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9 de abril de 2010
15diario.com  


 

Jesús, de vez en cuando

Armando de León

La colonia Fray Servando Teresa de Mier, mejor conocida como “La Esperanza”, tiene fama de ser una de las más violentas de Monterrey, razón por la que no cualquiera se da el lujo de pasear por sus calles. Menos, si se es ajeno al sector.

 

Al acercarnos para reconocer su fisonomía, el fotógrafo Aristeo Jiménez y un servidor somos testigos de un espectáculo por demás sangriento, sólo que esta vez tiene carácter teatral: se trata de la representación del martirio y crucifixión de Jesús que un grupo de feligreses de la parroquia Santa María Virgen está montando, y que año con año se repite desde hace medio siglo.

 

Nos detenemos a ver el contingente, con Jesús a la cabeza llevando la cruz, y sin dudarlo, decidimos formar parte de él. La multitud se interna por las calles de la colonia, próxima a Tierra y Libertad.

 

Primera caída

La joven relatora, vestida a la usanza de la Virgen María, dice por altavoz: “Te adoramos, Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo y a mí, pecador. Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba, mi rostro no huyó a los latigazos y salivazos”. Luego reflexiona: “Cuántas veces nosotros, viendo a nuestro cónyuge agobiado por su propia cruz, le cargamos además todos nuestros problemas. En ocasiones somos incluso la piedra que lo hace tropezar y caer. Cuántas veces también somos la causa directa del peso de su cruz, porque nos parece que la que le tocó cargar es muy ligera y, total: él o ella pueden seguirla cargando…”

 

“¡Camina!” le gritan al Cristo sus verdugos. “¡Levántate, cabrón!” grita un vecino, mientras los latigazos suenan sobre la espalda y la cruz. La caminata prosigue, bordeando una manzana, precedida por niños en bicicleta que van coreando lo que dicen los torturadores romanos. La gente sale a ver, y el alboroto de perros no se hace esperar.

 

Jesús se encuentra con María

“Te adoramos Cristo, y te bendecimos”, dice la joven por el altavoz: “Jesús, así como tú y tu madre, en medio de tan espantoso sufrimiento cruzaron sus miradas plenas de amor y de ternura, permítenos a nosotros, como esposos, mirarnos de la misma manera, aún en el peor de los momentos.”

 

Ayuda para llevar la cruz

“Cuando le llevaban, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús –continúa–. Cuántas veces nosotros siendo el más cercano a nuestro cónyuge, nos negamos a ayudarlo a cargar su cruz, pensando que no es nuestra obligación o nuestro problema.”

 

La multitud reza un padrenuestro; después un avemaría. En la esquina por donde va a pasar la procesión varios jóvenes beben caguamas. Al ver el contingente uno de ellos, con camiseta del equipo de fútbol Monterrey, grita: “¡Mamá, apaga el radio!” “¿Para qué?” se oye desde adentro: “¡A mí me vale verga!”

 

El contingente hace un zigzag. Los diálogos se pierden bajo el canto de José Alfredo Jiménez, a todo volumen.

 

La Verónica limpia el rostro de Jesús

“Así como se asombraron de él muchos, pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre…–lee la joven– con el paso del tiempo, con el activismo de la vida diaria, con nuestra incomprensión, con nuestro egoísmo, hemos ido deformando y ensuciando el rostro de nuestro cónyuge, y en ocasiones lo miramos como algo que nos desagrada y nos causa repulsión.”

 

Jesús cae por segunda vez

“Con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba… –dice la relatora–. Señor Jesús, en tu segunda caída podemos encontrar reflejadas cientos de las nuestras. Perdónanos, Señor, porque en muchas de estas caídas no nos hemos perdonado como esposos, y en ocasiones hemos sentido hasta un cierto gozo malsano de ver a nuestro cónyuge caído”.

 

El contingente se detiene frente a otro domicilio. Los custodios romanos, con cascos de obrero, vuelven a gritar: “¡Levántate, güey! ¡Camina!” y los azotes finteados vuelven a dar sobre la espalda y la cruz.

 

Jesús consuela a las mujeres

Le seguía una gran multitud, mujeres que se dolían y lamentaban por él. Jesús volviéndose a ellas dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más por vosotras y por vuestros hijos…” Las damas, ataviadas de blanco, morado y celeste, rodean al nazareno.

 

Jesús cae por tercera vez

“Te adoramos, Jesús, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo y a mí, pecador –dice la lectora–. Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados y yo os daré descanso”.

 

Esta vez son los niños los que gritan: “¡Levántate, güey! ¡Camina!”. “¡Levántate, pendejo!” dice un viejo que sale de un depósito llevando dos caguamas. La multitud voltea a la izquierda y sigue andando hasta entrar en el patio parroquial. Allí el Cristo será despojado de sus vestiduras y clavado en la cruz, al lado de dos rufianes que no muestran ningún arrepentimiento, uno de los cuales además lo insulta. El micrófono comienza a fallar.

Hay niños, señoras y unos pocos ancianos esperando el final. Muchos de ellos comen tostadas con frijoles y ensalada de lechuga, en tanto alguien levanta a Jesús y ata la cruz a un poste. “Perdónanos, Señor, cuando matamos y nos negamos a morir nosotros mismos” cierra la lectora.

En estos días de creciente violencia urbana, la representación del vía crucis en un sector violento es recuerdo y esperanza. Incluso para los más violentos.

 

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