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1987 8 Diciembre 2015

 

 

¿Es viable una Secretaría de Cultura?
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Hace días, el Congreso de la Unión me invitó a exponer en San Lázaro mi opinión sobre la Iniciativa de Decreto enviada por el Poder Ejecutivo para crear una Secretaría de Cultura. Lo primero que me vino a la mente fue más intervencionismo del gobierno y más burocratismo, con su correspondiente incremento de gasto corriente.

¿Por qué adicionar en vez de recortar una dependencia burocrática más a las 17 que comprende la Administración Pública Federal? ¿No bastaba con el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, nacida en diciembre de 1988?

Sin embargo, analizándolo después, caí en la cuenta de que a esta nueva dependencia se le transfiere una gran carga de atribuciones y funciones que hasta ahora tiene la SEP, aparato público ya pesado y bromoso de por sí. Le daría más rango institucional a nuestro patrimonio cultural, a nuestra infraestructura (una de las más grandes de América Latina) y a nuestra comunidad artística. Esta nueva dependencia le otorgaría mayor importancia a las expresiones artísticas, más reconocimiento oficial a la literatura, la música, la danza, las artes plásticas, el teatro, el cine, la arquitectura. Sin olvidar la injerencia de la sociedad civil y de la empresa privada.

Como fuente de inspiración para esta redefinición del papel del Estado en la vida cultual del país, releí las memorias de José Vasconcelos. Intelectual y constructor de instituciones, Vasconcelos nos advierte en su tomo “El desastre”, que antes de la fundación de su Secretaría de Educación Pública en 1921, le urgía aprobar previamente “La Ley que serviría de norma al nuevo ministerio”. No hay Secretaría sin legislación y la de Vasconcelos, como él mismo escribe sin modestia: “... no dejó tema sin abarcar. Lo redacté en unas horas y lo corregí varias veces; pero el esquema completo se me apareció en un instante, como en relámpago que descubre ya hecha toda una arquitectura”. Tan admirable fue la legislación redactada por Vasconcelos, que el gran poeta italiano Gabriele D´Annunzio comentó que era “una bella ópera de acción social”.

No seamos tan vanidosos como Vasconcelos, porque tampoco tenemos su genio creador, así que la legislación previa a la aprobación de la Secretaría de Cultura será resultado no de una mente superior sino de muchos expertos en la materia. Quizá no acabará siendo “una bella ópera de acción social”, pero sí una reglamentación clara y eficaz. Y con ese fin, el Estado no deberá monopolizar los canales culturales, ni dejarlos al libre mercado, porque entonces la cultura se convierte en mercancía, sometida al juego de la oferta y la demanda, con rendimientos exclusivamente utilitarios. La nueva Secretaría de Cultura, y el Plan Nacional de Cultura que conduzca, tenderán a buscar equilibrios entre el Estado y la iniciativa privada.

Desde que el escritor francés André Malraux creó en 1958 el primer Ministerio de Asuntos Culturales de la V República, en los linderos del parque de Versalles, se ha desplegado una larga tradición de dependencias para el fomento cultural. Los mexicanos debemos conocer este bagaje histórico para preservar sus aciertos y no incurrir en sus errores. “El Estado no está para dirigir el arte – decía Malraux—sino para servirlo”. Sin embargo, los Ministerios de Cultura nacieron con una falla de origen que sigue siendo la constante: la escases del presupuesto asignado. A Malraux sólo le dieron 0.43% del presupuesto del gobierno del Presidente Charles de Gaulle. 

Vale la pena rememorar los términos del decreto por el que se le otorgó a Malraux su cargo como Ministro: “Hacer accesible las obras capitales de la humanidad y en primer lugar las de Francia, al mayor número posible de ciudadanos, de asegurar la mayor audiencia al patrimonio cultual y de favorecer la creación de obras de arte y del espíritu que la enriquezca”.   

Desde su horizonte histórico, el decreto de Malraux nos deja un par de lecciones para la creación de nuestra Secretaría de Cultura. Por un lado, su función primordial en la hechura de políticas públicas para asegurar la mayor audiencia al patrimonio cultual y favorecer la creación de obras de arte, política que hasta la fecha ha sido errática por parte del gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto, porque para su formulación, sólo ha considerado a los grandes actores económicos.

Por otro lado, volver accesible las obras capitales de la humanidad y en primer lugar las de México, al mayor número posible de mexicanos, es decir, asumir la cooperación cultural con las demás naciones. Promover la cultura mestiza como la llamaría Vasconcelos. Y si Malraux buscaba una vía francesa para la cultura, busquemos nosotros una vía mexicana para la cultura. ¿Cómo? De la misma manera como Malraux lo señaló en su documento rector Acción Cultural: “transformar un privilegio en bien común”.

El éxito de la Secretaría de Cultura está en la transversalidad. ¿Qué significa esto? Que no sea una dependencia aislada. Que en su concepción participen todas las instituciones con objetivos y programas afines, que sumen agendas de trabajo, recursos humanos y financieros para alcanzar metas comunes, evitando el clientelismo y la manipulación electoral de sus programas. Y, sobre todo, rechazando el protagonismo del Jefe del Ejecutivo y del titular de la dependencia, “despreciables montoncitos de secretos” según la peculiar definición de Malraux sobe los burócratas.

Hacer política transversal para los fines culturales optimiza recursos gubernamentales y responde al precepto constitucional que en el año 2009 incorporó el derecho universal de acceso a la cultura. Para ello, desterremos los malos hábitos de la gestión burocrática-jerárquica por las virtudes institucionales de la gestión creativa. Ahora bien, ¿Cómo nos asegurará la Secretaría de Cultura que sus políticas serán transversales? ¿Cómo nos garantizará que su gestión no será burocrática sino creativa?

En un discurso de 1964, André Malraux dijo que “recobrar el sentido de nuestro país es querer compartir con todos lo que llevamos en nosotros mismos. Tenemos que reunir el mayor número posible de obras para el mayor número de personas”. Esa es la mejor definición de política cultural que podríamos imaginar e implantar con la creación de la Secretaría de Cultura. Así, revivimos el concepto de política cultural de eminentes intelectuales mexicanos que también fueron notables funcionarios públicos como Justo Sierra, José Vasconcelos, Moisés Sáenz, Jaime Torres Bodet, Agustín Yáñez, entre muchos otros que hicieron de México lo que ahora ya no es: uno de los principales países culturales del mundo.           

 

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