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2047 1 Marzo 2016

 



COTIDIANAS
Feminismo, sociedad y espectáculo
Margarita Hernández Contreras

 

Dallas.- Como feminista, quiero que mi hija quiera y respete su cuerpo, que atienda sus necesidades y que lo mantenga sano. A sus 17 todavía no sabe de la potestad que puede ejercer sobre su cuerpo.

No quisiera que se llegue a ver ante la necesidad de considerar cosas como un aborto. Yo le podría dar mi opinión que es esta: Ella es  la que tiene la última palabra sobre su cuerpo; pero en mi corazón de madre esperaría que le hemos inculcado amor por la humanidad y los niños como para no considerar el aborto como opción viable. Ahora soy ese tipo de feminista, incapaz de querer imponer mi opinión a las demás mujeres e invadir el espacio de sus decisiones individuales, pero convencida de que el ser humano empieza en el momento en que el espermatozoide se acomoda y fecunda el óvulo. Creo en la existencia de un creador y este tipo de decisiones queda dentro de la relación que cada mujer tenga con él. Ni modo, yo mujer y contradicción.

Mi marido tiene aún mucho de macho. Cómo culparlo, si por siglos la posición de los hombres ha sido y es de privilegio y ventaja. Ellos pueden presumir sus barrigas y sus canas, autoproclamarse sexis, sin nunca perder su “derecho” de juzgar a una mujer por su físico, no importa que casi ninguno de ellos tenga algo de George Clooney. Llegan a casa del trabajo con la expectativa de que hay una mujer que les tiene la cena lista, la casa ordenada y los niños encaminados con la tarea y el baño. Llegó “el señor” y hay que atenderlo como se merece. Para mí, lo triste es cuando la mujer cree que así es como son las cosas y que no las puede alterar.

Son lindas las atenciones de los hombres tradicionales: las rosas, los regalitos, los poemas, que le abran a uno la puerta y todos esos detalles de caballero. La bronca está en cuanto el “caballero” quiera imponer en la intimidad del hogar su posición de ventaja en la sociedad para dominar y sofocar la individualidad de su compañera.

Espero que mi marido y yo hayamos jugado bien nuestros roles de iguales como para que mi hija quiera, sepa y pueda hacer lo mismo en su vida, encontrar un hombre de avanzada que la vea como su igual, la respete y la apoye y que ella, claro, sepa corresponder.

En Estados Unidos la tendencia es no hablar de las inclinaciones políticas. Una compañera dijo “eso es privado” (me da que va a votar por Rubio). Otra mujer, muy querible afirma que Trump es bien visto porque finalmente alguien tiene las agallas de hablar sin las limitaciones de lo “políticamente correcto” y dice lo que muchos estadounidenses quisieran poder decir. Una cristiana devota, mi amiga, dice que el que le cae bien es Rubio. Quién sabe, a la hora de la hora uno está solito con su alma cuando emite su voto. No me sorprendería que mi amiga votara por alguien más. Total, son cosas privadas.

Esto viene a cuento porque yo batallo con guardar esa confidencialidad. Y no hablemos de feminismo. En los últimos años he aprendido que decirse feminista es un arma de dos filos en estados rojos como el de Texas. Para mí el feminismo sigue tan vigente y tan vital como desde que tuve conciencia de él en mis 20. Las relaciones entre hombres y mujeres ante la sociedad en mi entender deben ser entre iguales.

Ahora cuando tomo conciencia del ambiente político y cultural que habitamos, encuentro que a veces la vida es mucho más compleja y matizada y me preocupo por mi hija.

Para llegar a una sociedad de iguales, donde el género no venga con una carga de expectativas para cada ser humano, falta mucho. Creo que todos lo intuimos y lo sabemos. Por ejemplo, aún existe la desigualdad en los ingresos. Dicen que por cada dólar que gana un hombre, nosotras las mujeres ganamos 97 centavos (y creo que se refieren al mundo de los blancos, seguro para los latinos y las latinas esas cantidades son menores).

Todavía hay mujeres que luchan contra el cuerpo y lo cambian para achicarse la cintura, agrandarse los pechos, cambiarse el color del cabello, el largo de las uñas, hasta la forma de la nariz (supongo que esos riesgos quedan dentro de la libertad y potestad que una posee sobre su cuerpo). El otro día me asombré de que Obama dijo que fue intimidante conocer a la llamada Lady Gaga que en un evento llevó tacones de 16 pulgadas (que alguien me lo explique). Sin duda el mundo del espectáculo, con todo lo que la fama y el dinero puedan significar, es un mundo de crueldad y expectativas inhumanas en cuanto a la apariencia y deseos de perfección. Los humanos, en especial las mujeres, somos todo menos lo que el mundo del espectáculo quiere obligarnos a soñar y anhelar.

¡Ojo de águila, hija!

* Guadalajareña, vive en el área de Dallas. Es traductora profesional del inglés al español. Para comentarios: mhc819@gmail.com

 

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