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1982 1 Diciembre 2015

 

 

La mesa de los ególatras
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Es la comida inaugural de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara. Una edecán me sienta en una de las mesas a la izquierda del escenario. Otra me retira de ahí “porque van los Secretarios de Educación de los estados” y me acomoda en otra, “donde están dos güeros platicando” (Agustín Basave y Jorge Castañeda).

Me siento aliviado porque me quitaron de la mesa de los ignorantes para ubicarme en la de los ególatras. Un avance para mí nula paciencia. “Siéntese en esa silla, a espaldas de aquellos viejitos”, dice la edecán, sin saber que aquellos viejitos son Fernando del Paso y su esposa Socorro.

Mi mesa está dominada por el verbo imperial de Jorge Castañeda. Monopoliza de tal modo la charla que espanta de su alrededor a Porfirio Muñoz Ledo, tan lenguaraz como Castañeda, pero ya viejo para darle batalla. Y en mi caso, sería incapaz de contradecir al ex Canciller, no por falta de ganas, sino porque tengo años instalado en la trinchera del escepticismo, que me cose los labios con hilos de prudencia.

De cualquier forma, por un par de minutos, trato de intervenir en el monólogo de Castañeda, pero no me deja. Ha llevado la palabra como rehén a la fortaleza de su boca. “Los musulmanes terroristas de París no arribaron de Siria; tenían la nacionalidad francesa. Eran yihadistas residentes de ese país, con la mente puesta en el Estado Islámico”.

Parapetado en su silla, Basave está al acecho: aguarda un resquicio, una pausa de Castañeda para emitir su opinión, pero el ex Canciller es una AK-47 que en vez de disparar balas, suelta palabras. Nos acribilla con su soliloquio. Nos fulmina con su dialéctica. Es lo más cercano a un oráculo. Lo malo es que uno ya no cree en oráculos ni en cuentos de hadas, ni en discursos políticos, que son la versión adulta y aburrida de los cuentos de hadas. Sin embargo, Jorge es un gran tipo.

Sigue Castañeda: “el gobierno mexicano entró en una encrucijada tras los atentados de París; lo ideal era mantenerse neutral, pero tarde o temprano el Presidente François Hollande nos hubiera remitido al círculo de los tibios, de los timoratos; nos diría algo así como: 'no me ayudaron pinches mexicanos, entonces los excluyo de la élite de los grandes'.”

Sospecho que Hollande nunca nos endilgaría eso de “pinches mexicanos”, entre otras razones porque el pobre desconoce dicho vocablo tan nativo de México. Y tampoco creo que el Palacio del Elíseo nos contemple en la mesa de los grandes, ni antes mi después de los atentados en París. Pero mi opinión le entra por un oído y le sale por otro a Castañeda, enamorado de cada concepto que urde su hiperactiva cabeza. Sin embargo, Jorge es un gran tipo.

De improviso, empujado por un resorte invisible, se levanta de su silla, corta la continuidad de su argumento sobre México y el terrorismo islámico y se despide de nosotros como alma que lleva el diablo. “Tengo una sesión de firmas de mi libro Amarres perros y me preparo a ver qué me dirán mis lectores”.

Espero que los lectores de Castañeda sí puedan proferirle una que otra palabra, porque lo que es nuestra mesa, ha quedado en ella una sensación de  vacío, una especie de calma después del tsunami verbal que nos subió y nos bajó vertiginosamente con el voluntarismo de un ex diplomático que tiene mucho que decir, más de lo que estamos dispuestos a escucharle el común de los mortales. Pero con todo, Jorge es un gran tipo.

 

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