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2292 7 Febrero 2017

 

 

Quebec-Mazatlán
Ernesto Hernández Norzagaray

 

Mazatlán.- Al empezar a escribir mi colaboración semanal, tengo en mi mente la noche del pasado domingo, más específicamente el ataque a balazos del joven Alexandre Bissonnette, contra decenas de musulmanes que asistían a rezar a la mezquita del Centro Cultural Islámico de Quebec, y el ritual religioso terminó repentinamente con la resta de seis de los suyos, más dos decenas de heridos y una escena terrible de sangre, llanto y personas aterrorizadas huyendo descalzos, buscando un buen resguardo.

La motivación del atacante está a la espera de la investigación, en contrapartida es aficionado al ajedrez, estudiante de antropología y ciencias políticas en la prestigiada Universidad de Laval. Sus compañeros lo definen como una persona friki, solitaria, ensimismada, simpatizante de Trump y Le Pen.

Es cuando muchos sospechamos que la razón del ataque podría encontrarse en el discurso de rechazo contra migrantes de países mayoritariamente musulmanes difundido por Donald Trump horas antes y en reacción al llamado de Justin Trudeau, el Primer Ministro canadiense, que ante ese veto notoriamente xenófobo los llamó a acogerse a las leyes de migración abiertas en su país: “A los que huyan de la persecución, el terrorismo y la guerra, dijo, los canadienses les darán la bienvenida sin importar cuál sea su religión. La diversidad es nuestra fuerza, #BienvenidosaCanadá”, remató el hashtag oficial.

Esas palabras de inclusión social debió haber enardecido al muchacho Bissonnette o porque no a los autores intelectuales. La teoría del asesino solitario difícilmente puede ser aceptada sin antes descartar absolutamente nada. Alguien pudo alentarlo y suministró el arma y balas.

Ahora bien, quE esto suceda en uno de los países con los más bajos índices de criminalidad per cápita es excepcional y por ello es un santuario de quienes quieren una vida en paz, es un aviso de fuerzas ocultas que tienen una cruzada contra los migrantes y si son de los países destrozados por la guerra pareciera que es mejor. Total, dicen sus voceros, de ahí vienen o se entrenan muchos de los terroristas que caen como anillo al dedo en el terreno fertilizado por los medios de comunicación conservadores y antiinmigrantes.

Esto ocurrió, además, en el país que por excelencia ha enseñado a vivir en diversidad y tolerancia del otro cualquiera que sea su preferencia religiosa, política, sexual. Mi nieta Itzia, que vive en Montreal, va a un jardín de niños subsidiado por su gobierno. Tiene de maestras a católicas y musulmanas, incluso probablemente impíos. Sus compañeros igualmente pequeños son un crisol racial con los que pasa esta etapa de su vida. Juega y aprende diariamente el abc de la vida con todos ellos. Se educa en la diversidad como canadiense, con madre mexicana y padre francés.

Sin embargo, el pasado domingo algo de esa paz civilizada se quebró en Quebec; aunque no es el primero, ya en octubre de 2014 un musulmán radical había asesinado a un policía en los accesos del Parlamento de Ottawa; y después no había ocurrido otro evento –y menos de esta magnitud– que lo semeja a los sucedidos en Londres, Madrid, Paris o Bruselas en los últimos años. La gente hoy llora a sus deudos y los heridos son atendidos en los hospitales, sin poder salir del asombro.

A miles de kilómetros de distancia, en la costa del Pacífico mexicano, en una sociedad menos tolerante pero más dada a la fiesta, específicamente en Mazatlán, durante el mes de enero se cometieron una serie de crímenes hasta sumar 58 en solo 28 días; y en la semana del 21 al 28, fueron 25 las personas ejecutadas, de acuerdo a información de la PGJE (El Universal, 29-01-2017), lo que significa que ocurrieron prácticamente dos asesinatos por día, un número sin precedente.

Tierra de olas, impíos, católicos, reinas, carnavaleros y gente trabajadora, el año pasado, de enero a julio, se asesinaron a 97 personas, con lo que el puerto ocupó el lugar número 15 de los municipios más violentos del país, según la Secretaría de Gobernación, que no se caracteriza por tener al día la información de homicidios dolosos, por lo que hay que tomarla con reserva.
Ahora, en un solo mes, prácticamente se cometieron el 60 por ciento de los ocurridos en ese medio año. Aun y cuando el número es muy superior al ocurrido en Quebec, no es noticia de alcance mundial, ni siquiera se le menciona en medios internacionales; vamos, no alcanza la primera plana de los diarios nacionales y locales; está tragedia se encuentra perdida en la nota roja, lo que demuestra la rutinización de la violencia.

Los mandatarios de otros países no se solidarizan con nuestro país, a lo sumo lanzan un alerta a sus ciudadanos que viven o van a viajar a este bello puerto; es más, quizá no saben y si llegan a enterarse dirán: ¡Ah, es en Sinaloa! Ni siquiera hay imágenes que permanezcan, pues caen inmediatamente en el olvido y pareciera que existe prisa por dar vuelta a la página. Los muertos estorban para los negocios; a la buena imagen del estado, dirá la mercadotecnia.

Al alcalde se le preguntó sobre la escalada de violencia y recomendó con desgano a los periodistas ir con el encargado de seguridad pública, pues él está en lo del Carnaval y la recogida de basura en las playas. Se busca cómo siempre distraer o banalizar hechos que son de fondo. Reconocerlos como normales, como lo calificó un ex gobernador de triste memoria. Y los asesinatos en series, de dos, tres… diarios, paradójicamente, suceden cuando la policía municipal es reforzada con ministeriales y policía militar.   

Cierto, se podrá decir: esto no es terrorismo, pero hay diferencia cuando se trata de muertes violentas. La violencia siempre será violencia. Será pérdida de vidas que pudieron ser maravillosas y solo dejan huecos en familias, amistades, comunidades. Más allá de las motivaciones que pudieran estar detrás, en ambos eventos existe en común un gran desprecio de la vida ajena. A la muerte no se le dan las razones. Simplemente ocurren y siempre habrá un brazo ejecutor. Alguien que no soporta la diferencia y menos a los adversarios en los mercados de droga. Cierto, en estos momentos la gente sigue con sus rutinas y algunos están esperando con ansias el carnaval, para disipar penas colectivas.

En definitiva, a la hermosa Quebec, hoy toda cubierta de nieve, le lloran sus deudos públicos, porque no es un asunto solo de las familias musulmanes agredidas, pues, como bien lo dijo Trudeau: “Los musulmanes son una parte importante de nuestro tejido nacional y estos actos sin sentido no tienen lugar en nuestras comunidades, ciudades y país”; mientras en nuestra bella Perla del Pacífico, solo lloran los deudos cercanos y en ningún nivel de gobierno sale alguien como Trudeau a defender el sentido comunitario y la importancia de la vida, por encima de cualquier cosa; quizá no lo hacen porque los gobernantes están más preocupados de cómo impactará en el movimiento turístico de las próximas semanas. Cómo estará el Carnaval con sus reinas, los papaquis, las comparsas.

En fin, siempre habrá que aprender del otro, no de nuestro ombligo indiferente.

 

 

 

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