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2122 14 Junio 2016

 

 

El pulso de Orlando
Joaquín Hurtado

 

Monterrey.- Las noticias que llegan desde Florida revelan que la homofobia mata, aniquila con enormes aspavientos y estructuras ideológicas en su favor. La lucha en contra de la discriminación por orientación sexual, por el contrario, tiene muy endebles bases jurídicas y sociales en qué apoyarse.
El grito homofóbico de Omar Mir en el Pulse de Orlando mató a cincuenta personas y dejó mal heridas a cinco decenas más.

Según testimonio del padre, su vástago multihomicida había manifestado asco al presenciar un beso entre dos varones. La repulsión a lo distinto acabó en un baño de sangre de dimensiones espantosas, fue apoyado por el terrorismo islámico que desquita su furia contra la población civil más vulnerable.

Habitamos en un mundo en el cual la diversidad sexo-genérica es rebajada a lo más despreciable en la escala humana. Las autoridades de Salud en Estados Unidos no aceptaron sangre donada por miembros de la misma comunidad agredida para socorrer a sus heridos. La ciencia sospecha del marica y rechaza su sangre porque está contaminada. ¿De qué? De homosexualidad. Ni que fuera tejido radiactivo.

La homofobia es resultado de muchos factores, sobre todo de una educación deficiente que inicia en la familia y se refuerza a lo largo de la existencia en los espacios de formación y convivencia social: hogar, barrio, escuelas, hospitales, iglesias y demás instituciones manipulables por el poder. El daño empieza en la infancia.

La homofobia, como el fundamentalismo religioso, es un trastorno mental que se siembra y se refuerza metódicamente desde los hogares, se cultiva con axiomas del Papa, ayatola, cura o pastor. La estructura familiar participa de manera muy activa en la construcción de prejuicios y legitimaciones del odio que desemboca en holocaustos.

La matanza en el Pulse de Orlando responde a una trama perversa que en México padecemos de manera insidiosa. Romper esa trama requiere bases jurídicas sólidas. En un acto memorable, el presidente Enrique Peña Nieto se pronunció en este sentido. El gobierno federal rechaza convertirse en cómplice de los crímenes de odio. Por eso el golpe presidencial no sólo fue mediático o electorero, sino también político y de salud social, de fortalecimiento de un país más incluyente.

México se curó en salud de la homofobia doméstica alentada por las sotanas y los rebaños evangélicos constituidos en fuerzas de choque. Al menos se sentaron los precedentes constitucionales para reconstruir este país ahogado en sangre. La amenaza persiste en los discursos  radicales de extrema derecha pero es posible conjurarla. Más vale prevenir las funestas consecuencias de esas posturas, no hay que perderlas de vista.

Todos esos sujetos agraviados por la reforma peñista para permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo y la adopción de niños se dicen piadosos cristianos pero no dijeron ni pío en el tema de los abusos sexuales perpetrados por los curas. Toman la calle con sus hijitos en vilo a reclamar airadamente la eliminación inmediata de la iniciativa.

Exigen al Espíritu Santo, a la Suprema Corte, al PRI, a los congresos y gobernadores les sea devuelta intacta la institución que consideran estrictamente de su propiedad. No conciben que la sociedad, la nación, nuestra tibia democracia, se funda en el laicismo del Estado. Desde hace muchos años hay separación de los votos de Dios de las intenciones de César. 

Los grupos que comandan las movilizaciones anti-gay están presentes en 27 estados de la República. Aliados al sector más hipócrita e impresentable de la iglesia católica, mueven sus hilos de manera no tan discreta. Retan al Ejecutivo, se mofan de su sexualidad. Están desatados.

Representantes del intolerante Frente Nacional por la Familia señalan que “la protección de la familia natural no debe ofender a nadie”. Mario Romo, de la Red Familia, es más enfático en su cruzada: “No estamos en contra de los derechos de ningún mexicano, estamos a favor del que el matrimonio natural siga siendo la institución que protege a los niños que llegan de esa unión”.
Natural es mi familia, mi matrimonio es lo natural. Únete a mis creencias naturales o vas contra mí y mi fe en el dios natural. De allí sigue el llamamiento a la cacería de los otros seres humanos, porque es lo más natural.

El sofisma es un artefacto lógico impecable pero falso, nace de premisas erróneas. La maniobra hermenéutica para justificar la barbarie homofóbica en México es la misma que mentó Omar Mir, el terrorista suicida de Orlando. Ejemplo: Si no eres como yo, estás en mi contra. Hay que exterminar lo diferente, jamás dialogar, comprender, aceptar. Lo insostenible de los argumentos parece no importar en los límites de la inquina, el objetivo es alentar la aversión a los diferentes.

El Obispo de Culiacán, Jonás Guerrero Corona, escupió azufre: “¿No será que (EPN) anda buscando Gavioto en vez de Gaviota?” Quienes ya poseen la revelación divina del diseño natural de los fenómenos sociales quizás obtuvieron su información de la Biblia, el catecismo o de las vísceras de un cerdo. Qué más da. El asalto a la razón racionalizado va por sangre, literalmente hablando. Todo por proteger a la niñez mexicana, ya secuestrada por sus garras medievales.

Sin aportar pruebas demoscópicas los enojados paterfamilia exigen que los partidos políticos definan su postura frente a la iniciativa del presidente, o “traicionarán a la inmensa mayoría de los mexicanos”.

Toda cruzada fundamentalista necesita su cuota de martirologio. La Red Familia asegura que en otros países hay padres de familia en la cárcel “por negarse a que sus hijos tomen parte del adoctrinamiento de género”.

Lo mismo pensó el mártir islámico Omar Mir cuando descargó sus torcidas convicciones en contra de ciudadanos inermes.


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