Cortesía sí, aunque sin olvidar ni perdonar
Hugo L. del Río
Monterrey.- El Papa Francisco vendrá a México dentro de pocos días. Sea bienvenido. Sabemos que es una visita de Estado. Está asegurado el beneficio para muchos: Peña Nieto capitalizará la presencia del Vicario de Cristo quien, como huésped bien educado, se cuidará mucho de hacer o decir cosa alguna que pudiera molestar a su anfitrión.
El doctor Bergoglio posará su planta en dos de las entidades más martirizadas de México: Chihuahua y Chiapas. ¿Qué hará, qué dirá en Ciudad Juárez, osario de cientos, quizás miles de mujeres mancilladas, sacrificadas en los nuevos altares de Huichilobos? Ciudad Juárez es uno de los más poderosos iconos de la violencia y la corrupción.
En Chiapas las cosas son todavía peores: allá cabalgan todos los jinetes del Apocalipsis. ¿Fueron castigados los asesinos de Acteal, se punió a quienes acribillaron a los zapatistas que se habían rendido? Y a esto, le agregamos el racismo y la miseria, la ignorancia y el olvido de siglos. En su camino, el obispo de Roma hará, sin duda, un gran esfuerzo por no verlo. Pero a su lado está, siempre, el caldero donde las brujas preparan sus venenos. Y, lo peor, muchos fantasmas turbarán sus días y sus noches.
¿Alzó su voz el cardenal Bergoglio para denunciar los crímenes de la dictadura militar que desangró a su patria? Treinta mil muertos, por lo menos. E incontables hombres y mujeres torturados en la Escuela de Mecánica de la Armada. ¿Hizo algún esfuerzo el entonces príncipe de la Iglesia católica para evitar que los generales y almirantes enviaran a los conscriptos al matadero de las Malvinas?
El jefe del Estado Vaticano es un iberoamericano. Es hijo de uno de nuestros países: tan diferentes y tan semejantes entre sí. Pero, ¿es uno de los nuestros? Quizás el Pontífice de Roma piensa que hemos olvidado las abominaciones perpetradas por Marcial Maciel y sus legionarios de Cristo. El Trono de Pedro protegió a Marcial y por muy buenas razones: los miles de millones de dólares que puso en manos del representante de Dios en la Tierra.
No, don Jorge. En tanto buenos hijos de indios y españoles, no sabemos olvidar ni perdonar. Pero no incurriremos en descortesía alguna hacia el ilustre visitante. Tenemos, de la hospitalidad, un concepto casi sagrado y así debe ser. Y, nobleza obliga, el señor Bergoglio se abstendrá de atender a los deudos de víctimas de la narcoguerra. Para qué perder el tiempo escuchando la inacabable relación de matanzas e impunidad.
Finalmente, don Jorge respeta la tradición que inspiró el Pontificado de Pío XII, el justamente llamado Papa de Hitler. Lo que nadie le podrá ocultar, señor Bergoglio, es que tanto la Iglesia católica como el anticlericalismo pierden terreno en México. Aquí los católicos, hombres y mujeres, usan el condón, se divorcian, se recurre al aborto. Y qué: ¿no se casaron en Roma Fox y Martita, ambos reos del pecado del divorcio?
Tampoco nos da ya por comer curas. Eso es tonto, muy tonto. Tanto respeto merece el creyente como el librepensador, y atacar frontalmente a la religión –cualquiera que ésta sea– es avivar la hoguera del fanatismo. Muchas personas encuentran la paz espiritual en la confesión religiosa. Es su decisión y tienen derecho a vivir su vida y a buscar la felicidad.
Tal vez no nos damos cuenta, pero desde hace rato hicimos nuestro el llamado de ese gran regiomontano: el Padre Mier: “De nuevo voy a comenzar la carrera”.
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Y recordar que, durante algunos minutos, soñamos que Humberto Moreira sería castigado. El jaque estuvo tras las rejas el tiempo suficiente para comerse una fabada asturiana y beber un par de copas de un buen caldo de La Rioja o Valdepeñas. Salió libre, le devolvieron su pasaporte y sin duda regresará a su territorio de impunidad: México. Cuánta razón tenía Paul Johnson, el historiador inglés que escribió aquella memorable línea: “Pero, ¿acaso habrá alguien tan estúpido que crea en la justicia”?
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