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2189 15 Septiembre 2016

 



Sabiduría de una bestia racista
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Tomo el libro y se me desmenuza entre las manos. Me lo regaló un moderno secesionista texano. Leo sus herejías políticas amparado en mi insomnio tenaz. Sus páginas queman mi vista de por sí cansada y me sublevan los sentidos. Se titula “Disquisición sobre el gobierno”, breve tratado de ciencia política, publicado en EUA, antes de la Guerra de Secesión. Su autor fue Vicepresidente de EUA, de 1825 a 1832 y luego senador: John C. Calhoun.

Sureño, político profesional. Defendía la esclavitud, la inferioridad de la raza negra, la supremacía de los Estados por encima del país. Lo imagino asestando fuetazos contra la espalda de hombres encadenados. Un aborrecible racista. Y, no obstante, un escritor excepcional.

Me calo los lentes y comienzo a leer. Su tesis es nauseabunda: defiende el Estado con realismo crudo. Calhoun formó parte de esa torre de marfil que es todo gobierno. Prosa coloquial y magnética. Sus escritos constatan que se puede ser un tratadista sutil y una bestia de la peor calaña. Explotó los beneficios que recibe la clase burocrática gracias a ese tributo coercitivo que se llama impuestos.

Calhoun divide la sociedad en dos clases: quienes pagan impuestos y los funcionarios públicos que los recaudan. Esta última clase está compuesta por los “pocos agentes y empleados del gobierno que integran esa porción de la comunidad beneficiaria exclusiva de los ingresos fiscales” que en apariencia se destinan a servicios y obra pública. En la casta de la “codicia de los avariciosos”, de los “saqueadores” que pelean por el control gubernamental, un “mal irremediable que corre a través del sufragio”.

Ni siquiera el derecho al voto “puede contrarrestar esta tendencia del gobierno”. Lo que para unos es carga (la mayoría), para otros es gratificación (la élite política). Unos son pagadores de impuestos y otros consumidores de impuestos. La disputa por estos privilegios de dominación y abuso de poder, “objeto tan ardientemente deseado”, es la causa de que surjan “partidos y conflictos violentos y pugnas entre ellos para obtener el control del gobierno”.

Es difícil para un partido retener el poder por un tiempo indeterminado. Son tan numerosos quienes aspiran al “objeto ardientemente deseado”, como para ser recompensados en su totalidad, de ahí que los decepcionados pondrán su peso “en la balanza opuesta de la siguiente elección, con la esperanza de un mayor éxito en la próxima vuelta de la ruleta”. Así se enzarzan en hostilidades perpetuas por ganar el control del gobierno, lo que aumenta la corrupción porque “la devoción al partido es más fuerte que la devoción al país”. Así fue entonces y así es ahora. 

El pequeño libro de Calhoun corrobora que la perversión política arroja en ocasiones enseñanzas magistrales. Las reflexiones de este político racista cobran visos de veracidad porque sabe lo que cuenta y no miente: Calhoun nunca renegó de los privilegios que le implicaba pertenecer a la clase gubernamental. Vivió holgadamente de los impuestos, es decir, de lo que producían otros, rodeado de esclavos que compró con recursos públicos y murió en su cama, de causas naturales, final supuestamente destinado a los hombres justos.

 

 

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