

El canje no me pareció justo: yo lo invitaba al mejor lugar del mundo (mi bar) y él me correspondía llevándome al peor lugar, que hasta ese momento no sabía dónde quedaba. Imaginé lo peor: un asalto a una casa de seguridad, una celada a un delincuente, el arriesgado cumplimiento de una orden de cateo.

Subí como autómata al asiento trasero de la Yukon negra. El comandante ocupó el asiento del copiloto. Los escoltas con chaleco antibalas flanqueando a su jefe y a un pobre civil (yo) que no ocultaba su desasosiego. Fijé la vista en un arma, sin funda, suelta en el portabrazos. Una Beretta 92F. Quise sopesarla. Imaginé cuantas vidas había arrebatado, cuantas personas habían amenazado con ella. El miedo produce somnolencia y yo dormitaba contra la puerta, la sien recostada en la ventanilla de cristales antivandálicos. "...al peor lugar donde usted quisiera estar".

Llegamos a una casa con techo de dos aguas, al sur de la ciudad. Bajé receloso del vehículo. Abrió la puerta principal un hombre pequeño, corto de hombros y el pesar próximo bajándole de antemano por la nuca. Era muy amigo del comandante, pero éste mantuvo su talante ceremonioso. Ignoro qué actitud hubiera sido preferible para que el hombre pequeño recibiera la mala noticia. Pero cuando el comandante le soltó el parte de la muerte de su hijo de 20 años, quedó mudo un par de minutos. Asesinado por quién sabe quién, sin que nadie supiera dónde ni cuándo. Este era el peor lugar donde uno quisiera estar.

No resistí el trance. Dejé al comandante dentro de la casa y regresé a la Yukon. Subí de nuevo al asiento trasero. Otra vez la Beretta dominando mi campo visual. Un arma como esta cegó la vida de un joven veinteañero. Pensé en Laocoonte, el sacerdote troyano de la Eneida. Dos serpientes acuáticas, mandadas por Atenea, la Diosa de la Guerra, devorando a sus dos hijos. El padre contempla la escena horrorizado. Lo embarga una compulsión de venganza. Laocoonte simboliza el dolor más extremo, la más insoportable pesadumbre, el más horrendo desamparo. "Venga conmigo, al peor lugar donde usted quisiera estar".

Media hora más tarde salió el comandante de la casa, flanqueado por sus escoltas. Abordó la Yukon con los ojos acuosos. Su mirada destilaba el veneno de las serpientes. Me dijo que no había nada más difícil en su profesión que anunciarle a un padre el asesinato de su hijo. No hay protocolo psicológico que valga. La impotencia lo embarga todo. No lo borran ni un par de caballitos de tequila. Si por él fuera, le regalaría a su amigo, el hombre pequeño, esa Beretta que yo miraba extasiado. Sólo entonces abrí la boca para decirle que se equivocaba; que sería inútil: al pretender cobrar venganza, Laocoonte, el padre del más horrendo desamparo, muere desollado por las mismas serpientes de Atenea, la Diosa de la Guerra.

No hay venganza en contra del crimen organizado que termine bien para un padre de familia desvalido, indefenso, como usted o como yo. En esta tierra olvidada por los Dioses, cualquier lugar es el peor lugar donde uno quisiera estar.

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com