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2314 9 Marzo 2017

 

 

INTERÉS PÚBLICO
¿Paréntesis o nuevo periodo?
Víctor Reynoso

 

Puebla.- Dos procesos paralelos parecen estar manifestándose en Estados Unidos: crecientes diferencias internas e insatisfacción con la democracia. Puede que tengan una causa común: el fin de la Guerra Fría. Sus consecuencias no son claras, y pudieran tratarse de fenómenos pasajeros, efímeros, o bien del inicio de un nuevo periodo con drásticas consecuencias para ese país y para el mundo.

Se dirá que la causa (la caída de los sistemas soviéticos y el fin de la Guerra Fría) está muy lejos del efecto (la manifestación de diversas tensiones internas en Estados Unidos y el creciente desafecto de los ciudadanos de ese país hacia el sistema democrático). Pero se trataría de procesos sociales y políticos profundos, de mediana y larga duración, por lo que las consecuencias pueden tardar décadas en manifestarse después de ocurrida la causa.

Nuestro vecino del norte era considerado un país políticamente homogéneo. Ni el comunismo ni las diversas formas del fascismo prosperaron en él. Se redujeron a pequeños grupos, sin trascendencia política. La vieja frase “la diferencia entre los demócratas y los republicanos es la misma que entre la Pepsi y la Coca” expresa este aparente consenso político. Pero es muy probable que esta unidad fuera en cierta medida producto del adversario histórico de los estadounidenses: los sistemas soviéticos y su amenaza.
No era ciertamente la única causa. Desde antes de la expansión mundial del comunismo, que se da después de la Segunda Guerra Mundial, la sociedad norteamericana mostraba signos de unidad en valores políticos básicos. Pero el enfrentamiento con ese adversario los fortaleció.

Lo mismo puede decirse de los valores de la democracia norteamericana. Como lo expresó alguna vez John F. Kennedy, el sistema político de su país distaba mucho de ser perfecto. Pero no construía muros para evitar que sus ciudadanos huyeran de él. Frente a la amenaza comunista, que no dejó de crecer desde 1945 hasta los años ochenta, el imperfecto sistema político norteamericano (y sus similares de Europa Occidental) eran vistos como un valor.

Sin enemigo externo, la sociedad norteamericana parece haber vuelto sus ojos hacia sus divisiones internas. Las más evidentes son las étnicas, el rechazo del grupo mayoritario de origen europeo hacia las minorías crecientes (latinos, negros, orientales, musulmanes). Pero todo rechazo pasa por ideas en las cabezas de las personas. No hay nada de evidente de que un grupo étnico sea, social, cultural, políticamente, inferior a otro. O una amenaza para otros.

Hacen falta ideas que planteen eso. Aunque no tengan sustento en la realidad. Cifras del FBI han desmentido la idea de Trump de que los latinos, en particular los migrantes, comenten más delitos que la población blanca en ese país. La lista de ideas falsas (“hechos alternativos”) que sustentan el racismo puede ser larga. Pero no importan a quien no busca la verdad, sino deshacerse de algo que sus ideas, sus prejuicios, consideran desagradable.

Paralelamente, según plantean algunas encuestas, los norteamericanos se encuentran decepcionados con su democracia. Diversas causas deben explicar este desafecto. Pero una de ellas puede ser que ya no comparan su sistema con otro que construía muros para evitar la salida de sus ciudadanos. Quizá lo comparan con un sistema imaginario, bien sea un pasado idealizado (“que América vuelva a ser grande”), bien con un futuro utópico.

Como se ha planteado con el caso Trump, no es claro si se trata de la expresión ilusoria de deseos fallidos, de un paréntesis en la historia de ese país y del mundo, paréntesis que pronto se cerrará. O si más bien es el inicio de una nueva época, marcada por los nacionalismos, económicos y a secas, con sus consiguientes cargas de racismos, rechazo al otro, odio en casos extremos.

No está de más observar nuestros propios procesos, particularmente la forma y el tono que puede tomar el nacionalismo mexicano.

* Profesor de la UDLAP.

 

 

 

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