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2051 7 Marzo 2016

 

 

Bodas en la élite
Ernesto Hernández Norzagaray

 

Mazatlán.- Recientemente se celebraron dos matrimonios en la sociedad sinaloense que atrajeron la atención de los medios de comunicación y, más allá de la opulencia y espectacularidad de las ceremonias nupciales, la fiesta y hasta los regalos seguramente se volvieron un verdadero problema cuando los que se casan lo tiene todo.

Llama la atención, como siempre sucede en estos casos, las familias de los contrayentes, los invitados y apellidos que se entretejen en los actos civiles y religiosos, mientras la masa sigue estos eventos entre la indiferencia, la curiosidad y el asombro. Quizá por eso, en ellas son más simbólicas las ausencias que las presencias, donde se construyen alianzas y lealtades muchas veces generacionales.

En estos ambientes pareciera que no hay espacio para la envidia porque existen las diferencias sociales, y es que ese estatus se desliza, exalta y hasta se regocija en los espacios del llamado periodismo y literatura del corazón, con el exceso de imágenes felices y calificativos sobre la juventud y belleza de la pareja, los ajuares de la novia y el novio, el diseño de las cosas más ínfimas, el color y las rosas en el esplendor de una tarde luminosa; la fotografía, la solemnidad del acto religioso y la felicidad que se derrama en cada paso, en cada selfie, en cada mirada, toda esa envoltura mágica que vuelve las bodas de la élite en espectáculo público.

Nupcias
Bárbara Coppel González se casa con el ex torero Alejandro Hank Amaya, en el “paradisiaco puerto de Los Cabos”. Ella, hija del empresario hotelero Ernesto Coppel y de la filántropa Leticia González. Él, hijastro del empresario y político Jorge Hank Rhon, quien a su vez es hijo de quien acuñó aquella frase que se transformó en una suerte de biblia entre nuestros políticos: “Político pobre, pobre político”, e hijo de Elvia María Amaya Araujo, una mujer luchadora que lamentablemente falleció en septiembre de 2012, justo a una semana de haber tomado posesión como Diputada federal.
Luego se celebró en la Catedral de Culiacán el matrimonio de Mariana Ley Vela y Daniel Vizcarra Avendaño. Ella hija del poderoso empresario Diego Ley López y la señora Berthila Vela, y él primogénito del también empresario y político, Jesús Vizcarra Calderón y la señora Alma Avendaño.

Estas familias facturan miles de millones de dólares anualmente, entonces, estos enlaces matrimoniales son prototípicos de las élites económicas que se reproducen con singular endogamia otorgando al matrimonio fines de reproducción social y económica. Absorben ciertas prácticas usuales en las grandes dinastías monárquicas. El sentido de pertenencia y diferencia, pero también su sentido gregario que cohesiona intereses. Ayer, como hoy, la impermeabilidad a intereses ajenos a los suyos forma parte de la cultura de las élites. No es nada fácil acceder a ella.

Picaporte
Para confirmar esta idea recuerdo cuando en 1990 ocurrió el “robo” de Rocío del Carmen Lizárraga Lizárraga, la bella soberana del Carnaval de Mazatlán, quien repentinamente desapareció de la escena y las fuerzas vivas del puerto se pronunciaron agraviados: políticos, iglesia, empresarios, al igual que el pueblo expresaron su malestar con todo tipo de comentarios y especulaciones, y más todavía cuando se supo su destino.

Rocío del Carmen se había ido a Tijuana y en una foto aparecía al lado de su ya esposo, un miembro de la familia Arellano Félix, y ante tal evidencia gráfica, Ernesto Coppel sentenció: “Aun con todo el dinero del mundo, nunca entrarán a nuestros círculos”, exhibía diáfanamente el sentido clasista de este miembro de la élite. Y, cierto, Francisco Rafael Arellano Félix nunca entró a los altos círculos sociales del puerto, y sí a una prisión californiana, donde purgó una condena de varios años, y cuando salió se fue a vivir a la península de Baja California como un plebeyo, como lo demuestran sus invitados en la fiesta donde lo asesinó un sicario vestido de payaso: futbolistas, boxeadores, cantantes y personas de la farándula. Quizá algunos políticos, ningún gran empresario.

Es decir, en aquella perorata estaba claro que la agregación social tenía sus límites económicos, políticos, sociales, culturales. En ese sentido, las élites si bien manifiestan apertura, impiden el acceso a su círculo a quienes no pertenecen a ella, o para entrar tienen que hacer algo más que estar en el ánimo del amado o la amada, y acreditar que se es parte de ella.

En ese sentido, el apellido y el abolengo familiar, pero sobre todo el dinero, es definitivo para los enlaces de sus jóvenes. Las bodas mencionadas lo confirman. En el caso del ex torero, incluso, adopta un apellido que no le pertenece, pues no es hijo natural de Hank Rhon, sin embargo, lo asume seguramente porque es una llave de acceso a donde están las solteras de las élites y lo logró con una de ellas. Y en esa medida, ingresa al espacio exclusivo de la élite. Un espacio donde son muchos los que aspiran, pero muy pocos los que llegan. En cada una de estas bodas, pregunto ¿cuántos y cuántas quedan lamentándose en el camino de la frustración? Y es que el dinero es una pieza invaluable de seducción y atracción física, pero también de selección de candidatos.

Al final de cuentas es un asunto de poder, tiene algo de la dialéctica del amo y el esclavo preconizada por el filósofo Hegel, la que somete y determina con todo lo que significa de glamour y realización. Así que, lo socialmente aceptable del matrimonio es su vínculo a un espacio de iguales en el sentido más amplio de la palabra. No hay espacio para la chica o el chico pobre, que vemos en las telenovelas, como aquel personaje de “María la del Barrio”, donde el sueño aspiracional se realiza en el más puro de los amores y se vuelve escalera social. Y es que no lo puede haber. El mundo es bipolar. Y esa bipolaridad marca las diferencias, no de ahora, siempre.

En definitiva, las bodas entre miembros de la élite están especialmente determinados por su pertenencia o cercanía. Dejaron de ser lo que fueron en los tiempos de los abuelos, quienes se casaban sin más que la consagración de un amor para toda la vida con un cónclave festivo a la medida, hoy son otra cosa en un país que nos muestra que entre tanta gente insatisfecha, irritada, sin futuro, hay quienes son espectacularmente felices. Son los nuevos tiempos de la circulación de la élite.


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