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2023 27 Enero 2016

 

 

Vejez y literatura
Eligio Coronado

 

Monterrey.- En Después de vejez, metáforas*, dice Zacarías Jiménez que “los ancianos suelen portar la enfermedad de la sabiduría; debiéramos imitarlos” (p. 1), pero en nuestra sociedad industrial los individuos no productivos son relegados por más sabios que sean.

Así comienzan a morir: a la muerte laboral, sigue la muerte social y luego la física: “Soy viejo (…) / lo sé por los dolores / (…) Los de la incapacidad innegable que hiere nuestra vanidad / Los  de la rabia porque el cerebro y el cuerpo no se entienden” (Fernando J. Elizondo Garza, p. 1), “Es difícil estar viejo, dice Don Pepe, mírame aquí estoy postrado en esta cama sin poder levantarme, ni siquiera puedo ir al baño” (Martha Cruz Ávila, p. 4), “Se empeña en no abrir los ojos, prefiere continuar solo consigo misma, con el resto que queda de ella antes de que esa pared blanca reemplace para siempre a su memoria” (Mariena Padilla, p. 2).

Difícil situación que va tejiendo su dramatismo como una telaraña, hasta que cierra todos los conductos respirables. Y entonces sólo queda refugiarse en los recuerdos, si es que aún son claros: “esta cosa encima mío no es la muerte / pero es tan real / como contratistas agusanados / pidiendo que pague el alquiler” (Charles Bukowski, p. 2), “Estoy seguro que si hubiera hecho rendir ese dinero, los yernos y nietos me traerían orita paseando pa un lado y pa otro” (Julio César Méndez, p. 3), “Vemos aproximarse la muerte; su sombra negra se proyecta ante nuestros pasos y, entonces, los hechos (..) no penetran con intensidad en nuestros sentidos” (Stefan Zweig, p. 4).

Finalmente, la muerte llega como una liberación que se extiende a los círculos familiares y amistosos porque advertir el sufrimiento de los demás sacude constantemente el espíritu: “Dicen que murió quemado, yo creo que murió de nada, pues de nada muere el cuerpo cuando ya es espíritu en vida” (Celso Garza Guajardo, p. 4), “Después de unos cuantos pasos (Pedro Páramo) cayó (…), pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras” (Juan Rulfo, p. 4), “se le cruzó una angustia de olvido, un alud de soledad, una punzada insufrible de pasado no resuelto (…), que lo doblega poco a poco, hasta paralizarlo por la tensión de morir como un viejo elefante en una pradera ajena” (Jesús Chávez Marín y Rafael Cárdenas Aldrete, p. 3).

Tiene razón, Zacarías (San Rafael Lagunillas, S.L.P., 1959): no valoramos a nuestros ancianos, si acaso alguna vez les dedicamos un recuerdo, un suspiro, unas líneas: “Ayer hablé con ella, nos miramos de  frente: ella, erecta, robusta (…), presentía el fin de sus días, las gotas de agua (…) parecían lágrimas de despedida; la tranquilicé en vano” (Yolanda Elizabeth Martínez Chacón, p. 3).

 

* Zacarías Jiménez, comp. Después de vejez, metáforas. Monterrey, N.L., Papeles de la Mancuspia, 2015 (agosto), núm. 87. 4 pp., Ilus. por María de Jesús Rodríguez Flores.

 

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