Suscribete

 
2297 14 Febrero 2017

 

 

El protestante unidimensional
Eloy Garza González

 

Monterrey.- Como todo hombre normal, escondo ocultas aficiones anormales. Una de las peores consiste en participar en cuanta marcha, plantón o meneo masivo de pancartas me entere. Vale más una concentración de cientos de protestantes que un artículo periodístico de uno solo. A mí díganme un tema y les respondo: ¿de qué se trata para oponerme?

Obvio, en una marcha masiva, se pierden las sutilezas de la queja. El mundo se mira en blanco y negro. Es una desventaja. En contraste, las marchas no exigen saber redactar como Dios manda ni obligan a un articulista a ser cuidadoso con la redacción de sus proclamas. Una falta de ortografía le da incluso cierto toque pintoresco a la pancarta.

Las marchas o protestas pueden ser presenciales o virtuales. Como miles de mexicanos, yo prefiero las primeras: el olor a sobaco ajeno es motivante. No tengo muy claro su efectividad, pero al menos me da certeza de que muchos piensan lo mismo que yo. Y huelen democráticamente igual. Es una voluntaria suspensión de mi incredulidad. Pone pausa a mi escepticismo endémico.

Eso sí: no soporto a los fundamentalistas de las marchas. ¿Quienes son esos seres de ciencia ficción? Los que solo van a las marchas a mentarle la madre a Peña Nieto (cosa que está muy bien). Cualquier otro motivo de marcha –protestar contra don Donald Trump, por ejemplo– es tender una cortina de humo. Es seguirle el juego a la oligarquía o comprobar que el gobierno está detrás de los organizadores.

Los fundamentalistas de las marchas son como John Wayne, de quien se dice que no podía caminar y mascar chicle al mismo tiempo. No puede uno salir a desfogarse contra Trump, o contra el Ku Klux Klan, o contra la memoria del padre Masiel, porque lo tildan a uno de ser palero del gobierno. Ignoraba yo que las mentadas de madre no pueden diversificarse. ¿A poco se acaban como las municiones?

La mente de muchos marchistas es unidimensional: nada más piensan en un tema obsesivo, recurrente, que desplaza a los demás. No saben que se puede caminar y mascar chicle. Se creen los dueños de la calle.

Por cierto, tampoco un alcalde es dueño de las avenidas. Aunque tenga con qué comprarlas, no se puede. Cuando mucho que tome su pancarta y convoque a sus manifestantes. A ver si no luce como demente arengando a nadie. Con riesgo de que lo atropelle un carro. O le caiga un semáforo encima, como ya pasa hasta en los municipios modelo. Que se ría quien me entienda el chiste.

 

 

 

15diario.com