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2204 6 Octubre 2016

 



En defensa del suicida
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Varios amigos (y no amigos) me reprochan que en mi artículo sobre Luis González de Alba escribiera que suicidarse con un arma calibre .22 es un error de cálculo: existe el riesgo de no morir, es decir, de “vivir en el intento”. Ahora la hija de Rafael Pérez Gay, que es médica, me da la razón: “una bala de calibre pequeño puede errar su camino y alojarse en un pulmón, o en el mediastino”. En el mejor de los casos, el suicida sufrirá una muerte lenta. Luis González de Alba se murió de milagro.

Pero sigo intrigado: ¿por qué un hombre de ciencia, así fuera en plan de aficionado, se expuso a tamaño riesgo?

Otros me reprochan que, valiéndome de la muerte de González de Alba, hago apología del suicidio. No lo promuevo, pero sí lo defiendo. La palabra suicida en cualquier idioma, se acuñó en tiempos relativamente recientes. No existía en la época de Cervantes. Se inventó a mediados del siglo XVIII, junto con otro término: mente, con el que se sustituyen muchas funciones hasta entonces atribuidos al alma.

Antes de acuñarse ambas palabras, quien se mataba por su propia mano, era moralmente responsable de su acto. Cometía un pecado, sí, pero lo hacía bajo su libre albedrío. Después del siglo XVIII, quien se suicida es sin excepción, víctima de un desequilibrio mental: resultado de una enfermedad de su mente, de la que la víctima ya no es dueño.

Quien no logra suicidarse, tras el intento fallido suele recluírsele en un psiquiátrico, en muchas ocasiones con justa razón. Pero al suicida, en general, no se le considera libre de asumir esa decisión extrema. Ya no es un pecador, es un enfermo a quien se le estigmatiza con alguna de las variantes médicas de la locura.

Sin embargo, González de Alba no estaba loco. Era díscolo, socarrón, necio y a veces hasta perverso, pero no loco. Quitarse la vida fue un acto totalmente legítimo. Y, por tanto, respetable. Fue una muerte libremente deseada, asumida en sus cabales. El problema social que ahora tenemos es que el suicidio está tipificado como acto reprobatorio. Así, simplificamos las causas de cualquier suicida. Y, al mismo tiempo, minusvaloramos a quienes cometen tal acto muchas veces valedero.

Más que resultado de un desequilibrio mental, el suicidio de González de Alba fue un acto de valentía, cualesquiera que hallan sido sus motivos: sida, nostalgia amorosa o simple tedio de seguir viviendo.

No acepto la opinión de Héctor Aguilar Camín: su suicidio no fue “el acto último de su salvaje libertad”. En realidad fue la decisión sensible de su muy civilizada voluntad.

 

 

15diario.com