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2286 30 Enero 2017

 

 

Las sinrazones de Trump
Víctor Orozco

 

Chihuahua.- La generación que vivió durante las décadas de los treinta y los cuarentas, se despertaba cada mañana esperando qué se les había ocurrido ahora a los dictadores, Hitler, Mussolini, Stalin. Una nueva invasión, otra ola de asesinatos contra los disidentes internos, otro genocidio, otro discurso aberrante lleno de amenazas. En el inicio de la administración de Donald Trump, estamos de regreso a esos tiempos del “Jesús en la boca”.

Un caudillo, el matón del barrio, a la cabeza del poderoso estado norteamericano. Y nosotros sus vecinos. Pero no sólo, sino el enemigo de moda, el espantajo que siempre han necesitado para asustar a las clases medias y azuzar a las muchedumbres de blancos empobrecidos o agraviados. Allí están: los mexicanos violadores, ladrones, los que vienen por tus puestos de trabajo, a degradar las costumbres y la sangre. Y ya. Arruinaremos la economía de su país, los expulsaremos y alzaremos una barrera infranqueable en la frontera...que les haremos pagar.
Buscar una lógica interna en esta política y en estas posiciones del gobierno norteamericano es inútil. No existe.

Pensemos de inicio en el famoso muro. ¿Por qué se aferra Trump en que México debe pagar por su construcción? Si requiere dinero para construirlo, o para lo que sea, puede conseguirlo triplicando el precio de las visas, imponiendo un impuesto a las mercancías importadas de nuestro país, o a las remesas que hacen los trabajadores mexicanos a sus familias, ¿Qué necesidad tiene de hablar de un pago obligado por México? Es decir, ¿no es lo mismo cobrar ese dinero, meterlo en las cajas del gobierno federal norteamericano y luego emplearlo en cualquier cosa, entre otras en la edificación del famoso muro, sin necesidad de andar alardeando que México lo pagó? En términos económicos y lógicos es exactamente igual, incluso sería más sensato, pues no ataría las manos a su gobierno etiquetando esos fondos para alzar la barrera de cemento y acero. ¿Entonces?

Hay aquí una fuente de motivaciones más turbia y profunda. Una combinación de intereses económicos con un entramado de prejuicios ancestrales, ignorancias, fobias contra los diferentes, miedos. Los primeros pertenecen al minúsculo grupo que comanda al Estado y a la nación, los segundos a millones de norteamericanos atrapados en el interior de una muralla ideológica-religiosa. Son los votantes de Trump. Se trata de una combinación  explosiva y peligrosa. Es el barro con el cual se moldeó el hitlerismo. Y ahora cuenta con una pieza indispensable: el caudillo, capaz de apelar directamente a las masas, saltándose intermediarios como los parlamentos, tribunales u otras instituciones. Este es Trump.

Una fracción de los barones capitalistas, a la cual pertenece, querrán aprovechar los próximos años para tomar posesión de veneros inmensos de riqueza, en su país y en el extranjero. Si han de arrasar con el medio ambiente, vulnerar libertades tradicionales como la de prensa, lo harán sin ningún titubeo. Y aquí entramos los mexicanos. Somos el enemigo. Y a éste es menester derrotarlo, doblegarlo, someterlo a las condiciones de trabajo y colaboración política requeridos por este nuevo orden que “hará otra vez grande a América”. En este punto se encuentra la sinrazón del muro. La exigencia de que sea México quien lo pague carece de una lógica económica. Su propósito es golpear la moral del enemigo, humillarlo y descorazonarlo a tal grado como para entregarse con mansedumbre a los designios de las cúpulas financieras. Y, a la vez, satisfacer los oscuros instintos y reacciones de las masas que rugían en los mítines convocados por la candidatura de Trump. Por eso insiste en que México lo pagará. Una vez construido, si lo logra, así lo difundirá y hará creer a sus seguidores.

El odio hacia los migrantes, como todas estas fobias colectivas, posadas en las diferencias de religiones, de razas, de hábitos, de lenguas, es profundamente irracional. Sin embargo, precisamente por eso es tan difícil de combatir y desarraigar. Es una dura costra en la cual mellan su filo la razón y el buen juicio. Peor aún, quienes alimentan estas animadversiones, de tanto en tanto sacan a la luz nuevas justificantes y deslumbrantes teorías que demuestran la inferioridad de los distintos, como son los migrantes. En 1994 se publicó el libro The Bell Curve, que pretendió entregar al pensamiento ultraconservador y racista una definitiva explicación científica al dominio de los “superiores”, los blancos, cuya preeminencia tiene su fundamento en la genética que les favorece. Su base dicen, es biológica, no social. Las conclusiones sacadas de tan recurrente como falso argumento sobre la superioridad de la raza blanca o aria, están a la vista en un simple detalle: el gabinete de Trump. Y, sobre todo, en su cruzada contra los migrantes, a quienes Murray y Herrnstein, los autores del libro-estrella, acusan de empeorar los niveles de inteligencia nacional y disminuir la capacidad productiva de los Estados Unidos. Recordemos que a los esclavos, una vez privados de su condición de humanos, se les hizo objeto de las peores infamias. De la misma forma, si a los migrantes mexicanos la naturaleza los hizo viciosos, flojos, indolentes, etcétera, es excusable el pago de salarios menores, la separación de las familias, las expulsiones, los malos tratos.
       
Y también privarlos de sus derechos, como el de disponer de su patrimonio, enviando parte de sus salarios a las familias radicadas en México. Ganan su dinero a pulso, laboran horas extras, pagan sus impuestos y generan riqueza. Sin embargo, Trump desea penalizar las remesas con un impuesto y al mismo tiempo ha prometido expulsar a estos trabajadores. Es una contradicción, pero es inútil buscar una lógica interna en sus propuestas y discursos.

Por cierto, algo muy distinto acontece con los empresarios norteamericanos, quienes mandan a su país una alta proporción de las ganancias obtenidas en México. Casi siempre son inversionistas a quienes se les abonan compensaciones, regalías y dividendos en sus cuentas bancarias, sin provocarles ninguna molestia. ¿No podrán gravarse, en represalia?

Develadas las motivaciones últimas de Trump en esta filosofía barata del racismo, podemos entender el origen de sus impulsos y ...combatirlos. La confrontación llevará tiempo, mas allá de 2018. En su curso, habremos de poner de pie a la nación, unificar fuerzas internas, concertar alianzas externas y vincularnos con grandes sectores del pueblo norteamericano, cuya mayoría es opuesta a los dictados del caudillo.
       
A pesar de que algunas apariencia muestren lo contrario, México no está para aceptar ultimatums de nadie. Salimos de crisis e intimidaciones peores, como en 1859, cuando el gobierno de Benito Juárez sorteó a la vez la inminente invasión española y la norteamericana, en plena guerra civil. Lo haremos de nuevo. Sin duda.

 

 

 

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