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manoLA GUERRA DE LAS DROGAS

Asael Sepúlveda

  • La primera guerra contra las drogas la realizaron los chinos en el siglo XIX
  • La guerra contra las drogas se originó debido a las necesidades comerciales de las potencias europeas
  • Los gobiernos occidentales promovieron la droga para balancear sus economías

El último director que tuvo la policía judicial de Nuevo León fue Juan Antonio Benavides, el Gerber, llamado así por su singular rostro de bebé regordete y sonriente, implantado en el cuerpo de un hombre de casi dos metros. En una ocasión llegué a la oficina del Gerber y me llamó la atención que sobre su escritorio tenía la carcaza de una granada, misma que habían decomisado a un puestero de Colegio Civil. Un ciudadano alarmado había advertido a la policía que había una granada en venta. Por fortuna, se trataba sólo de la carcaza, aunque la pieza era original, fabricada para uso militar. Yo aventuré la afirmación de que Monterrey no era un ciudad en la que se vieran esas cosas. Muy serio, el Gerber me dijo: “Ya se verán. Por ahora, a los delincuentes no les ha parecido necesario usar granadas, pero cuando lo crean necesario, lo harán. Esperemos que pasen muchos años antes de que a alguien se le ocurra usar una.”

No pude menos que recordar algo que, años antes, me había dicho Hernán Guajardo, también director en su momento de la policía judicial. En el Monterrey de los ochentas, la policía tenía detectadas a más de 400 pandillas. Las riñas eran cosa de todos los días, con el saldo de golpeados y navajeados. Las riñas a balazos entre pandillas eran una rareza. Guajardo dijo que la violencia real entre pandillas estaba por llegar. “Espérense, dijo, a que las pandillas de colonia entren en contacto con la mafia de la droga y haya guerras por el control del territorio. Esa sí va a ser violencia.”

En nuestro México de 2008, la violencia, las balas, las bazukas y la guerra por el control de los territorios, son ahora el pan diario. La cobertura periodística apunta a las acciones de los cuerpos armados –policía y ejército- para atajar el tráfico de drogas. Es una guerra perdida. La verdadera fuerza está en el tráfico de dinero, que no controlan los pandilleros de barriada ni los sicarios, sino los cerebros financieros. Más aún, recientemente han aparecido notas de prensa que vinculan a grupos terroristas del Medio Oriente con la mafia de las drogas. Pero ni unos ni otros controlan el sistema bancario. Tampoco fabrican armas. Las armas que siembran el terror en nuestras calles son hechas básicamente por las respetables industrias de Estados Unidos, Rusia, China, Inglaterra, Italia e Israel. Nadie se ha planteado con seriedad emprender la guerra contra la fabricación de armas que realizan las respetables democracias de nuestro tiempo.

Si hacemos un breve repaso, encontraremos que la primera guerra contra las drogas la emprendió China contra Inglaterra, Francia y España en 1842. La historia es triste. Las potencias europeas importaban seda y porcelana, entre otros productos chinos. China, por su parte, importaba muy pocas cosas de Europa. En consecuencia, la balanza comercial de los europeos era deficitaria y pronto encontraron la solución ideal: obligaron a los chinos a comprar opio, que alegremente les proveían los gobiernos de Su Majestad británica, la Reina Victoria y de Su Majestad española, siguiendo el ejemplo que había sembrado los muy civilizados holandeses tiempo atrás. Millones de chinos se volvieron adictos con los consiguientes problemas de salud y de descomposición social. Ante esto, el Emperador de China ordenó que se prohibiera el opio y que se destruyeran importantes cargamentos de la droga. Esto era más de lo que la flema británica podía soportar y se desencadenaron las llamadas Guerras del Opio. Las potencias occidentales, defendiendo la libertad de comerciar opio y los malvados chinos empeñados en prohibirlo.

En nuestros días, cuando los dólares para pagar la droga y las armas para defender la libertad de comerciarla vienen del norte, se escriben a toda prisa nuevas páginas de la historia.

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