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2143 13 Julio 2016

 

 

Las recetas del cardiólogo
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Recientemente visité al cardiólogo. El corazón es mi segundo órgano favorito, así que suelo consentirlo con revisiones periódicas. Entre los diagnósticos colaterales me dijo verme algo cansado, porque he abusado del trabajo, justo en las épocas cuando la gente suele vacacionar en una playa, bajo una palmera y un coco con popote en mano.

Me recetó Wellbutrin, 150 miligramos, medicamento para animar a los pacientes con fatiga crónica, entre otras razones, porque son workaholics. Ese término suena muy chic, y es de ese tipo de defectos que muchos por vanidad ostentamos a los cuatro vientos, porque nos hace lucir bien ante el respetable. Pero cuando es cierto, es un problema de cuidado.

Al día siguiente de la visita al cardiólogo, me enfrenté ante una disyuntiva: o ingerir la primera tableta de Wellbutrin o leer en dos horas un librito que el filósofo David Hume escribió durante un solo día en abril de 1776, meses antes de morir. Se titula “De mi propia vida” y es un recorrido por su trayectoria vital hasta que el autor se descubre tocado por una enfermedad mortal, justo a sus 65 años de edad.

Sin necesidad de Wellbutrin y a un paso de la tumba, Hume termina su librito reconociendo que la enfermedad mortal, pese al declive físico inevitable, no le ha restado energía a su espíritu indomable para seguir trabajando como siempre lo hizo y que aún recibe feliz a sus familiares en la sala de su casa.

Que Hume escribiera esa nota tan optimista siendo ya un enfermo desahuciado, como si fuera la cosa más natural del mundo (trabajar como si nada y estar alegre con las visitas de sus amistades) me hizo ver el Wellbutrin con otros ojos: sentí un dejo de vergüenza por recurrir a métodos medicinales en vez de zambullirme en el recurso siempre tonificante de la filosofía.

Quien realmente es un trabajador obsesivo más le vale guardar en el fondo del cajón de su cuarto las tabletas de Wellbutrin, 150 miligramos, y sentarse a leer de un tirón “De mi propia vida”, el pequeño librito que escribió en menos de 24 horas uno de los hombres más inteligentes de la historia.

Así se le abrirán al workaholic nuevos horizontes, comprenderá de golpe lo efímera que es su vida, en el entendido de que siempre habrá gente más profunda y sabia que uno, que nos hablan desde la distancia de su siglo.

Quizá porque la muerte llega siempre de manera inesperada, y los grandes hombres la reciben con una sonrisa y con el mazo dando, sin necesidad de cardiologías ni pócimas medicinales para trabajar con la misma rutina de siempre.

O hasta que el cuerpo aguante, que es decir lo mismo pero más coloquialmente.


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