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2041 22 Febrero 2016

 

 

Un inmortal disfrazado de hombre
Hugo L. del Río

 

Monterrey.- Umberto Eco es el gran jardinero de Dios. Caminamos entre las rosas y las violetas que él sembró con la palabra para embellecer nuestra vida, obligarnos a pensar y aprender a reírnos de nosotros mismos. Sus flores exhalan el mejor de los perfumes: el olor de la tinta.

Su salida del valle no es motivo de luto: él es un “inmortal disfrazado de hombre”, escribió Borja Hermoso en El País. Ni Virgilio ni Dante están muertos. En la pradera celestial, Catulo, con sus travesuras, hace reír a Séneca y aunque Carducci lloró la ejecución de Maximiliano –“delicada flor de Habsburgo caída en tierra bárbara”– es tan grande poeta que no tomamos por lo trágico su afinidad con el imperio que oprimió a Italia.

Umberto nos lleva de la mano a la fiesta de las Letras. Este piamontés igual escribe novela policiaca como El nombre de la rosa –si me equivoco de género me corrigen– que cincela la semiótica como fino instrumento que trabaja la imagen para entender el origen de las culturas de los hombres y los pueblos.

Sé que entró al reino de lo desconocido con amplia sonrisa de varón sabio y valiente. Me lo dijo mi amigo Catulo, quien allá se regocija con la compañía de Clodia Pulcher, a quien llama Lesbia; Postumia, Ipsitila, Ameana y tantas otras damas, algunas no tan refinadas –ejercían su oficio bajo el puente Fornicio– y no pocos caballeros, que tales eran los usos en aquella Roma magnífica y miserable de la que descendemos.

Quizás nadie definió mejor a Umberto que Francois Hollande, el Presidente de Francia: se sentía “igual de cómodo con la Historia medieval que con los comics”. Crítico de todas las manifestaciones del poder, Umberto había centrado en su mira al periodismo de factura que nos agobia más que las Siete Plagas de Egipto.

Espero, con ansia, devorar su libro sobre lo que para mí es vocación y, para otros, venta de espacio editorial y servidumbre de alma. Los medios difieren en cuanto al título. Para algunos es Año cero. En otros periódicos se refieren el opus como Número cero, en alusión al ejercicio que hacemos durante un mes antes de ofrecer el diario en la calle. La degradación de la Prensa escrita preocupaba a Umberto. “No son las noticias las que hacen al periódico”, escribió, “sino el periódico el que hace las noticias, y saber juntar cuatro noticias distintas significa proponerle al lector una quinta”.

El mismo día que Umberto dejó la vida terrenal para entrar a los espacios donde la leyenda se confunde con la crónica histórica, en su Alabama natal el alma se le fue del cuerpo a Harper Lee.

Leo que cientos o miles de los estudiantes de Umberto depositan rosas blancas a las puertas de su casa en Milán. La ciudad de los Sforza y aquellos descomunales señores matadores de inocentes y culpables al tiempo que promovían y protegían al Arte, queda enfrente de mi casa. Claro que ya crucé la calle y dejé mi flor en lo que fue la vivienda del gigante. “Dios ya puede armar su casa editorial”, comentó mi hija Virginia.

Es tiempo, como escribió otro poeta, Shakespeare, de sentarnos en la arena a contar historias de reyes muertos.

hugo1857@outlook.com

 

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