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2191 19 Septiembre 2016

 



Enigma de género
Joaquín Hurtado

 

Monterrey.- Nació varón pero fue bautizado bajo el signo de María del Carmen. Llegó al mundo un 16 de julio, día consagrado a la imagen santísima. La paridora, la mamacita, se murió de la impresión cuando la comadrona anunció el sexo del bebé. La madre de once varones quería niña. En desquite papacito le puso nombre de mujer.

Así quedó registrado tío Chuyito en los documentos oficiales para estupor de la parentela. Lo vistieron con ropa de color rosa, recibió mimos y remilgos de damita. El papá se alegró al ver cumplido el milagro que la Providencia le escatimó. Ese fue el origen de todo lo que vino después.

Llegada la hora en que el cuerpo y sus órganos reclaman lo suyo, ni siquiera la voz le embarneció a María del Carmen. Nada funcionó en la dirección correcta, acorde con los otros atributos viriles escondidos bajo las faldas. Durante la adolescencia desarrolló amplias espaldas, algo de barba, rasgos faciales muy finos y voz de cristal.

Tuvo María del Carmen un sueño metafísico durante la pubertad. Nubes y rayos la elevaron a través de la bóveda estelar con alas y flores pintadas al pastel. Una presencia angelical la llamó a abrazar la verdadera vocación. Su alma obedeció. El desarrollo intelectual y emocional, por otra parte, fue completamente normal; tirando a destacado.

Llegó al pueblo un cura despistado, venía bufando por el camino real a distribuir sacramentos. Citó a los pecadores reincidentes. Sólo tío Chuyito, disfrazado de monja consagrada, dio un paso adelante.

–¿Cómo te llamas, preciosa criaturita? –preguntó el sacerdote. –María del Carmen –respondió Chuyito –aflautando más la voz de soprano. Nadie le delató.

Los padrinos de Comunión de la dulce señorita fueron los Cabrales de la Peña y Montes, pareja de mancebos medios hermanos, cuyas haciendas estaban muy venidas a menos. Sin embargo, conservaban la pátina de decencia y respetabilidad rural de cristianos de prosapia y abolengo. Ellos ayudaron a mantener incólume la doble identidad del joven más célebre de la casa vieja.

Tío Chuyito jamás se volvió a quitar los hábitos de sierva consagrada a la virgen del Carmen, ni cuando le saltaba encima a los toriles en la plaza. Alma de fuste en la kermés, se liaba a golpes con los gañanes. Cargaba potente carabina entre los ropajes de novicia. Los domingos enseñaba catecismo a los indios del mercado. Daba parte de su dote a los menesterosos con anuencia del rígido patriarca.

Hubo turbios rumores. Unos aseguraban que la orientación sexual estaba inclinada hacia los cuerpos celestes que habitaban en las páginas gastadas del devocionario. Otros señalaban –sin pruebas– a varias señoritas que compartieron con María del Carmen algo más que novenarios.

La verdad es que su repudio hacia los hombres fue legendario. Si su piel era tocada por un apuesto forastero, tío Chuyito, en advocación de María purísima, corría a lavarse con lejía y piedra pómez. Era tan grande el asco inmaculado hacia las tentaciones del diablo.

Codiciaba a las mujeres hermosas aunque ajenas. Nunca dio problemas de gratis; antes al contrario, tío Chuyito se ganó la admiración de los rancheros con aquella flema piadosa aprendida de los Cabrales de la Peña y Montes.

Durante toda su longeva existencia dio la pelea moral en defensa del Nazareno Vulnerado. Aunque mal alimentada María del Carmen no quiso ser carga para nadie. Solita se curaba, solita recaía en nefandos males. Los hermanos sacaban la pistola para responder a la afrenta de quien se mofaba del desarreglo evidente en una monja que orinaba de pie. Todos saben lo que conllevan esos chismes en la campiña mexicana.

Fue célibe rabioso. Jamás aceptó compartir su vida con nadie en los 99 años que vivió para hacer el bien. Si se convirtió en sor fue sólo para amar al Vulnerable con la máxima fidelidad posible entre palurdos de la sierra. Curaba animales de granja con agua bendita, cuidaba con esmero a los ancianos achacosos a punta de rosarios, sus armas infalibles.

Muy mayor lució cofia ajada y enaguas color de rata. Detestó la vida mundana. Hacía excepciones en las fiestas patronales, cuando en la feria amenizaban bandas de viento y tambora. Echaba bala hasta por los codos de charro bragado y gozador. Sólo bailaba con guapas y solteras, nunca comprometió su palabra con ninguna ni mucho menos las olvidó en las soledades de su retiro. Caían rendidas a sus pies de varón delicado.

Alabado por prelados y catedráticos, curiosos y sufrientes subían la cuesta con el sol a plomo nomás para verla de lejos. Su cuerpo mortificado fue casa del Señor. Se fue a la eternidad como un santo.

Continúa sin cuadrar un enigma: ¿era un real caballero María del Carmen o un vulgar maricón el tal Chuyito?

 

 

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