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¿ECHEVERRÍA Y CALDERÓN?
Benjamín Palacios Hernández

     
        Almas muertas flotaron en mares estancados.
        Bernard Malamud, La gracia de Dios

El epigrama no es un género fácil. Según las acepciones generalizadamente aceptadas, además de ser breve ha de reunir la cualidad del ingenio y las más difíciles del sarcasmo y la mordacidad. No es infrecuente, entonces, que la brevedad que lo define –que, además, en muchas ocasiones es una brevedad un poco larga– se convierta en una trampa que a menudo conduce a errar los tiros y caer en la simplificación, que se pierdan los detalles y se esfumen diferencias incontrastables en el afán de encajarlo todo en una cápsula. Así ha sucedido con el “Repique” anterior de Asael Sepúlveda.

Si Echeverría tiene poco en común con Calderón, menos lo tienen las respectivas circunstancias que los condujeron a ser “regañados”, y aún menos la identidad de los personajes involucrados. Uno fue reprendido por un representante directo del entonces poderoso (hoy ni sus cenizas quedan) Grupo Monterrey, y el actual por una madre de un jovencito asesinado. Aquél, sin tener vela en el entierro, fue hecho corresponsable de la muerte del jefe del grupo industrial, ocurrida no en un ametrallamiento indiscriminado contra jóvenes, casi niños, indefensos, sino en un intento de secuestro. Y no fueron sicarios del narcotráfico sino guerrilleros que pretendían tomarlo como rehén para conseguir, principalmente, la liberación de sus compañeros recluidos en varias cárceles del país. En el intento murieron dos de los insurgentes a manos de los guardaespaldas de Garza Sada, que fueron los que dispararon primero.

La “negligente actuación” por la que dice Asael fue “valientemente” regañado Echeverría y la exigencia a él de “menos discursos y más acción”, significaban el reclamo de mano dura contra “los terroristas” (calificativo endilgado a los guerrilleros y jamás asignado a los narcotraficantes). La “negligencia” y la “inacción” fueron pronto eliminadas, para satisfacer los reclamos de los empresarios, con la persecución, tortura y aniquilamiento de decenas de guerrilleros; no se puso al Ejército en las calles, pero se creó y soltó a organismos como la Brigada Blanca, con carta del mismo color para perseguir, desaparecer, torturar y asesinar, que actuaron en la clandestinidad pero con el apoyo y el aval del Estado. La frase de aquel infausto Negro Durazo, “como perros rabiosos vamos detrás de ellos”, es lo suficientemente gráfica como para hacer innecesaria cualquier demostración adicional.

No hubo entonces ni drogas, ni dinero, ni asesinatos a mansalva contra la población civil, mujeres y niños incluidos. Como no hay ahora motivaciones políticas, ni rebeldías, ni insurrecciones. ¿En dónde, entonces, está la similitud? ¿En el regaño? Eso sería tanto como decir que Hitler y Allende, o Mandela, u Obama, “quedaron hermanados” por alguna vez haber sido electos en las urnas.

En el discernimiento está el secreto...

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