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2026 1 Febrero 2016

 

 

El dedo de Peña Nieto
Ernesto Hernández Norzagaray

 

Mazatlán.- Unas de las novedades de las elecciones de este año es la intervención directa del Presidente en la designación de los candidatos priistas a gobernadores.

La Presidencia de la República, junto con la Secretaria de Gobernación, están haciendo de los procesos internos del PRI una política de gobierno. Nada que ver con la “sana distancia” planteada por Ernesto Zedillo, quien en 1994 entra en abierta contradicción con la visión presidencialista de Carlos Salinas. Aquella visión del control para que el PRI sirva al Presidente, pero no necesariamente el Presidente al PRI, cuando sus políticas sociales dejan mucho que desear entre los gobernados.

Manlio Fabio Beltrones, como dirigente del partido, en el mejor de los casos auxilia al Presidente para que tome la mejor decisión sobre quién encabezará la nominación tricolor en cada estado. Opera para que nadie se salga del redil tricolor y busca aparecer como que es el que influye en la decisión final construyendo de esa manera su propia candidatura presidencial. Pero lejos se encuentra de eso, los priistas beneficiados con la designación y los apoyos presidenciales saben a quién le deben el favor, la lealtad, su incondicionalidad. A quién apoyarán desde sus gobiernos en 2018.

Peor aún, muchos de los que no resultan ungidos probablemente lo acusan sotto voce de establecer un procedimiento donde la última palabra no se encuentra en quien tiene la mejor trayectoria partidista o quien resulte ganador en las convenciones de delegados, sino quien está más en el ánimo presidencial. Y las convenciones de delegados, son mera formalidad para cuidar las maneras democráticas sin que haya margen para la protesta o disidencia.

Los delegados de los sectores del partido van simple y llanamente a “votar” la única opción y sin posibilidad de excepciones a la regla presidencial. Esto que es una manipulación de las reglas de democracia interna en los partidos atenta contra la dignidad de los militantes cuanto los reduce a simples legitimadores, y esto tiene sus costos pues si bien en la amplia mayoría de los casos se saca bien al candidato palomeado, el malestar queda instalado entre aquellos grupos y políticos que sienten tener más méritos.

Este malestar es una bomba de tiempo para Peña Nieto en este año. En las doce elecciones estatales de este año –Colima estuvo a punto de perderse y para ganar fue necesario echar mano de expedientes y grabaciones moralmente cuestionables– la decisión de quién es el candidato se toma en el último momento para evitar que los priistas marginados se postulen al mismo cargo en otros partidos y coaliciones, o vayan como candidatos independientes. Sin embargo, eso no significa que los precandidatos y sus grupos de apoyo operen en sus zonas de influencia. El riego de lo que se ha dado a llamar “manos caídas” es muy alto si no satisfacen apetitos de poder en estos grupos ¿Qué es lo que viene? La negociación con todos los líderes capaces de operar políticamente. Generar votos y triunfos electorales.  Los propios y los ajenos. Y es ahí, donde asaltan las dudas acerca de si el presidencialismo será capaz de detener estos desplazamientos silenciosos en los estados donde habrá elecciones este año y es capaz de evitar que otros partidos y coaliciones ganen.

Un caso es el sinaloense, donde se registraron nueve aspirantes a la nominación priista, y se corrió el proceso de lucha interna y de última hora aparece en algunas columnas capitalinas el Diputado federal Quirino Ordaz Coppel como el futuro candidato y quien no había manifestado ningún interés en participar, como tampoco había sido considerado en ninguna de las encuestas de percepción y conocimiento además, es un personaje poco conocido, fuera de ciertos círculos sociales de Mazatlán y su trayectoria político-administrativa había sido en el área del dinero.

Grosso modo en la contienda interna hubo dos agrupamientos políticos: El que representa el priismo tradicional en alianza con Mario López Valdés, Gobernador resultado de la alianza PAN-PRD-MC-PT y los cercanos al Presidente Peña Nieto, el resto eran personajes que iban, van, al reparto de posiciones.

Entonces, era normal la lucha entre los nueve precandidatos y al final había la seguridad que de ellos saldría el candidato a gobernador. La mejor prueba de ello fue el fuego amigo que se desató buscando descalificar a quienes salían mejor en las encuestas privadas y las que se publicaban en diarios estatales o a quienes se les veía en el ánimo de Los Pinos e Insurgentes norte. Todos ellos pasaron  un diciembre tenso y enero llegó con el Pacto de Unidad priista para que el 23 de enero, Heriberto Galindo uno de los precandidatos cercanos al Presidente anunciara en su cuenta de facebook que el seleccionado era Quirino Ordaz Coppel. Beltrones en su papel habló con cada uno de ellos para informarles de la decisión presidencial y el llamado a la unidad del partido.

Esto provocó primero un gran desconcierto entre los aspirantes que llegaron a sentir que les habían hechas jugar algo que ya estaba decidido. Se generó entonces un silencio mediático y luego cada uno se disciplinó y aceptó la decisión presidencial. Sin embargo, pese a los pronunciamientos y las fotos sonrientes una semana después se percibe una atmósfera pesada y ya se habla de que las negociaciones dentro del PRI serán duras, so riesgo de falta de operación política, transfuguismo y hasta deserciones para buscar nominaciones en la coalición que integra el PAN-PRD-PAS (Partido Sinaloense).

¿Qué tan cierto es este riesgo para la candidatura priista? No lo sabremos en parte hasta que resulten las nominaciones tanto de la coalición PRI-PVEM y PANAL, como la que agrupara a los otros tres partidos.

En definitiva, estamos ante el desafío que representa para el Presidente Peña Nieto mantener la unidad del PRI o provocar fracturas regionales que podrían favorecer triunfos de la coalición PAN-PRD, Morena o candidaturas independientes. Pero, sin duda, lo más importante para el futuro de la nación es con qué grado de salud sale este intento de restablecimiento del presidencialismo mexicano. Que, sin duda, es un retroceso en un sistema de partidos comprometido con sus instancias internas y la voluntad de sus militantes.

 

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