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2020 22 Enero 2016

 

 

Cacique en turno
Hugo L. del Río

 

Monterrey.- Víctor Fuentes, cacique en turno de San Nicolás, regalo envenenado que nos presentan el clan Salgado y Raúl Gracia, nos presume que, en lo que lleva de su califato, su cuerpo de hampones vestidos de azul han llevado a la cárcel a 300 personas.

Claro: su consigna es agredir a la sociedad nicolaíta y llevar tras las rejas al primero que tiene la desgracia de cruzar por su camino. En San Nicolás la policía es nuestro más peligroso enemigo. Los he visto. Uno de ellos me comentó con orgullo que tienen la consigna de llevar al calabozo a moros y cristianos para que paguen multa. En el camino, los municipales los bolsean, faltaba más.

Esta gentuza odia, sobre todo, a los jóvenes universitarios y, fusil de asalto en la mano hostigan a los albañiles y jardineros que tienen años de trabajar en la Anáhuac, como si fueran sicarios del chapo. El comportamiento del gendarme hacia el ciudadano es el reflejo de la conducta del sátrapa.

A Fuentes lo traiciona el subconsciente: el mensaje que nos envía –pobre, yo creo que ni cuenta se da– es que sueña –como su maestro el Salgado mayor– con establecer un régimen hitleriano: imponer “Mein Kampf” como lectura obligatoria desde la Primaria hasta el doctorado, jeringar a las “razas inferiores”, toque de queda, allanamiento de morada, suspensión de garantías y todo eso.

Al paso que va, mañana o pasado se jactará del número de árboles que mandó talar. No sé por qué, pero esta clase de homúnculos odia por igual a las personas que se niegan a besarles la mano que a los seres vegetales. Lo malo: explota la fragilidad y la sucia ambición de vecinos que apenas ayer defendían a los árboles.

Espero que con Víctor Fuentes se rompa el insano lazo que ha unido durante tantos años a los de San Nicolás con el PAN. Chavana sería mejor alcalde que estos panistas.

Pie de página
Algunos días, el Señor Dios amanece de buen humor y nos regala criaturas hermosas para hacernos olvidar, así sea por breve lapso, las guerras y la injusticia. Audrey Hepburn fue una de esas hechuras del Gran Geómetra. Nace en Bruselas, tierra de convivencia entre pueblos de diferentes idiomas y culturas. Papá inglés y mamá holandesa con título nobiliario y todo eso. La guerra divide a la familia: los padres son nazis en tanto que un hermano, un tío y algunos primos de Audrey ingresan a la Resistencia. “Vi fusilamientos”, recordará años después. Quizás el hambre que sufrió durante la ocupación alemana minó su salud pero no dañó su talento. Es la adorable muchacha de Roman Holiday; la sofisticada norteamericana avecindada en el París de Charada, la alocada mujer-niña de Desayuno en Tiffany´s y la humilde hija del chofer que enloquece de amor a Humphrey Bogart y William Holden en Sabrina. ¡Imagínese a mi amigo Bogart en una comedia romántica¡ Pero Audrey hacía esas y otras cosas. Embajadora de Unicef llevó alimentos, medicinas y esperanza a naciones enseñoreadas por la guerra y la hambruna. Somalia fue demasiado para ella. Dominaba la depresión pero no la pudo superar. El 20 de enero es el aniversario de su tránsito no sé –nadie sabe– si al descanso eterno, la reencarnación o la nada. Le rindo mi humilde homenaje y simbólicamente deposito una rosa roja en su tumba. La verdadera muerte es el olvido. 

hugo1857@outlook.com

 

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