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2193 21 Septiembre 2016

 



Un playboy impotente
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Hay un tipo de millonario sampetrino que me provoca urticaria: es aquel que forma parte del club del esperma con suerte. Es una cofradía peor a pertenecer al Club Campestre.

Son juniors exitosos desde antes de nacer. Muchachos vitalicios. Eternos adolescentes con cabello injertado, rostro restirado con hilos rusos y traje a la medida comprado en Savile Row.

Por cultura general, sé que Savile Row es la Meca del buen gusto: uno pasea por el barrio de Mayfire y se topa con las tiendas más lujosas y caras de Londres, sobre todo del bespoke: las sastrerías más refinadas del planeta. Eso lo sé porque circulé por ahí en Google Map.

En una cena del Club Industrial conocí al peor júnior de todos. Me presumió en la zona de valet parking su BMWi8, un auto deportivo que va uncido al playboy de moda, al mirrey de gustos refinados por el dinero paterno. A veces la buena fortuna hereda verdaderas fortunas. No es juego de palabras, es ironía del destino. Injusticias del azar.

Este júnior había cumplido recientemente cincuenta años. Acabada de volver de Ospedaletti, a mi gusto, la mejor playa italiana (de nuevo, según Google Map). Miraba a los demás con sonrisa indulgente que daba por sentado que el mundo le pertenecía. Todo en él me parecía un tanto excesivo y, por supuesto, banal.

Sin embargo, me sentí vinculado generacionalmente a él porque nacimos en aquella época cuando Richard Burton le regalaba a Elizabeth Taylor las mejores joyas que luego le quitaba en sus constantes riñas; Onassis ostentaba sus billones y Boussac sus caballos pura sangre.

Esa misma noche una amiga que conocía al playboy cincuentón me confió un secreto macabro. La psique de este bendecido por la mano de Dios escondía una fractura secreta: había sufrido dos infartos y una disfunción eréctil lo amedrentaba al embestir (es un decir) a las mujeres. No podía valerse del Viagra como quien puede asirse a una tabla de salvación, porque su corazón no lo resistiría.

Quise darle a este millonario impotente palabras de aliento. Decirle como amigos (relación que nunca tendremos) que en ciertos hombres que llegan a los cincuenta, la virilidad hace algunas transferencias e intentan crear un legado artístico o financiero a resguardo del declive glandular. La psique gana en ensañamiento todo lo que el cuerpo pierde en vigor.

Después de su accidente, el cincuentón Giani Agnelli se dedicó a la Fiat con tal energía, tenacidad y empuje que la convirtió en una de las primeras potencias automovilísticas (por cierto que Agnelli solía decir que a esa edad pasas un momento curioso; “si una muchacha te dice que sí, te asustas y si te dice que no, te ofende”).

Pignateri, playboy de París, se recicló a los cincuenta años en el negocio del cobre y Steve Jobs viró su creatividad cumpliendo sus cincuenta, a la tecnología de consumo y diseñó iPod, iPad, iPhone, y lo mejor de Pixar.

Y si, en el peor de los casos, a este millonario sampetrino la naturaleza no lo dotó de ninguna habilidad ni destreza a desarrollar en su etapa de madurez, todavía le queda la opción sexual de poner en práctica la profunda filosofía que alberga aquel chiste del viejo que está haciéndose la revisión médica y el médico le dice: “enséñeme sus órganos genitales”. El viejo abre la boca, saca la lengua y dice “aaaah”.

 

 

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