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2191 19 Septiembre 2016

 



Los hemisferios de los 11-S
Ernesto Hernández Norzagaray

 

Mazatlán.- Toda tragedia colectiva desata emociones, razones y búsqueda de responsables por acción u omisión. Las primeras generalmente están asociadas a las imágenes terribles, los testimonios de los testigos, el discurso del dolor de los deudos y una narrativa oficial condescendiente con la propia tragedia humana. Las segundas, aligerado quizá por los días y las semanas, buscan las explicaciones, las razones y eventualmente los culpables.

El 11 de septiembre chileno y el humo que salía del Palacio de la Moneda indicaba lo peor de lo que sucedía adentro. Los destrozos materiales y humanos fueron mayores a los previsibles. Ahí quedó el cadáver inerte del Presidente Salvador Allende y la luz de su discurso de último momento. Aquel que habla de que se abrirán las grandes alamedas para un futuro mejor.

No fue sustantivamente distinto el 11 de septiembre estadounidense. Las imágenes de los aviones estrellándose contra las Torres Gemelas y la tolvanera oscura que cayó como un manto siniestro sobre Manhattan sólo pareciera tener comparación con las bombas de Hiroshima y Nagasaki.

Sus daños no se agotaron en ese día, permanecen en la memoria colectiva de ese país. Más, todavía, cuando sobre el terreno de los hechos se ha construido un memorial y un museo que tiene como objetivo no olvidar lo sucedido hace ya 15 años.

Y se hace a la norteamericana, con esa gran construcción blanca que se despliega con sus alas al infinito como signo indubitable de libertad.
Lo mismo su museo que conserva los restos de lo que fue un tiempo el orgullo de la arquitectura norteamericana y las imágenes de los héroes públicos y anónimos.

Y, digo a la norteamericana, porque en ese espacio arquitectónico que provoca un sentimiento de tristeza y congoja lleva en su seno establecimientos de las marcas emblemáticas del llamado capitalismo ficción: Google, Microsoft, Ferrari, IBM o Apple.

Pero, por debajo de esas expresiones que hablan de una inexplicable racionalidad, se encuentra los pasos y la palabra de los familiares y amigos que en ambos casos van en busca de sus desaparecidos razones políticas o religiosas, o en muchos de los casos, por esas desgracias imprevisibles de estar en el lugar equivocado en el peor momento de nuestras vidas.

Son los partidos y sindicatos perseguidos que hacen recuentos de daños por sus militantes desaparecidos o las firmas trasnacionales que dan cuenta de las bajas de sus profesionales. O, quienes vieron desaparecer al esposo o la esposa, al amigo o la amiga, luego de un levantón o entre las ruinas humeantes de las Torres Gemelas.

Son los memoriales de víctimas que registra cada nombre de las vidas perdidas y el recuerdo lacerante que conmueve al que lo ve por primera vez, o quien o quienes reafirman sus convicciones en contra de cualquier forma de autoritarismo o fanatismo religioso.

Es el alegato moral contra las dictaduras de cualquier signo político, o el que hace la periodista Oriana Fallaci en Rabia y Orgullo (El Ateneo) donde recrimina a quienes aquella mañana que iba a ser como cualquiera terminara estremeciendo al mundo.

Bien lo dice cuando afirma: “hay momentos, en la vida, en los que callar  se convierte en culpa y hablar es una obligación. Un deber civil, un desafío moral, un imperativo categórico del que uno no se puede evadir”.

Pero, también son las expresiones de rabia de los padres, los hermanos, los hijos, la esposa o el esposo, los amigos y los camaradas. Aquellos que pasan del azoro a la rabia. De la incredulidad a la realidad dolorosa. Es la palabra violenta que parece sintetizarse en un ¡hijos de puta! Que se multiplica al infinito. Y que se llevara como lastre el resto de sus vidas.

Y paradójica o dramáticamente, tiene su contraparte en una alegría imperdonable en otros que lo ven como un triunfo de la razón sobre la sinrazón o viceversa. Es el fascismo o el fanatismo religioso. Que brota de la desesperación y la intolerancia.

Es el discurso a favor de las víctimas que brota de la profundidad del enojo y que va contra todo lo que representan los victimarios. Ese hato de criminales que en nombre de no sé qué valores secuestran, torturan o asesinan.

Finalmente no hay nada más cercano, más íntimo, bajo estas circunstancias, que lo que se encuentra a la mano. Asido a los sentimientos de solidaridad.
En definitiva, vendrán las explicaciones y estas no podrán ser otras que aquellas del ángulo en que cada uno de nosotros se sitúe; sin embargo, pareciera que la disyuntiva es clara se está a favor o en contra de la vida.

El 11 de septiembre chileno, como el norteamericano, con distintas motivaciones y actores, tiene en el vértice lo peor de nuestro tiempo, la exclusión, la intolerancia y el exterminio del otro porque no piensa igual.

Ahí, uno de los dramas de nuestro tiempo, y nos tiene al acecho.

 

 

15diario.com