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2009 7 Enero 2016

 

 

MUROS Y PUENTES
Un rato de Face Time con Laura Blas
Raúl Caballero

 

Dallas.- Cuando volvió a Corpus de su estancia en Guanatos, Laura Blas se reportó con sus saludos. “¿Cómo te fue?, ¿qué tal la fil?, ¿qué tal Guanatos?, ¿te fuiste luego a Los Altos, como querías?”...

...le aventé la ristra de preguntas a través de la tableta, su cara festiva y paciente en la pantalla (Face Time), hasta el momento en que me calló.

Luego hizo un gesto raro, un mohín, y se soltó: “Ps como siempre, hubo de todo, conocí alguna gente de Argentina, me hice varias amigas. Conocí por ejemplo a Claudia Piñeiro, ‘linda’ (como a ratos refieren ellos), es una mujer muy interesante, cordial y espontánea. Muy buena escritora y de ponencias imprevistas y por lo mismo refrescantes.

Me fui de bares con los amigos del viejo Madoka. Saludé a Lobo, te manda su abrazo y volviendo a la fil, por otro lado, cada vez descubro con más claridad lo que siempre celebran con sus estridentes pitorreos los amigos en las cantinas. Cosas que dan risa, cosas que causan carcajadas, cosas que alarman o que luego te ponen triste, cosas patéticas como todo síndrome”.

La risa de Laura es cálida, íntima, “casi como de alcoba”, le suelto... “No te manches”, me revira y vuelve a reír desenfadada. Yo guardo silencio para que siga platicando, y lo hace: “Una mañana caminaba con Eloïse Cohen por los amplios pasillos de la feria, tú sabes, desenfado y un poco divertidas... te cuento que Eloïse es un estuche de joyas, es una parisina deshinibida, docta en ciencias políticas, estoy por empezar a leer su novela: Babylon Underground. Nos presentó Claudia, y en fin íbamos divertidas, te digo, por los amplios pasillos, tú sabes, desenfado y divirtiéndonos por todo, con todo, con los vendedores de libros, algunos de ellos como querubines y otros muy sufridos; reíamos con los encargados de los stands, todos esos hombres y mujeres que cargan libros de otra ciudad hasta Guanatos, de otros países hasta Guanatos, pípilas con enormes y pesadas cajas, los acomodan, los ofrecen, los vuelven a acomodar, los empacan, los desempacan, los cuidan, los venden o no los venden, los vuelven una vez más a acomodar y-en-fin-porque-se-saben-en-la-fil-de-guadalajara se toman selfies con tipas risueñas o con celebridades del espectáculo cultural… esos son tan tiernos”, dice con su cara de irónica o de mala o de traviesa y prosigue: “íbamos por esos pasillos enormes, te digo, cuando un remolino de muchachitos de prepa o de secundaria, corriendo y gritando y riendo, formando una espiral interminable, nos rodeaba, un remolino de cabroncitos que nos rebasaba, nos revolvía, nos levantaba las faldas, nos tocaban. Una gritería loca, una algarabía de mozalbetes que al principio nos irritó y enseguida nos divirtió… o eso o la irritación ¿no? huercos cabrones. Son los que llenan los auditorios, los que premia la u-de-g con entradas a la feria, con prerrogativas académicas, con calificaciones y asistencias, con libros destinados a no leerse, que les sobran a los profesores, eso me explicaron los amigos (¿sabías que también acarrean al personal de intendencia de distintos centros educativos?, ai los llevan para ciertas presentaciones de libros o conferencias desangeladas); pero volviendo a los síndromes, constaté el del poeta que hubiera querido ser cantante de rock, por ejemplo, imagínate, mirada perdida, micrófono en mano, un guitarrista por su lado, un baterista por otro y el poeta roquero en las alturas, recitando sus versos malditos con un ritmo a contratiempo, generando un espectáculo deplorable, una síncopa siniestra que generaba ciertos alelados aplausos y el abucheo silencioso de tantas espaldas, 'la risa de las nucas', declaró Eloïse. Te lo juro, vimos un poeta en un escenario, desgarbado y flaco, tránsfuga de los aullidos del viejo rock, sobre todo cuando hamacaba el trasero -como decía Lennon de Jagger- dando saltitos y moviéndose por toda la tarima. Banalidad pura. ‘Así son los cabroncitos poetas’ decía Lobo”.

Tuvimos que cortar la llamada. Una lástima.

 

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