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1995 18 Diciembre 2015

 

 

DE TODOS Y DE NADIE
La plaza pública ya no es sólo virtual, III
Alfonso Teja-Cunningham

 

Monterrey.- Durante muchos siglos la comunicación presencial fue la base para todo desarrollo material, comercial o cultural. Como sabemos, Gutenberg modificó significativamente esta condición con su palabra impresa, pero fue sólo hasta mediados del siglo 19 que la tecnología comenzó realmente a modificar en forma masiva la manera de desarrollar esta comunicación.

Durante el siglo 20 el proceso se aceleró tal vez excesivamente, pero la comunicación siguió cumpliendo básicamente su misma función, el mismo papel.

Sin embargo, poco después se registró un cambio importante: nuestras comunicaciones dejaron de ser presenciales. Hoy nuestra comunicación digitalizada es prácticamente permanente y de alcances antes insospechados, pero es un hecho que hoy hablamos menos con otras personas, al menos directamente.

Realizamos nuestros contactos por medio de una variedad de instrumentos electrónicos de alta definición. Y pasamos casi el mismo tiempo hablando a personas con oídos que a pantallas con micrófonos.

No obstante, se debe reconocer que aún no hemos superado nuestros más básicos problemas en la comunicación. Como dice John Durham Peters: “Todos hablamos de comunicación y nadie sabe de qué estamos hablando”. La paradoja no es simple y las teorías para explicarla no simplifican el problema. Esperamos mucho de la comunicación. Tal vez todo, y por lo tanto, demasiado.

Son muchos e importantes los nombres de filósofos, lingüistas, y demás investigadores que se han ocupado del absurdo de la falta de comunicación. El arte, el cine y la literatura ofrecen grandes reflexiones sobre el tema. Esta comunicación deficiente condiciona la calidad de toda relación humana y se traslada directamente al espacio púbico, o en la actualidad, al espacio virtual.
Sí, es cierto; tenemos más y mejores instrumentos y herramientas para la comunicación, pero seguimos sin saber compaginar el mejor mensaje que podríamos transmitir. Somos digitales y cibernéticos, pero todavía se nos hace bola el engrudo.

Es por eso que un peón de la iniciativa privada, o privada de iniciativa (Rius dixit), se atreve a publicar que “los medios públicos son una carga para el erario”, y luego asusta con el petate de los impuestos a una población indefensa en todos sentidos con la amenaza de que tendrán que pagar por algo que ellos no entienden, sin explicarles dolosamente que, de alguna manera, ya están pagando por algo que en realidad en este momento todavía no vale la pena. Pero tampoco nadie dice nada acerca de que se vale aprender a exigir.
Es por eso que en Jalisco el director del Sistema Estatal de Radio y Televisión firma en lo oscurito un contrato con la más comercial de las empresas radiofónicas del país para (des)informar a los jaliscienses, en vez de cumplir con su responsabilidad como medio público frente a la libertad de prensa y el derecho a la información.

Es por eso que así se encuentra el sector de medios públicos de nuestro país: abrumado en una parte por las presiones de la poderosa industria de la radiodifusión comercial, y en la otra, por una población muy pasiva, que se reconforta miserablemente con chicas en faldas muy cortas, y muchos balones en las redes.

Esta controversia, como la comunicación, también es milenaria, y se enfoca claramente hacia dos avenidas: Una es la escalera que baja hacia la diversión enajenante, hacia el proceso evasivo como compensación al desgaste natural en los altibajos de la vida, hacia la frivolidad que entretiene a las mentes con escasa demanda de actividad superior, la satisfacción inmediata de las pasiones de baja ralea.

La otra es la escala ascendente, que refina al espíritu y la inteligencia con sentimientos y pensamientos acordes con una sensibilidad consciente y profunda, que lleva a comprender el alcance de los ideales superiores del ser humano y la necesidad que de ellos se guarda en nuestro interior.

Pero –y es el pero que no podía faltar– siempre aparece la necesidad de explicar y convencer de que “lo nuestro“ existe. Tenemos bienes comunes que nos enriquecen a todos por igual. Pero no todos lo entienden o lo aceptan. El concepto de “lo público” no es algo que sea muy claro en nuestra cultura mexicana.  Nuestro comportamiento en las calles y el mal manejo de la basura en la vía pública son evidencia de nuestra incapacidad para respetar los llamados espacios públicos. “Lo que es de todos no es de nadie”, se argumenta.

Debería ser al revés. Todos los espacios públicos como calles, plazas y parques, tanto como edificios y monumentos, son ejemplos que demuestran por tradiciones, usos y costumbres, el perfil y desarrollo cultural de una población, de una sociedad, de un país.

Lo mismo sucede con el patrimonio intangible. Aquí es donde podemos apreciar y valorar la calidad del entretenimiento, diversión y recreación de un pueblo con necesidades intelectuales, emocionales y espirituales, tanto en la esfera personal como en la colectiva.

Si no hemos logrado capturar a mayores públicos con nuestros programas culturales (Canal Once, Canal 22, RyTVNL, etcétera) es porque no hemos hecho programas culturales suficientemente buenos. Algo ha faltado: desde ideas y argumentos hasta productores, presupuesto desde luego, pero sobre todo voluntad política.

Por eso es vital que la ciudadanía conozca, entienda y haga suyos, los objetivos de la televisión y la radio públicas. Son herramientas nuestras. Son instrumentos de la ciudadanía que, al igual que todo el aparato del Estado, deben enfilarse con vigor y vocación al servicio social más comprometido.
Así lo establecen las leyes de nuestro país que tras las reformas en el sector definen a las telecomunicaciones y  la radiodifusión como “servicios públicos de interés general”. En donde de acuerdo con el criterio jurídico vigente el concepto determinante no es tanto el servicio público, como lo es el INTERÉS GENERAL.

Los ciudadanos debemos partir del hecho de que es nuestro interés el que determina el rumbo de la acción del Estado al vigilar y proteger esta función de los medios. Con su interés mercantilista antepuesto, los medios comerciales jamás honrarán una vocación que en el fondo, no es la suya. Ese papel corresponde, con toda legitimidad, a los medios públicos.

No es permisible que continúen los ataques dolosos para estos medios cuando la demanda debe ser su fortalecimiento, una renovación de sistemas y métodos, y la canalización de recursos que deberán administrarse con toda transparencia y eficacia.

Pero los medios públicos tienen que reinventarse con otras reglas del juego más perfeccionadas. Y esa será la propuesta concluyente. Queremos mejores medios públicos, no que los reduzcan, o de plano, los eliminen.

Continuará...

 

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