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2256 19 Diciembre 2016

 

 

El credo de las derechas
Víctor Orozco

 

Chihuahua.- Las derechas norteamericanas están de plácemes. Podrán intentar hacer realidad varias de sus aspiraciones más acariciadas. En general son compartidas por todas las corrientes de similar signo en el resto del mundo, aunque, por su propia condición, choquen entre sí e incluso provoquen guerras internacionales. Veamos algunas de estos propósitos:

Exaltar el patrioterismo hasta sus últimos extremos. Como ya se sabe por las experiencias históricas, el nacionalismo ha mostrado dos caras: una agresiva y otra defensiva. La primera, se manifiesta cuando ha sido utilizado como un instrumento para oprimir o para atacar a otros países. La Primera Guerra Mundial, tiene buena parte de sus orígenes y explicaciones en la exacerbación de sentimientos, signos, identidades, odios y rivalidades   patrióticos de ambos, Alemania y Francia. Por su parte, la segunda guerra, es inconcebible sin la enfebrecida pasión nacional de germanos e italianos. Con su lema “Hacer grande a América otra vez”, el presidente electo de los Estados Unidos, ha dado rienda suelta al renacimiento del racismo blanco, proclamador del Destino Manifiesto y la tesis del “pueblo escogido” por Dios para imponerse sobre los otros.

Acabar con la educación pública o al menos reducirla al mínimo quitándole fondos, desprestigiándola, abandonándola a su suerte, haciendo que sus egresados se conviertan en los parias profesionales. En contrapartida, impulsar la educación privada, transfiriéndole recursos del erario, acreditándola en todos los foros y espacios, adulando a los usuarios-contribuyentes que la pagan, privilegiando a sus egresados. La mercancía-educación en vez de la educación-derecho humano-servicio público, que contribuirá a reproducir y enfatizar las desigualdades sociales, en lugar de ayudar a disminuirlas.

Borrar las fronteras entre la religión y la política, de tal suerte que los manipuladores de ambas puedan someter a sus anchas las conciencias de las masas enajenadas por el fanatismo. Al liquidar en los hechos el estado laico, subordinando las decisiones políticas a los dictados religiosos, estas cúpulas integradas por pastores, curas, empresarios y políticos, atropellan derechos, suprimen prestaciones sociales y les dan vuelo a las corrientes más regresivas e irracionales. Es paradójico que el estado norteamericano, surgido como uno de los productos directos de la ilustración europea, retorne a las concepciones y a los usos atrabiliarios del medioevo.

Instituir la penalización del aborto, persiguiendo criminalmente a las mujeres que lo sufren y a los médicos que las auxilian. Esto es una primera consecuencia de la imposición de artículos de fe, creencias y órdenes provenientes de las jerarquías eclesiásticas. La prohibición del matrimonio igualitario, obedece a los mismos intereses y razones.

Eliminar todas las medidas y restricciones para la protección del medio ambiente. Los ensoberbecidos empresarios y políticos que comandarán al gobierno norteamericano a partir de enero próximo, comparten la idea de usar hasta donde se pueda los recursos naturales, sin limitación alguna. Si están dispuestos a devastar al entorno natural de su país, imaginémonos hasta dónde llegarán en otras regiones de la tierra. Muchos de ellos son fervientes seguidores del mensaje bíblico de tomar la tierra y enseñorearse de ella, que interpretan como la licencia divina para apropiarse de la naturaleza y destruirla.

Consagrar sin límites el derecho a poseer y portar armas de fuego. Tal prerrogativa da lugar a que en el país existan más rifles y pistolas en posesión de particulares que habitantes. También el que por mucho, tiene el mayor número de prisioneros y respecto a los países desarrollados, el de mayor porcentaje de homicidios violentos. El mal se extiende hacia México, donde los grupos de delincuentes poseen verdaderos arsenales. No hay que quebrarse mucho la cabeza para explicar estos hechos por el peso de la poderosa industria del armamento, a cuyos dueños poco les importa las consecuencias perniciosas para la sociedad, con tal de mantener en alto sus tasas de ganancias.

El fomento del racismo y la xenofobia. El odio a los migrantes y en especial a los mexicanos. EEUU es una nación formada por oleadas de hombres y mujeres llegados de casi todo el mundo, sin embargo, una porción de su estrato anglo europeo nórdico, ha pretendido ser la dueña. Una minoría de sus miembros han ocupado los principales espacios del poder económico y político a lo largo de los siglos. Otra, mayoritaria, pertenece a las clases medias o a la clase obrera industrial, que proporciona los oídos a las proclamas del racismo incendiario y de los llamados de odio contra los de piel morena. Esta ha sido la base social de los políticos ultras de las derechas, quienes ahora ganaron las elecciones con Donald Trump. El racismo es una enfermedad histórica. Se apoderó de la civilización occidental desde los primeros tiempos del cristianismo y fue intensificándose a medida que los europeos tuvieron contacto con los pueblos y civilizaciones africano-americanas. Acabaron por asumir que el señorío de los blancos provenía de una disposición divina. Españoles, los primeros, luego los ingleses, franceses y alemanes (quienes lo llevaron hasta la cima de las aberraciones) lo metieron hasta el tuétano de las mentalidades colectivas. Todas las teorías raciales, tan en boga no hace mucho tiempo, han sido descartadas como fantasías y mitos sin ningún valor. Pero, expulsadas de las leyes y de la ciencia han quedado vivas en la conciencia de millones. Hoy están de vuelta en Occidente. Sacan la cabeza ocultas en los velos del nacionalismo, de la protección de los valores patrios, de la salvaguarda de los puestos de trabajo, como aconteció con las simplificadoras campañas de propaganda desplegadas por Trump. Sin embargo, si les quitamos el camuflaje, queda el mismo esqueleto del irracionalismo, de la maraña de prejuicios y tonterías que constituyen la médula de la presunta superioridad de una raza sobre otra. Y, por ser antagónicas de la razón y la inteligencia, son por ello irreductibles y casi imposibles de erradicar. Al último de cualquier debate contra este racismo, encontramos un núcleo inconmovible que se apoya en la pura fe. "Creo, porque es absurdo", de la misma manera que se confía en santos, augures o deidades de cualquier clase.
  
En este credo se fundarán las políticas internas y la diplomacia del gobierno norteamericano al menos durante los próximos cuatro años. Los mexicanos, blancos primarios de las acciones derivadas de tales postulados, poseemos varios instrumentos para confrontarlas:
  
Un nacionalismo-escudo contra los embates. Ha salido triunfante en varios momentos críticos de nuestra historia, como fueron los años de la reforma liberal, de la intervención francesa, de la revolución mexicana, de la época cardenista.
  
Una defensa de los derechos y valores universales. Podemos desdeñar y criticar múltiples actos de los gobiernos, pero si de algo podemos presumir es de aquellos momentos brillantes de la diplomacia mexicana, capaz de usar las reglas del derecho internacional y al mismo tiempo aprovechar las coyunturas políticas que ofrece el tablero de ajedrez global.
  
Una política interior capaz de unificar a las fuerzas populares en tanto promueva sus intereses y se apoye en los mismos. Aquí reside el poderío mayor de cualquier Estado.

 

 

 

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