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2197 27 Septiembre 2016

 



La vulgaridad de la riqueza
Ernesto Hernández Norzagaray

 

Mazatlán.- Hay quienes nacen en buena cuna y fortuna. Los hay quienes además tienen padres que se preocupan porque sus hijos tengan la misma formación ética, de manera que no pierdan clase viendo al otro de arriba abajo. Vamos, sin aires de superioridad y menos desprecio por quien no es de su estirpe.

Esos hombres y mujeres cultivan en medio de la abundancia el bien de la sencillez, humildad y clase. La comprensión del mundo, el valor de las cosas materiales y el de las personas. La universalidad y la relatividad de la vida, no menos lo circunstancial de muchas riquezas, que pueden evaporarse por una mala decisión.

Son esa rama de la especie humana que podríamos calificar de culta, que no los marea el dinero o la posición social. Son garbanzos de a libra en sociedades como la nuestra, donde es más importante parecer que ser. Entre más poderosos son los padres, aquellos hijos e hijas buscan ser más ellos como defensa ante el halago fácil y la condescendencia del arribista.

Aquel pobre diablo que ve en el rico o la rica, la posibilidad de su propio ascenso social y el económico. Son gente sin atributos –claro, no en el sentido, que le otorga el austriaco Robert Musil a Ulrich en su obra monumental bajo ese título–, sino aquellos que por ósmosis buscan el reconocimiento público o mejor para ellos, el de las élites locales.

¿Cuántos sin otros atributos que no sean el físico, les permite salir de la pobreza o la medianía del diario existir? ¿Cuántos con audacia, riesgo, arrojo o temeridad logran ser respetados a fuerza dejando atrás la obscuridad de sus vidas? ¿Cuántos estando en el lugar y el momento oportuno aprovechan esa oportunidad única en sus vidas? ¿Cuántos sin escrúpulos son capaces de robar, amedrentar y hasta asesinar con tal de alcanzar una fortuna o un lugar en lo que podríamos llamar el jet set provinciano?

Es el caso del nuevo rico, que de la noche a la mañana, por un golpe de audacia, logró una gran fortuna, pero también esa especie sociológica, que acuño brillantemente Ricardo Raphael, y que sintetiza en esa expresión procaz de “mirreyes”, para referirse a ese segmento de jóvenes de la clase privilegiada que adoran a Luis Miguel. Esa que no escatiman esfuerzo en hacerlo saber como un ejercicio de afirmación y egolatría supina. Los nuevos ricos y los “mirreyes”, son sin duda personas, con más arrojo que los demás.

Pero tener un nuevo status social, más dinero y poder, ¿los hace perder la vulgaridad que provoca el dinero fácil? Claro que no. Ese tatuaje esencial quizá se pueda ensombrecer. Bajar el tono y la medida, pero nunca desaparece si no se modula o se eclipsa con los años. Está y estará ahí, como compañero de viaje, para recordar en muchos casos de dónde se viene y cuál es la formación esencial de cada uno que –por cierto–, no pasa desapercibido.

No faltan casos ejemplares de este tipo de comportamiento. Está el narco exitoso que de la noche a la mañana acumula una gran fortuna y dilapida con generosidad entre los suyos atendiendo a una vida efímera. Está el testaferro empresarial con su respectiva comisión de dos dígitos. Está el político que presta servicios o forma parte de un lobby de protección de intereses. O el junior de todos y cada uno de estos personajes, quienes hacen de la prepotencia su personalidad. Con desplantes y gustos que lo presentan de cuerpo entero. Su gusto por el exceso y la balandronada. Los autos de alta gama y mujeres siliconadas. El de las selfies en los sitios más exóticos y remotos; entre pumas y elefantes.

Ajenos pues a cualquier comprensión del significado del viaje y lo que representa la historia de las culturas transitadas. Se trata de estar, no de saber. De sentir, no de imaginar. De oír, no de escuchar. Hacer del aquí y el ahora, su relación cotidiana con el mundo. Por eso, muchos de estos personajes, son buenos para la trácala; las relaciones públicas fluidas y fructíferas. Para hacer dinero sin dinero, o más dinero con dinero. Aprovecharse pues del dinero y las influencias políticas de papi.

Mas, hay otros, que no contentos con su ser decadente buscan aparecer con dotes extraordinarias aunque sea cháchara y piratería. Mandar hacer libros que ellos luego firman. Discos que ellos cantan desafinados pero muy voluntariosos como si fueran estrellas en comedias musicales en Broadway. Los que dan discursos aleccionadores a pares frecuentemente dirigidos a sus aduladores y condescendientes con la vulgaridad. El lugar común y lo trillado del éxito empresarial. Para medios de comunicación, periodistas serviles y público ad hoc.

Los que hacen posible aquella máxima de lo que en un simple mortal, es una borrachera, entre estos personajes, es una simple bohemia. Todo parece perdonársele en aras de que son empresarios exitosos. No importa su racismo, el ninguneo, los mexicanitos de las pensiones del IMSS y el ISSSTE, esos que llegan a tropel en camiones e inundan las calles y los hoteles de los centros turísticos.

Peor tantito, los hay quienes amenazan a los nuevos ricos, que vienen del narco, con expresiones clasistas, como aquella de los ya lejanos años ochenta, que es toda una joya clasista: ¡Van a pasar generaciones antes que uno de ellos logre ingresar a nuestro círculo social! Woow! Cuando es conocida la puerta giratoria por donde circulan diariamente empresarios, políticos, narcos y el joven arribista, que siempre está haciendo antesala por si es llamado por algún poderoso.

En fin, hablamos de vidas en el mejor de los casos rocambolescas, pero como alguna vez le diría Diego Fernández de Cevallos a Ricardo Salinas Pliego, el de TV Azteca: “Usted, señor, lo único que tiene es dinero”.

Y esa es una expresión ubicua, entre los nuevos ricos y los insoportables “mirreyes”, cargada de crítica a la banalidad y vulgaridad de esa gente tan cercana, pero lo mismo tan lejana, del común de los mortales.

Que la bruma mediática no quite visibilidad de la vulgaridad de la riqueza.

 

 

15diario.com