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2041 22 Febrero 2016

 

 

En busca de Irmgard W. Johnson
Eloy Garza González

 

Monterrey.- El México profundo aflora con los textiles hechos en telar de cintura. Su descubrimiento para el aficionado a los tejidos indígenas es una paradoja: cuando más proliferaron en las diversas etnias, a principios del siglo XX, el acceso a tales comunidades rurales como la Chinantla o la Sierra Mazateca, era a caballo, asno o a pie.

Ahora que es más fácil llegar a ellas, la tradición del tejido en telar de cintura desaparece irreversiblemente.

Por eso, las aportaciones de la etnógrafa Irmgard Weitlaner Johnson (1914-2011), con su legado documental que pasa de la fotografía al estudio empírico de las técnicas textiles, es una valiosa base para entender la vida cotidiana de los mexicanos, en un rango que abarca de 1935 a 1975, lapso en el que Irmgard deambuló con muchos sacrificios por los más apartados confines de nuestro país, con su cámara fotográfica en mano.

Lamentablemente cada vez se conoce menos de estos textiles zapotecos, cuicatecos, tzotziles, otomíes, tepehuas y desdeñamos el esfuerzo dedicado durante toda una vida por gente como Irmgard, enamorada de nuestro país desde que su padre, de origen austriaco, la trajo a vivir muy niña de los Estados Unidos al Valle de México, en las postrimerías del alzamiento armado que convulsionó a México. Su especialización en la indumentaria de los indígenas no tiene parangón en América Latina, sin contar el registro que levantó de oficios como la cestería, cordonería y enlazado de urdimbre.

Pude platicar con ella varias tardes en su casa de Coyoacán y su modestia era paralela a su bonhomía: le fascinaba repetir a propios y extraños sus innumerables excursiones geográficas. Irmgard no conocía el reposo: tomó cientos de imágenes en blanco y negro y en color, así como anotaciones de indumentarias, desde Zapotitlán, Oaxaca, hasta el El Tajín, Papantla, Veracruz, auspiciada por el Instituto Nacional Indigenista (INI).

Fue además la matriarca intelectual de una nueva generación de expertos en textiles indígenas, comenzando por su hija, Kirsten J. Johnson y por aficionados a quienes nos gusta conocer y revivir aquellas técnicas que registraron grandes antropólogos o expertos en el tema, desde pioneros de la educación indigenista como nuestro Moisés Sáenz (1888-1941), oriundo de Apodaca, Nuevo León, quien dejó testimonio escrito del indio peruano y ecuatoriano (hecho destacable ahora que periodistas ignorantes critican que legisladores mexicanos conozcan comunidades indígenas fuera de México, como los guaraníes). Quise reanudar la charla interrumpida con Irmgard, ahora platicando con su hija, pero humildemente se negó, porque no se considera experta en el tema, como sí lo fue su madre.

Duele, por supuesto, que las sofisticadas técnicas indígenas sustituyan ahora sus insumos por productos comerciales, porque los materiales tradicionales, como el ixtle (ichtli), que se extrae del maguey, así como la lana, el agave o la grana cochinilla se han perdido, o porque los nuevos hilos y tintes son más vistosos a los ojos de los turistas o porque son más comerciales los hilos industriales que las fibras hiladas a mano.

Todo pasa en este mundo, es cierto, pero queda la nostalgia que se nutre de testimonios como el de Irmgard W. Johnson y su legado inmortal.

 

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