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2026 1 Febrero 2016

 

 

ESTAMPAS VENEZOLANAS III
La política del patriotismo
Víctor Orozco

 

Chihuahua.- El Cuartel de la Montaña está ubicado en una alta planicie desde la cual se pueden observar los detalles del centro de Caracas. En los inicios del siglo XX, allí se alzaba solitario el soberbio edificio construido para la Academia Militar Venezolana, luego convertida en Universidad.

Hoy se halla rodeado por barrios populares, donde habitan los duros de la revolución bolivariana. El 19 de febrero de 1992, se instaló allí el puesto de mando desde el cual el teniente coronel Hugo Chávez encabezó el intento de golpe de estado en contra del gobierno presidido por Carlos Andrés Pérez.

Pueden contemplarse a simple vista el palacio de Miraflores, el edificio del Banco Central de Venezuela, la sede de la Asamblea Nacional. Con unos mira lejos parecen estar a tiro de piedra, así que los conspiradores de 1992, seleccionaron muy bien el sitio para golpear el corazón político del gobierno.

A la emocionada joven que nos guía y explica, se le enronquece la voz cuando habla de los retratos, las insignias, las leyendas inscritas en placas adosadas a los muros y finalmente el mausoleo del “Comandante Eterno”, título oficial del fallecido fundador de la República Bolivariana de Venezuela. Frente a una de las imágenes, que guarda para la memoria la gigantesca concentración de masas tenida lugar durante la campaña electoral de Hugo Chávez en 2012, la chica lanza varias preguntas a los visitantes: ¿Alguien de ustedes estuvo presente en este mitin? De inmediato tres o cuatro alzan la mano y responden a la siguiente cuestión: ¿Y qué sintieron? Un hombre dice que  sintió se le salía el corazón cuando escuchaba el discurso del comandante, otra mujer, atestiguó que una ola de energía invadió todo su cuerpo. Uno más agregó que justamente eso era lo que trasmitía Chávez: una poderosa fuerza interior capaz de mover cualquier obstáculo. La guía, con visible entusiasmo y convencimiento, remató diciendo que ese día, hasta quienes iban en silla de ruedas se pusieron de pie.

Nos pasa enseguida al patio central en donde se encuentra el catafalco con los restos de Hugo Chávez. Cuatro soldados vestidos con uniformes de la época independentista hacen guardia las veinticuatro horas del día, igual a la llama eterna, permaneciendo inmóviles durante ciento veinte minutos antes de ser relevados. El cambio de guardia es impresionante. Cada uno de los sustituidos, al tiempo que entrega el arma a su relevo, pronuncia con voz estentórea uno de los  textos de Chávez inscritas en los muros. “…nos costó mucha sangre llegar aquí en 500 años de batalla, de 1492 a 1992… Cuando terminaba el siglo XX nosotros salimos de una especie de muerte colectiva, a pesar de tantas luchas, terminado el siglo, Venezuela se levantó como Lázaro y aquí estamos en el 2012 ¡Venezuela hoy está viva, camina y corre!”

Estas escenas simbolizan muy bien el intenso fervor patrio desplegado en Venezuela durante la última década, asociado a dos nombres: Simón Bolívar y Hugo Chávez, el primero casi divinizado y el segundo convertido en un hombre proverbial y providencial, con poderes sobrenaturales, a la manera de los antiguos reyes europeos taumaturgos. A la salida, Jaime, nuestro guía y conductor, quien es apolítico, según insiste pero cuya inconformidad con el gobierno es evidente, afirma que le apenan sus paisanos, los que dicen que Chávez casi hacía caminar a los tullidos. Pienso: A este hombre no le llegó la ola de enajenación colectiva levantada por el culto al caudillo. Pero, enseguida nos refiere: Yo también he sentido eso que dijeron allá arriba y he visto los milagros, ¡pero eso fue cuando vi al Papa Juan Pablo en su visita a Caracas! Le comento: oye Jaime, pero si tú sentiste lo mismo cuando miraste al Papa, ¿por qué  no lo pudo sentir la mujer oyendo a Chávez? Ah, pues es muy diferente, ¡porque el Papa es santo! Ya lo han dicho muchos: el fetichismo político y el fetichismo religioso son hermanos.

Una escaramuza reflejó bien por unos días la polarización y los recursos ideológicos del gobierno y de la oposición. Al flamante presidente de la asamblea, un septuagenario y taimado político de la IV República, como le llaman al régimen anterior a 1999, se le ocurrió, quizá por un celoso respeto a la división de poderes, quizá por puro resentimiento y actitud de venganza o desquite, descolgar varias fotos de Bolívar, de Chávez y de Maduro,  colocadas en los muros de la sede legislativa. Del primero, porque no estaba de acuerdo, dijo, con la figura de El Libertador oficializada por el gobierno y de los otros dos, porque rechazaba la subordinación de los representantes populares al poder ejecutivo. La reacción en las filas chavistas fue instantánea y contundente.

El presidente Maduro de inmediato “se encadenó”, como dicen los venezolanos, en todos los canales de TV para mandar una encendida arenga en defensa de la patria. Los altos mandos del gobierno se juntaron en el emblemático cuartel de la Montaña, bajo las efigies de los dos prohombres, donde el acto de mayor significación fue el discurso del general en jefe de las fuerzas armadas, quien expresó: “Bolívar y Chávez personifican la patria, ellos se han arraigado en lo más profundo del inconsciente del alma nacional. Lastimar su memoria o intentar sacarla de allí, equivaldría a conmover al país en lo mas hondo de sus cimientos, para lo cual tendrían que sacrificar hasta el último soldado”. No paró allí. Ordenó que se realizaran actos patrióticos de desagravio, en todas las plazas públicas. Asistimos a una de estas reuniones en la de Maracaibo, donde cientos de militares desarmados que estacionaron sus impresionantes vehículos de transporte en las calles aledañas, se reunieron y escucharon los mensajes. Le pregunté a un oficial, medio despistado, por la razón del acto y se encogió de hombros. Una sargenta menuda, me explicó escuetamente que era por lo ocurrido en la asamblea nacional.

Venezuela se ha convertido en una olla de presión social. El chavismo avivó el fuego patrio hasta el límite para ablandar y quebrar las resistencias a los cambios propuestos. Chávez puso tras de sí a la mayor cantidad de fuerzas nacionales en la pugna contra la oligarquía, el imperialismo norteamericano y la jerarquía de la iglesia católica. Con el tiempo, acabó por identificar su propia persona, su condición de político con la patria misma. En 2012, sus slogans de campaña le llamaron “El candidato de la Patria”. Ergo, los otros estaban contra ésta. Esta retórica se ha mantenido, pero ya opera en el vacío. El grueso de los desesperados ciudadanos piensa en la falta de medicinas, de harinapan, de papel sanitario, de leche, de arroz…

En estas condiciones, es casi seguro que ni siquiera el comandante eterno, un artista en el dominio de la tribuna, cuya oratoria electrizaba a las masas, podría salvar la situación y recuperar el apoyo popular a su gobierno. Lo peor que ahora podría suceder es un nuevo “Caracazo” como el de 1989, pero ahora manipulado por las derechas.

 

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