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2197 27 Septiembre 2016

 



No me arrepiento de nada
Eloy Garza González

 

Monterrey.- No importa cuánta gente asista al monólogo Piaf, de Patricia Quiroga: siempre harán falta más espectadores. Teatro concierto o teatro cabaret, la interpretación de la actriz, cantante y autora regiomontana es impecable.

Transita de una Edith Piaf en anticipada decadencia (murió a los 47 años), consumida por sus diez inyecciones diarias de morfina, el cáncer y la artritis, a los orígenes prostibularios del mito artístico francés por excelencia, que nació literalmente en plena calle, debajo de una farola.

Durante poco más de una hora, Patricia Quiroga es Piaf, la coleccionista de amantes, la artista-símbolo tanto del Olympia de París como de los cafés parisinos; la mujer con carencias afectivas y una inusitada mala suerte en su vida sentimental, en paralelo a un refulgente don que dominó por breve tiempo los mejores escenarios del mundo.

Sin embargo, en el sustrato del texto dramático de Quiroga late un presentimiento bien fundado: Piaf como amante era un perfecto fiasco. Pretendía transmitir una sensación de orfandad y abandono, pero para esta temperamental mujer, que odiaba atormentarse, el amor significó una práctica solitaria. Sus parejas amorosas, aun el que más quiso, el boxeador Marcel Cerdan, eran solo renovados estímulos para su soledad vitalicia. El amado, para Piaf, era un espejo opaco donde representar su personalidad posesiva.

Incluso si uno lee detenidamente “Le bel indifférent”, el monólogo que su gran amigo Jean Cocteau escribió para ella en 1940, se dará cuenta que el personaje es una mujer egoísta, manipuladora y autodestructiva. A Piaf le gustó tanto la obra que la montó con gran éxito de público y crítica. No fingió ignorancia, sabía bien a lo que se atenía, interpretando a esa amante despechada pero orgullosa creada por el perverso de Cocteau pero inspirada en ella misma.

Sin embargo, Edith Piaf se reivindica como figura heroica, a pesar de sus excesos, de ser una borderline o una bipolar limítrofe, por una razón de peso: en su ajetreada vida, tan corta como intensa, no se arrepintió de nada. Ni del bien ni del mal que pudo haber hecho. Non, je ne regrette rien, es un himno para quienes aspiramos a hacer valer nuestra soberana voluntad.
“Todo está pagado, barrido, olvidado”. Y el amor, la vida y las alegrías, siempre comienzan de nuevo. Así estemos, como sucederá con quien escribe estas líneas y quien las lee, al borde de la inevitable muerte.

 

 

15diario.com