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2107 24 Mayo 2016

 

 

De debates e injurias
Samuel Schmidt

 

Ciudad Juárez.- Sorpresivo el twitt que sostiene que un candidato injuriado perdió toda credibilidad. Sorpresivo que la injuria suponga que destruye la credibilidad. Sorpresivo que hay quien se devana el seso interpretando algo que fue todo menos un debate.

Dos debates vi en Chihuahua. Uno para presidente municipal donde un candidato le espeta a otro un dicho popular que lo asemeja con un simio, cuyo andar tiene muy parecido. La expectativa es que los ataques, despierten a la fiera que lleva dentro y tengamos un espectáculo propio de la arena política, que ha llegado muy bajo. El político agredido ignora nuestras expectativas y responde con moderación a los ataques. El pueblo defraudado, se adelanta al otro fraude que será mas contundente, y muestra su desencanto, porque la sangre no llegó al ruedo. Ni siquiera eso pueden hacer bien los políticos: entretenernos.

El otro debate para gobernador nos dio un poco más de carnita. Un candidato acusa a otro de ser parte de un cártel; a su vez, es acusado de mentiroso por otro candidato; otro acusa a un candidato de ser un apéndice del gobernante en turno, para ser acusado de ser un vividor de la política, porque no obstante no haber podido ganar una sola elección, lleva 25 años viviendo como gran señor legislativo.

Un candidato acusa a otro de que sus hermanos tienen una conducta criminal, para que el acusado acuse a alguien ausente, de que un familiar tiene una conducta similar. Dicen que la familia no se escoge, aunque nos hacen pensar que si hay un criminal en la misma, ese debe ser culpa de algún gen compartido.

Los debates mexicanos están lejos de ser debates por varias circunstancias:

1) Han caído bajo el mando del Instituto Nacional Electoral, que impone reglas castrantes, cuya función es bajar el nivel discursivo y lo más jugoso del debate, que es la confrontación de ideas y diatribas. Porque algunos tiene ideas aunque sea malas.

2) En el formato del debate no hay manera que los políticos puedan enfrentarse de manera mínimamente decorosa hasta para insultarse. Plazos ultra cortos de réplicas y contra réplicas para que no puedan largar largos argumentos.

3) Los políticos carecen de imaginación y en muchos casos de ideas. Son el producto de un sistema educativo hundido en la mediocridad. Un político reclama no haber entendido una pregunta y que la pregunta sea capciosa, aunque se refiere al ambiente, tema que ocupa los periódicos todos los días.

4) Aquellos que esperan que los asesores sean sabelotodo que pueden anticipar ataques y contra ataques, no consideran que la mala educación y pésima formación alcanza a políticos y asesores por igual.

5) Hay una expectativa de los políticos y algunos académicos para que los debates sean como ellos quieren que sea, pero así no funciona la realidad.

Es cierto que sería bueno y sano políticamente que la sociedad pueda confrontar las ideas y modelos de país que tienen los políticos, pero a la sociedad en general le preocupa muy poco, en México, especialmente, no le cree a los políticos y sabe bien, que las promesas de campaña aunque se firmen ante notario, tienen menos valor que el papel en el que se inscriben.

Entonces, para escuchar ideas pomposas y mal elaboradas, mejor que nos den un espectáculo y mientras más sangriento mejor.

Los debates no generan impactos electorales, el debate del post debate tampoco impacta, porque muchas veces los comentaristas tienen un nivel más inferior al de los políticos, eso sin considerar que algunos están pagados para que repitan lo que el candidato dijo o “quiso decir”.

A muchos políticos esos espectáculos les desagradan, pero son arrastrados a participar para evitar el escarnio, aunque saben bien, que aunque les pongan sillas vacías, o los traten de avergonzar no pasa nada.

Si el debate no sirve para el voto, qué es entonces lo que lleva a la gente a la urna.

Algunos van motivados por el partido que los ha sabido convencer que su participación será recompensada políticamente, con alguna ganancia partidista. Todavía quedan residuos de ideología. Otros van a votar con el propósito declarado que el otro no gane.

Otros van motivados porque creen que su voto puede producir un cambio y analizan bien las opciones disponibles.

Otros simplemente van convencidos de la utilidad de votar a cambio de un premio inmediato; esos son los que venden el voto, porque saben por experiencia que ese día comerán bien. Es el precio de la miseria extrema y su explotación política.


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