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1970 13 Noviembre 2015

 

 

Stanislav Petrov
Hugo L. del Río

 

Monterrey.- Algunos hombres recuerdan a Stanislav Petrov, teniente coronel del Ejército Rojo. Otros, lo olvidaron. Y hay quienes nunca oyeron hablar de él. Debo reconocerme, con profunda vergüenza, entre estos últimos.

Hasta donde sé, nadie ha esculpido una estatua de Petrov. Ningún pintor lo ha inmortalizado en lienzo o mural. Kevin Costner es el único artista que le ha rendido homenaje en su cortometraje “El botón rojo”.

La raza humana es ingrata: queremos sepultar en el olvido al hombre que salvó al mundo en los primeros minutos del 26 de septiembre (hora de Moscú; día 25 en Estados Unidos) de 1983.

La URSS esperaba un ataque por parte de la Unión Americana. Petrov, técnico civil de primer orden incorporado a las fuerzas armadas, era el responsable del búnker Sérpujov-5 donde, al mando de 120 oficiales y tropa, monitoreaba el espacio con paneles de radar apoyados en la información que transmitía el satélite ruso OKO.

De repente, sonó la sirena, se encendieron las luces rojas y apareció en la pantalla la advertencia: desde la base de Malstrom, Montana, había sido disparado contra la Rusia soviética un misil balístico intercontinental con ojiva atómica.

En rápida secuencia, el sistema detectó el lanzamiento de otras cuatro máquinas infernales. Los proyectiles tardarían veinte minutos en llegar a territorio ruso. Petrov tenía a su disposición 29 paneles de comprobación. La respuesta de los aparatos fue unánime y positiva.

El protocolo, escrito por el propio teniente coronel, ordenaba que, simple y llanamente, se diera aviso al Comando Central, entidad que debía, sin mayor trámite ni confirmación, oprimir los botones rojos y enviar contra Estados Unidos varios miles de misiles nucleares.

Petrov pensó que era ilógico por parte de los norteamericanos iniciar la última de las guerras con el botamiento de sólo cinco cohetes: el Pentágono disponía de decenas de miles. Se negó a hablar con el Comando Central. Por la red interna se comunicó con el Centro de Alerta Temprana. Sin novedad, le respondieron. Petrov sabía que el OKO adolecía de algunas imperfecciones.

Más tarde le comentó a Yuri Votnisev: “yo no era militar. Pensaba por mí mismo y sabía que los del Comando Central eran oficiales de carrera, educados para ejecutar las órdenes y seguir los protocolos de manera automática. Ellos hubieran oprimido los botones”.

La confianza del teniente coronel en la justeza de su juicio se robustecía con cada segundo que corría. Se cumplieron los veinte minutos, veintiuno, veintidós. Después se despejó el misterio: una rara conjunción astronómica entre la Tierra, el Sol y OKO provocó la falla.

Los mandos soviéticos castigaron a Petrov por violar el protocolo y, naturalmente, no dieron a conocer lo que más tarde fue bautizado como El Incidente del Equinoccio de Verano.

La casta militar difícilmente reconoce sus errores. Los científicos y estadísticos que se dedican a hacer estos cálculos macabros estiman que en la primera media hora de las hostilidades habrían muerto cuatro mil millones de personas. Nadie se atreve a aventurar cuántas vidas humanas habría cobrado, adicionalmente, la lluvia radiactiva.

Años después Petrov le comentó a Votnisev que aquella era su noche de descanso. El oficial que debía presentarse se reportó enfermo y llamaron al servicio al teniente coronel.

Le expreso mi agradecimiento al buen amigo Fernando Elizondo, homólogo del colaborador de Bronco, por darme a conocer la historia de El Incidente. Petrov, casi reducido a la miseria, con una mísera jubilación de 200 dólares al mes, sin medallas ni promoción, nunca se consideró un héroe. “Fui la persona correcta en el lugar y el momento indicados”, dijo.

Necesito creer en todos y cada uno de los silos que almacenan armas termonucleares hay hombres como Petrov. Su presencia ahí desmiente al Armagedón.

hugo1857@outlook.com

 

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