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2126 21 Junio 2016

 

 

MALDITOS HIPSTERS
El periodista que leía a Conan
Luis Valdez

 

Monterrey.- En plena convivencia de colaboradores de la revista Oficio, llega el maestro periodista Hugo del Río, y de inmediato lo aborda el editor Arnulfo Vigil, que me grita desde la puerta: “Aquí tienes a otro gran lector de Robert E. Howard”.

¿Quién era este mentado autor que tenía entre sus lectores a poetas, editores de revistas culturales, periodistas y jóvenes? Uno de los padres de la literatura conocida como “espada y brujería”, inspirada por las historias de la Tierra Media, de Tolkien (El Hobbit, El señor de los anillos), y que más tarde entraría en la creatividad del famoso creador de juegos de combate, Ernest Gary Gygax (Dungeon & Dragons).

Hechiceras, caballeros, bárbaros, piratas, dragones y serpientes, entre otras criaturas: la mitología abarca desde elfos, enanos, orcos, arácnidos y calamares gigantes, sirenas, etcétera. Una mezcolanza de mitología de la edad media, escandinava, griega y toques de H. P. Lovecraft). Las posibilidades eran tantas que Howard dejó un poco de lado la escritura de relatos de detectives y terror para enfocarse en Conan, Kull y Red Sonja. Tres eran suficientes para dedicar toda su vida a ello, hasta el punto de que todavía la licencia respira y hay películas, juegos de rol, cómics, arte visual, y más y más literatura, sea fan fiction o autorizada.

Dos datos extra:
* Arnulfo Vigil tiene en su oficina toda la serie de la historieta La espada salvaje de Conan el bárbaro, editada por Novedades Editores en los años 80 y 90.

* En las oficinas de Oficio Ediciones, hay en la parte más recóndita de un armario, la botella de whisky que Hugo del Río dejaba cada semana para seguir bebiendo el sábado siguiente. Supe que todos respetaban esa botella. Por el contrario, nunca supe la marca del whisky.

No tuve mucha oportunidad de charlar con Hugo del Río sobre este autor. En los “Sábados de Oficio” siempre hay muchas cosas de las cuales platicar y hay temas que se nos van de las manos.

Un par de meses después pude visitarlo en el departamento que rentaba en la segunda planta de una casa de la Vista Hermosa. Nos recibió con un café negro, sin azúcar.

-¿Café de periodistas de la vieja escuela?

-No sé –dijo socarronamente–. Es que no compro azúcar ni leche.

Tomamos asiento en su sala y comenzó a tupirle al escritor de literatura fantástica:

-Me gusta leer Conan. Howard tiene mucha imaginación –Hugo del Río siempre había admirado la imaginación de los artistas, y por eso admitía que sus libros de cuentos sólo eran intentos–, pero le acepto un relato donde hable de un vampiro y me puede dar miedo, como el autor de la novela El Monje, que sí da miedo y hasta te asusta quedarte solo en tu casa; lo que no me cayó fue que luego de meterte miedo, un policía agarra al vampiro a golpes…

-¿En serio hace eso Howard? ¿Y como autor espera que un lector lo crea?

-Sí… ¿De qué sirvió tanto suspenso y hablar de que los vampiros son inmortales y salen en la noche y todo eso?

Así era Hugo del Río: un periodista que leía de todo y que admirablemente nunca perdió la capacidad de descreer de todo. Un periodista inmune a las vendas en los ojos.


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